Mary Todd, la mujer que amargó la vida a Abraham Lincoln
Para esquivar a su esposa, solía vagar solo hasta altas horas de la noche por las calles más inhóspitas de la ciudad, cabizbajo y abatido.
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Para esquivar a su esposa, solía vagar solo hasta altas horas de la noche por las calles más inhóspitas de la ciudad, cabizbajo y abatido.
Por increíble que parezca, la gran tragedia de Abraham Lincoln, decimosexto presidente de Estados Unidos, no fue su asesinato perpetrado el 15 de abril de 1865 sino su matrimonio con Mary Todd, la mujer que le amargó la vida.
Nacido el 12 de febrero de 1809, Lincoln bebió los vientos desde muy joven por aquella bella muchacha hasta comprobar en propia carne su intención de hacerle a su medida. A ella le disgustaba su forma de vestir y moverse. Lincoln se sujetaba los pantalones con un solo tirante y, si se le desprendía algún botón, se hacía una especie de alfiler con cualquier pedacito de madera y se abrochaba con eso. A Mary, aquel arreglo casero le ponía enferma. No soportaba la tosquedad de su novio y éste dejaba pasar varios días sin verla para no sentirse incomodado. La tensión llegó hasta el extremo de que Lincoln decidió romper de una vez su compromiso.
Aconsejado por su amigo Joshua F. Speed, el futuro presidente de Estados Unidos comunicó a Mary la dolorosa verdad. Pero a su regreso, le contó a Speed cómo se había desecho en sus brazos, comiéndosela a besos, al verla llorar desconsolada cuando le dijo que iba a zanjar la relación. «¡Hermosa manera de romper tu compromiso!», repuso el amigo, irónico.
Y así llegó el 1 de enero de 1841, día fijado para la boda. En la iglesia Mary Todd, con su traje de novia y velo nupcial, llevaba casi una hora entretenida con las flores prendidas en el cabello. A cada minuto se asomaba por la ventana para ver si el novio aparecía y volvía luego los ojos angustiados al reloj.
Transcurrió otra hora de tensa y decepcionante espera y algunos invitados empezaron a marcharse. Cuando lo hizo el último de ellos la novia se arrancó el velo y subió a su cuarto sollozando.
A la mañana siguiente, varios amigos hallaron a Lincoln solo en su oficina pronunciando frases incoherentes. Pensaron que había perdido la razón. Durante casi dos años, Lincoln no volvió a ver a Mary Todd hasta que en octubre de 1842 una señora apellidada Francis, residente en Springfield, le invitó a su casa para darle una sorpresa. Ingenuo de él, Abraham se reencontró con su antigua novia en el salón.
Desde entonces, se vieron con regularidad hasta que él volvió a pedirle matrimonio. La novia le exigió entonces que la ceremonia se celebrase aquella misma noche para no sufrir otra gran decepción. Y así fue. Aun así, el comentario del padrino de la boda resultó premonitorio: «Parecía como si a Lincoln lo llevaran al matadero», observó.
Con los años, los estallidos de cólera de la esposa aumentaron. En cierta ocasión, ella llegó a arrojarle a la cara una taza de café caliente en presencia de los invitados, mientras Lincoln permanecía en su silla, inerte y silencioso, con la señora Early afanada en limpiarle el rostro y el traje.
No contenta con eso, Mary se burlaba también del marido imitándole en su forma de caminar y regañándole por sus modales a la mesa. No en vano, Lincoln era cargado de hombros y torpe de movimientos. El hombre quedó sumido en una profunda tristeza hasta el final de su vida. Como dijo de él William Herndon, compañero suyo del bufete, «al andar, todo en él destilaba melancolía».
Quienes lo conocieron de verdad, aseguraron que la verdadera causa de tan insondable tristeza fue su desventurado matrimonio. Esquivaba siempre que podía la compañía de su esposa y solía vagar solo hasta altas horas de la noche por las calles más inhóspitas de la ciudad, cabizbajo y con un talante abatido.
Deseando la Casa Blanca
Aunque, en honor a la verdad, Lincoln jamás hubiese sido presidente de Estados Unidos de haberse desposado con Ann Rutledge, carente de ambición. En cambio, a Mary Todd le obsesionaba el deseo de residir algún día en la Casa Blanca. Fue ella, precisamente, quien le hizo presentar su candidatura al Congreso poco después del matrimonio.
Pero convertida en primera dama, la envidia carcomió a la señora Lincoln al comprobar que la hermosa Adele Cutts Douglas, casada con su antiguo novio, era la figura reinante en la sociedad de Washington. Empezó entonces su carrera desenfrenada para adquirir los más costosos vestidos y las más preciadas joyas a fin de obtener victorias sociales. La deuda del matrimonio se disparó hasta 70.000 dólares, cuando su esposo percibía 25.000 dólares anuales de sueldo.
Con razón, comentó otro amigo del presidente que «el único aspecto consolador de su asesinato es que murió sin conocer aquellas deudas».