Monstruos, hay que quererlos
Charlie Fox analiza en un ensayo el origen de los demonios e indaga en la cultura popular y la mitología de Hollywood para entender su vigencia
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Charlie Fox analiza en un ensayo el origen de los demonios e indaga en la cultura popular y la mitología de Hollywood para entender su vigencia.
Son una parte inseparable del «nosotros». Ya no es posible concebir el hoy sin imaginarse un mundo rebosante de monstruos y de los espectáculos que movilizan con ellos. Están ahí. Los hemos aceptado como uno más por mucho que le pesen a las convenciones de que son algo a lo que temer. Hasta se han hecho con la tecnología militar punta, los drones, para usarlos como fantasmas voladores que asusten a las propias máscaras de Halloween; pero también con exposiciones dedicadas a Alexander McQueen en el Metropolitan de Nueva York o en el Victoria and Albert de Londres.
Los zombis también se han metido de lleno en la cultura popular del siglo XXI con una omnisciencia solo digna de un ser celestial y no son pocas las ciudades del mundo que celebran fiestas y carreras-gymkanas con miles de ellos. Ahí está el enorme éxito de «Stranger Things» (2016), donde un Demogorgon sediento de sangre al que se conoce como «el monstruo» merodea por los suburbios a sus anchas –y sirva como serie modelo de la fascinación que se profesa al terror de los años ochenta, cuando se ambienta la misma. Los vídeos de la cantante FKA Twigs, principalmente «Water Me» (2014) –dirigido por Jesse Kanda–, en el que se ve a la artista convertida en una muñeca humanoide que parece ilustrar la teoría del «valle inquietante» –hipótesis que afirma que cuando las réplicas antropomórficas se acercan en exceso a la apariencia real causan rechazo–, y el disco de Oneohtrix Point Never «Garden of Delete» (2015), que mezcla heavy metal, ruidos y música de baile electrónica para dar la impresión de que la pubertad es una pesadilla, y en cuya portada se ve la cara de un chaval que grita mientras su piel se derrite dejando al descubierto un robótico globo ocular y unos dientes y huesos sintéticos. Son algunos de los ejemplos que Charlie Fox (1991) enumera en «Este joven monstruo» (Alpha Decay) –traducción de Juan Manuel Salmerón Arjona– para mostrar los demonios que nos rodean, aunque sin invitar a odiarlos. Un ensayo que «estalló» en su cabeza mientras veía «La naranja mecánica» (1971), de Stanley Kubrick; la psicópata y poco amable figura de Alex centró su mirada y «quise reunir ese arte de ser un monstruo durante la adolescencia», explica.
No era el primero que tenía ante sí, porque si no, su reacción hubiera sido la que enseña en su libro: «Donde la mayoría de las personas ven monstruos por primera vez, si se tiene suerte, es en los cuentos de hadas, y en estos la reacción tradicional a su aparición es el asombro». Ya sucede en «Blancanieves y los siete enanitos» (1937) cuando la reina mala se transforma en bruja, gracias a su psicotrópica poción, y hasta su querido cuervo retrocede con espanto para esconderse detrás de una calavera, desde la que mirar con ojos aterrados.
Fox no se amilanó. El británico tomó a Alex y su pandilla como el inicio de un texto en que reflexionar: «La abundancia de monstruos que hay en la actualidad demuestra que la imaginación colectiva anda algo perdida y fluctúa entre el temor de lo que la tecnología o el trauma puede hacerle al cuerpo y la fascinación por las posibilidades que estos cambios suponen. En la situación actual, parece un buen momento para echar la vista atrás, rebobinar y compilar una especie de historias de los niños prodigio monstruosos que nos permita ver el presente a través de ellos y cambie nuestra conciencia. Si el monstruo es hoy eso, también es uno de los más antiguos inventos del arte: no de otra manera podemos llamar a la hidra a la que Hércules mata».
Miedo y belleza
Comienza así una carta «groupie» hacia su «querida bestia», el hombre lobo con el que se desahoga en el prólogo sobre qué es ser un monstruo y cómo lo acepta la sociedad; llegando a la conclusión de que «un monstruo es la forma que cobra un miedo». Ya divagó Alfred Jarry («Ubú Rey») sobre ello al identificar la monstruosidad con cualquier forma de belleza inagotable en la naturaleza.
«Las metamorfosis», de Ovidio; el «Thriller» (1983), de Michael Jackson; la citada figura del Alex de Kubrick; una estupefacta Alicia –la del País de las Maravillas–... Cualquier símbolo con trazas de esperpento le vale para abordar su meta. Desde la inclusión, sin miedos: «Ya no pienso que el monstruo sea una figura completamente negativa; que se piense que lo es es tu maldición, ya que vives esperando un amor que seguramente no llegará. Aunque la palabra viene del latín ‘‘monere’’ (‘‘advertir’’) y la vida de muchos monstruos no acaba tan mal, no tenemos por qué rechazar sus transgresiones», comenta Fox.