Mendoza, una Defensa «violenta de las Humanidades»
El escritor abogó en el Congreso de Puerto Rico por una enseñanza de la Lengua lejos de ser una asignatura divertida.
El escritor abogó en el Congreso de Puerto Rico por una enseñanza de la Lengua lejos de ser una asignatura divertida.
«Hemos de defender la enseñanza con violencia, no física, aunque no hay que descartarla...». A esta frase hay que ponerle la voz de Eduardo Mendoza, su ironía, humor y aplastante sentido común. La primera parte de la frase hay que tomársela en serio; la segunda –la del guantazo–, no, o no del todo. Fernando Aramburu comentaba que a él le dieron un bofetón en 1970 que le «puso en el camino». Ya se sabe que esa generación que despide la cincuentena echa en falta aquel cuerpo de catedráticos que impartía en el bachillerato. «Los alumnos no quieren saber qué es un pleonasmo», dijo Mendoza, pero sin lamentarse, sólo constatando que la lengua, como cualquier máquina, debe cuidarse, saber cómo funciona, así que hay que enseñar Lengua y Literatura.
Cualidad innata
«La Lengua ha quedado marginada de los planes de enseñanza», afirma, siguiendo los consejos de estudiosos como Steven Pinker y Chomsky, que consideran que el lenguaje es innato y se adquiere espontáneamente. «Si se enseña la lengua como algo divertido no se toma en serio», dice el escritor, que considera que hay dos «molinos», puede ser que gigantes, contra los que hay que luchar. El primero de ellos tiene que ver con las políticas de «fomento de la lectura», intocable dogma que cree resolver todos los problemas de los jóvenes. El autor de «La verdad sobre el caso Savolta» es contrario a las bondades de este eslogan en el que se empeñan los políticos, por cuatro razones: es una actitud mendicante por parte de los escritores; da lo mismo que la gente lea o no, porque tal vez tenga ocupaciones más o tan formativas; fomentar la lectura no sirve para nada; y, por último, «porque tengo confianza en los jóvenes: ellos harán lo que quieran, dado que hay muchos formas de entretenimiento». Además, añade Mendoza, «la mayor parte de los libros que se leen no sirven para nada: hay libros que no se deberían leer».
El segundo «molino» lo representan los talleres literarios, tan extendidos ahora. Es ahí donde se reproduce la insistencia en dar la espalda a la Lengua. En una ocasión, Mendoza fue invitado a participar en uno de ellos y, ante la irritación de los alumnos, les propuso que redactaran una composición en endecasílabo. Lo hizo quien, aún no escribiendo poesía –por respeto–, ha traducido a Shakespeare en endecasílabos blanco y a Racine en alejandrinos rimados. El ejemplo de esas carencias literarias lo tiene el socorrido método de escribir como tarea «terapéutica», o para «conjurar los fantasmas interiores». «Todo eso no es cierto», zanja sin contemplación el autor. «Todo esto responde al miedo a la desaparición de las Humanidades en los programas educativos».
Entusiasmo quijotesco
El joven Mendoza fue obligado, con toda la buena intención a leer «El Quijote», y lo hizo con el entusiasmo con que acometía otras tareas colegiales. Sin embargo, él, como San Pablo, se cayó del caballo llegado el capítulo cuarto, y «vi una luz cegadora». Dicho capítulo empieza de la siguiente manera: «La del alba sería cuando don Quijote salió de la venta, tan contento, tan gallardo, tan alborozado por verse ya armado caballero...». Pero lo que impactó a Mendoza fue ese «cuando», ese adverbio con el que abrían todas las puertas hacia un mundo nuevo. «Soy desde entonces devoto de estudiar principios de capítulos y en mis novelas he contado que hasta tres empiezan con “cuando”». Por lo tanto, si las palabras no se utilizan correctamente se convierten en ventanas cerradas y de ahí a que «la mayor parte de los libros que se leen no sirven para nada y, alguno de ellos, no se deberían leer», hay un paso.
Una última reflexión para los que viven con mala conciencia la falta de lectores. «¿La lectura hace buenos ciudadanos? La erudición está muy bien, pero no mejora al ciudadano», concluye.