Memoria de lo auténtico
Si un madrileño hubiera ido a Barcelona en 1916, fecha de nacimiento de Mercedes Salisachs Roviralta, se habría enterado de que la empresa catalana Pujol Comabella y Cía, acababa de instalar en un hipódromo la primera escuela de pilotos y talleres de aviación, pero que luego fueron llevados a un terreno al lado del mar, en el Prat de Llobregat, llamado la Volatería por la cantidad de aves que frecuentaban la zona, origen del actual aeropuerto de Barcelona. Pero si pensamos en otro madrileño que ahora fuera de visita a la Barcelona actual, casi en el centenario de la escritora, y ascendiera las escaleras de Gaudí de la Casa Milá, más conocida como la Pedrera, en el mismo Paseo de Gràcia, donde vive Mercedes Salisachs, seguramente también se preguntara, como aquel visitante de inicios del siglo XX, por la forma de ser de aquellas clases altas barcelonesas, a la vez conservadoras pero audaces, que construyeron una Barcelona de empresas y a la vez de audacia estética, todo tan alejado del poblachón manchego (como lo viera Azorín) que era Madrid.
Y quizá todos esos pensamientos sean necesarios para que podamos comprender bien la vida y obra de Mercedes Salisachs, hija de un importante industrial barcelonés, Pedro Salisachs Jané, y de Sofía Roviralta Astul. Y casada con otro gran industrial, José María Juncadella Burés. Monárquica, religiosa y con libros censurados por el régimen. Su primera novela, «Primera mañana, última mañana» (1955), la escribió con seudónimo: María Ecín. En 1956 ganó el Premio Ciudad de Barcelona con «Una mujer llega al pueblo»; en 1983 el Ateneo de Sevilla con «El volumen de la ausencia»; y en 2004, el Fernando Lara con «El último laberinto». Con «La gangrena» conquistó el Planeta en 1975. En mi opinión, Salisachs sintetiza su búsqueda del camino de la autenticidad en aquellas últimas palabras de su obra «La danza de los salmones»: «Lo demás fue un breve y ancho camino sin obstáculos hacia la apoteosis de su vidas».