Marta Robles: «Desconfío de los transparentes, todos tenemos escaparate y trastienda»
La novelista, que no entiende «que alguien no sea feminista en el siglo XXI», recupera a su detective Tony Roures en «La mala suerte», una novela sobre la desaparición de una chica.
La novelista, que no entiende «que alguien no sea feminista en el siglo XXI», recupera a su detective Tony Roures en «La mala suerte», una novela sobre la desaparición de una chica.
Marta Robles trae una novelística negra bien trabada de personajes, con un detective fraguado en el yunque de la conciencia, de lo visto y vivido, y unas tramas que llegan impregnadas de temas candentes, de actualidad, como los que salpican los capítulos de «La mala suerte» (Espasa), la continuación de «A menos de cinco centímetros», que relata una desaparición y donde el argumento no es un artefacto de evasión, sino una herramienta para reflexionar sobre mucho más.
–¿Qué aporta la realidad a la ficción?
–Todo lo que pasa por la literatura es ficción, aunque provenga de la realidad. Los escritores escribimos de nosotros, de lo que percibimos y sentimos. Por eso toda realidad, una vez que pasa por la ficción, es literatura. Al ser una novela negra, me permite hacer una denuncia social. La realidad es fundamental para hacer creíble la ficción y porque es lo que me sirvie para hacer reflexionar al lector.
–¿Cómo encontró a Roures?
–Tengo mucho que ver con él, no por el desencanto, sino porque, igual que él, soy adicta a la lealtad. Apareció por casualidad. Una de mis asignaturas pendientes ha sido ser corresponsal de guerra, aunque no sé si después hubiera tenido suficientes agallas, pero, la oportunidad, no la tuve. Ahora ya es demasiado tarde. Siempre he tenido mucha admiración por los compañeros que informan sobre los conflictos. Hablé con ellos porque quería perfilar un personaje que fuera ex corresponsal de guerra para que tuviera una visión donde nada fuera blanco o negro, sino que hubiera infinitas tonalidades de gris; donde nadie fuera malo y bueno, y que todos, en cierto momento, pudieran convertirse en alguien perverso si se le pone al límite.
–¿Qué tienen en común los periodistas y los detectives?
–La curiosidad, saber escuchar, la capacidad de entender y la deducción. El detective privado persigue resolver el conflicto y el periodista tiene que resolver la verdad.
–¿Ha evolucionado Roures?
–En «A menos de cinco centímetros», el primer título de la saga, Roures tenía la sombra de un escritor que hacía juegos de esgrima con él; ahora, él se ha convertido en un personaje al que se le ven más las heridas, ese lado oscuro, turbio, aunque sigue siendo un tipo confiable. Y habiendo tanto chulo y desgraciado por ahí, tener al lado una persona en quien confiar es importante.
–¿Le atraen las personas con cicatrices?
–Desconfío de la gente transparente. Todos tenemos escaparate y trastienda, y en la trastienda existen cosas buenas o malas, interesantes o no, pero en cada persona existe una colección de arrepentimientos. Es lo que separa la juventud de la madurez. Cuando eres joven estás seguro de todo y no te arrepientes de nada. Cuando eres mayor no tienes ninguna certeza y sí una colección de arrepentimientos.
–¿Qué le gustaría que la gente viera en su personaje?
–Que las personas con cicatrices o turbiedades no son necesariamente las peores, sino que incluso pueden ser las mejores. Son las que más ansias de redención tienen, las mas confiables y las que menos juzgan.
–¿Qué ha aprendido del bien y el mal con estos libros?
–Que a todos nos interesa el mal porque le tenemos miedo. No por lo que puedan hacernos, sino porque la persona que convive con nosotros o nos encontramos en el metro puede tener descuartizada a su mujer en el cuarto o porque dentro de nosotros puede haber un monstruo capaz de aparecer en cualquier momento. También he aprendido a no juzgar todo tan duramente. A no pensar que esto es bueno o malo, sino a valorar las circunstancias para saber qué lleva a cada persona hasta el abismo. O sea, comprensión.
–Es feminista, pero le gustan los piropos.
–Hay que saber diferenciar entre un piropo y una grosería. Un piropo le suele gustar a todo el mundo y una grosería es reprobable. Yo soy muy piropeadora y si censuran los piropos tendrán que empezar a censurarme a mí. Soy feminista desde los tiempos en los que el feminismo no estaba bien visto. No entiendo que alguien en el siglo XXI no sea feminista. ¿Puede haber alguien hoy que no quiera luchar por la equiparación de derechos? En esta lucha, en vez de fijarnos en lo importante, nos contentamos con que los políticos digan «nosotros y nosotras» en vez de preocuparse por una ley integral sobre el maltrato, que la ley de violencia de género sea como tiene que ser, que no existan techos de cristal, lo sueldos estén equiparados y la maternidad contemplada.