Papel

Megan Maxwell, la mujer que un hombre necesita

No se necesita tirar de pedantería para convertirse en un “best-seller”. La naturalidad también un grado, una forma de acercarse a la gente. Así lo ha demostrado la escritora de las guerreras, que por fin, y “alejada de culturetas”, se detiene en la tierra con la que ha fantaseado durante años, Escocia

La escritora ambienta su nueva novela en Escocia, una tierra por la que se ha sentido atraída desde su infancia
La escritora ambienta su nueva novela en Escocia, una tierra por la que se ha sentido atraída desde su infancialarazon

La escritora romántica que arrasa en las librerías regresa con «¿Y a ti qué te pasa?», su nuevo «best seller»

No busquen a Megan Maxwell en el Café Comercial de la glorieta de Bilbao ni en el paseo de Recoletos, sentada en alguna mesa del Café Gijón. María del Carmen Rodríguez del Álamo Lázaro (Núremberg, Alemania), que es su nombre real aunque lo abandonase hace años, no es una escritora al uso. Al menos, no es como nos ha vendido el «manual del perfecto literato» que te catapulta a un exquisito triunfo. Es más, repudia al cultureta que mira por encima del hombro, y no digamos si va «de machito...», dice mientras frunce el entrecejo. Sin ésas, y simplemente siendo ella misma, ha conseguido ese mismo éxito con más de 1,7 millones de libros vendidos en apenas cinco años, más lo que prepara en los próximos meses para que no pare el vendaval.

Lo más inmediato, «El proyecto de mi vida» (Esencia), donde piensa «hablar del momento que estamos viviendo: de mujeres que tienen miedo a que les peguen, las infravaloren en su trabajo o se piense que, por el simple hecho de nacer con dinero, son tontas. Yo misma he dicho: “Mira esa pija imbécil”, cuando lo que en realidad me daba rabia era no tener su coche», se sincera arrepentida mientras repite «no soy una mujer que necesite un hombre, sino la mujer que un hombre necesita», el mantra de la obra que se publica en junio y que entrega a la editorial en dos semanas.

Ya no es esa chica de Aluche a la que su familia llamaba «Nenita», ahora es «Nena» –o Megan, para la mayoría– la que vive en Sevilla la Nueva (Madrid) y la que sabe que el dinero no forja la personalidad de uno, como tampoco lo hace vender toneladas de páginas.

Entre el mercadillo y Purificación García, apuesta por el primero, «sin duda». Es Megan Maxwell en estado puro, la misma que mata por un frapuccino de chocolate blanco o que come en el Foster. Nada de florituras que le alejen de la calle. Ahí es donde está su gente. Es la misma mujer que ha creado una legión de «guerreras» –«y cada vez más «guerreros», puntualiza– que la siguen y la persiguen. Da igual que sea la dependienta de una tienda en Málaga, que la cocinera del Stac Polly de Edimburgo, que una azafata en plena «coreografía» de emergencia, sus fans la reconocen y la paran.

Recién llegada a Escocia –a donde la acompañamos– y mientras espera a que salga la maleta por la cinta de la terminal son dos chicas las que se acercan: «¡Eres tú!». Sí, lo es, y reconoce la protagonista: «Esto es muy normal, lo que pasa es que luego no saben qué decirme y tengo que ser yo la que tire de ellas. Es curioso que donde más fotos me piden sea en la sección de pollos del Mercadona», ríe.

Disfrutar del momento

Pisa Escocia después de años fantaseando e inspirándose en ella, y pese a que no fuera hasta hace un año cuando conociera el país gracias a una despedida de soltera. Pero el gusto ya venía heredado de su madre, «que era la que leía cosas de los “highlands” cuando yo era pequeña». Hasta aquí ha llegado para coger ideas y para, entre otros, hacer del castillo de Stirling su castillo. Y si por el camino se cruza con un modelo posando para un calendario pues se hace una foto con él y tan contenta, aunque no sea Gerard Butler –también escocés–: «Oh... “Gerardo Mantequilla”, mi favorito», suspira.

Maxwell no se come la cabeza, «disfruta del momento» y es práctica. Bromea: «Si se cae el avión, por lo menos, que me pille con el estómago lleno». Y si hay algo que le preocupa, lo refleja en sus textos para desahogarse y para que sus más cercanos jueguen a encontrarla: «Me dicen que saben lo que van a decir los personajes porque soy yo. Aunque intente alejarme, es verdad que en cada libro meto algo mío, pero no digo el qué».

Medieval, romántica, erótica... La autora alterna los géneros «para no aburrirme», explica, «pero, sobre todo, busco que las novelas tengan mucha fuerza». Garra que encuentra en estas tierras del norte de Europa y que, sin embargo, no siempre ha gustado: «Antiguamente las editoriales me rechazaban porque decían que mis protagonistas [femeninas] tenían demasiado carácter». Pero ahora es eso lo que gusta, «el tesoro de las guerreras Maxwell», dice a la vez que enseña la muñeca tatuada con el emblema de la «orden» –un corazón con una «M» atravesado por una espada–.

Un símbolo que lleva parte del espíritu que clamó por la igualdad el 8-M en las calles y movimiento en el que Megan Maxwell ve reflejada una infancia en la que «solo éramos mujeres: mi abuela, mi madre, mis tías y yo. Nunca hemos tenido un hombre que nos cambiara una bombilla y sobrevivimos sin ningún problema». Dice conocer bien la desigualdad a combatir. Primero, por la asesoría jurídica en la que trabajó durante años y vio cómo por el simple hecho de ser hombres sus compañeros terminaban cobrando más a los «cuatro días de entrar»; y, después, por el castigo de los «culturetas», a quienes sufre por el mero hecho de haber abrazado la novela romántica, «infravalorada por los hombres que van de machitos con el corazón de hierro». «Que lo que escribo no es literatura me han dicho... ¡Porque ellos lo digan !–sentencia– No son «novelitas rosas», como las llaman, son historias de amor que, encima, intentan dejar un mensaje de ayuda»; y que tienen un objetivo claro: «Busco que la gente se enamore». Con ésas ha llegado a las estanterías su nuevo libro, «¿Y a ti qué te pasa?» (Esencia), la continuación de «¿Y a ti qué te importa?» en la que Menchu sigue su camino por la vida.

Y como del romanticismo al erotismo hay un paso Megan lo da sin miedo. Le divierte escribir sobre sexo, «sin los tabúes de la gente reprimida», y le sorprende que le pregunten sobre si las filias de su novelas son las propias: «Todo el mundo me dice: “¿Haces eso?”, pues no. Soy muy normal, pero es que cuando un autor recrea un asesinato no tiene que ir matando a la gente por ahí». Y no le falta razón, tampoco ha vivido en el siglo XIII y habla de él. Para eso queda «San Google» –como lo apoda Maxwell–, que «te acerca a todo».

Lo que Megan aproxima es la literatura a la gente. Historias que gustan y que enganchan a sus fieles hasta, como hace la protagonista de «Pídeme lo que quieras» en la novela, tatuarse frases en el pubis si es necesario. Una escritora que no entra en el canon que se nos ha vendido, que escribe en su «batcueva» de 9 a 21 horas con el pijama puesto sin preocuparse de más y que suelta lo que le nace de dentro. Sin miramientos. Sin pedanterías. Sin ahogarse en libros y desconectando con la doctora Grey y con Alejandro Sanz cuando el tiempo se lo permite.