«Moby Dick», palabras nuevas para un clásico
Andrés Barba traduce al castellano la novela de Melville en una edición ilustrada por Gabriel Pacheco.
Las traducciones envejecen; los textos originales, no. «Es una maravillosa paradoja que encierra el misterio de por qué un libro es un clásico. Clásico, la frase es de Rilke y es divertidísima, es aquel libro capaz de soportar una mala traducción y seguir siendo un gran libro», comenta Andrés Barba. Es posible que cada generación necesite su propia traducción de las obras inmortales que ha dado la literatura en otras lenguas y, por eso, el novelista ha asumido el reto de ofrecer en castellano la novela de Melville, que, en su momento, no resultó precisamente acogida con el mismo entusiasmo e interés que hoy suscita en los lectores.
–¿Cuál ha sido la mayor dificultad al traducir «Moby Dick»?
–Claramente la terminología específica y el tono bíblico que tiene el libro. Había que ser fiel a un inglés que ya resultaba «arcaico» en la época de Melville, pero, además, había que hacer que sonara lo más fluido posible al mismo tiempo. Melville es un autor que en algunos libros tiene un inglés muy esquemático, por lo que la elección del barroquismo de «Moby Dick» es una elección completamente consciente y deliberada. Es difícil traducir el fraseo de «Moby Dick», hacer que fluya la frase de la misma forma en español. «Moby Dick» es una novela extraordinaramente dinámica.
–¿La jerga marítima fue un escollo? Es célebre por las dificultades que supone.
–Sí, sobre todo porque muchas de las palabras ni siquiera tenían traducción, no había un término «real» en castellano porque la tradición de la caza de ballena en lengua hispana ha sido muy limitada. Sólo había un poco en el País Vasco, Galicia y Chile. La tradición es más anglosajona y nórdica. Hubo, literalmente, que «adoptar» algunos términos inventados para la ocasión.
El principal objetivo que Andrés Barba se propuso con este trabajo fue ofrecer una versión, digamos, «panhispánica» del libro: «Quería una gran traducción que se pudiera leer de forma natural en el mayor número de países de habla hispana, no sólo en España, como es el caso de muchas de las traducciones existentes». Un comentario que responde a cierta discrepancia que mantenía con las traducciones anteriores: «Muchas de ellas eran demasiado españolistas en el sentido más peninsular de la palabra y se les caían de las manos a media Hispanoamérica, la otra es que muchas perdían (en aras de una supuesta literalidad) su “literariedad”, su música». Hacia esa meta, por tanto, encaminó los esfuerzos, pero, aparte de encontrar el sonido de la prosa de Melville, el fraseo que recorre las páginas de este libro, se encontró con un obstáculo que ya había previsto pero que no por eso era menos difícil de resolver: la influencia bíblica que impregna todo el volumen, desde el principio, ya desde ese inicio reconocido por todos: «Llamadme Ismael». Andrés Barba, que acaba de publicar «En presencia de un payaso» (Anagrama), asegura que «la sombra del tono bíblico acompaña todo el libro de una manera evidente. A Melville le influyó mu-chísimo la célebre traducción de King James, la traducción literaria de la Biblia en lengua inglesa por antonomasia. Es una traducción muy hermosa, muy sonora y de un enorme poder evocador».
Defectos y tentaciones
Andrés Barba ha comentado el desafío que implica encontrar «el tono», «la música» que acompaña un texto, pero no son los únicos puntos a los que un traductor debe estar pendiente. «Creo que la mejor virtud es la intuición que se debe tener para adivinar el propósito último del libro, su intención, su espíritu», comenta.
–¿Ha sentido la tentación de corregir algo del original al traducirlo al castellano?
–Por supuesto. Pero no lo he hecho. Hasta un libro como «Moby Dick» está lleno de defectos, igual que la salud de un organismo está llena de enfermedades. Pero que tenga defectos no lo hace menos maravilloso.
–¿Influyeron las versiones anteriores? ¿Le ayudaron?
–Los hombres, como decía Merton, no son islas. Sería absurdo que yo no utilizara el trabajo de otros traductores previos a mí. Eso no significa que les plagie ni muchísimo menos, pero ¿por qué no voy a ver cómo han resuelto ellos los problemas a los que me enfrento yo? En muchos casos he aprendido muchísimo así. No concibo la cultura como un largo listado de egos, sino como un esfuerzo común.
–¿Cuál ha usado más de ellas?
–Sobre todo la de Pezzoni, una traducción soberbia.
A Andrés Barba le disgusta reconocer que su oficio como escritor le haya echado una mano a la hora de enfrentarse a este clásico. Y de ahí emerge una contradicción que él mismo reconoce: «Traducir un libro es como sumergirte en él de una manera radicalmente íntima. Es curioso, pero casi siempre recuerdo mejor los libros que he traducido que los que he escrito. Los libros que traduzco, incluso los malos libros, me los acabo sabiendo casi de memoria». El escritor y traductor no disimula su satisfacción y concluye con ironía: «Tengo pendiente el tatuaje de un ancla...».