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James Salter, en el amor y en la guerra

Escritor de aclamadas novelas fallece a los 90 años el compañero de generación de Yates y Kerouac
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Escritor de aclamadas novelas fallece a los 90 años el compañero de generación de Yates y Kerouac
Dio la sensación de que le molestaba que le preguntasen por qué antes de su última novela habían pasado 35 años sin que publicase. En España, «Todo lo que hay» fue editada en 2014 por Salamandra. Era el escritor a quien los escritores nombraban cuando se les preguntaba por su favorito. Este hechizo pareció romperse en 2013 cuando en un acto en el centro «92nd Street Y» de Nueva York recibió dos grandes ovaciones del público que había ido a verle. Todavía así, en una entrevista con LA RAZÓN, reconoció que «me gusta una carta de los lectores de vez en cuando que me haga pensar que alguien ha entendido lo que he escrito. No me importan las críticas. Espero que a los críticos les gusten mis libros. Y si no, pienso que están equivocados», indicó al tiempo que sonreía.
El autor James Salter murió el viernes a los 90 años, según confirmó su casa editorial, Knopf. Nacido en Nueva Jersey el 10 de junio de 1925, su familia se trasladó a Manhattan, donde su padre se convirtió en un promotor inmobiliario de éxito. Salter fue a la Academia de West Point durante la Segunda Guerra Mundial. Allí era James Horrowitz. Después, a la Guerra de Corea. Consideró que es lo que tenía que hacer por su país. Piloto de aviones, voló en más de cien misiones y derribó a uno de los enemigos. Nunca tuvo miedo. «Siempre estuve interesado en escribir. Desde el colegio . De pequeño, me llamaba la atención. Hacía lo que todos los niños, libritos con una hoja de papel. Después la doblaba y hacía dibujos o lo que fuese. Quería escribir historias en ellos, pero recuerdo que no sabía qué, no sabía cómo escribir. Era un galimatías. En la escuela empecé a tener una noción de lo que era una historia. No me llegó de manera instantánea. Entonces llegó la guerra. La Fuerza Aérea. Todo se interrumpió. No tenía tiempo para escribir o no lo sentía necesario durante esos años. Quería volar. Hacer lo que otros hacían. Negué esa parte de mí, aunque escribí un libro en esa época: ‘‘Pilotos de caza”», explicó en referencia a «The Hunters» –el título en inglés–, que firmó con el nombre de James Salter. Más tarde llegó al cine, interpretada por Robert Mitchum. A él, se debió también el guión de «El descenso de la muerte» (1969), con Robert Redford, con quien forjó una sólida amistad a través de los años. Él le encargó el guión de «Solo Faces», que, aunque fue rechazado para la pantalla, se convirtió en novela en 1979.

Venerado por la profesión

Ganó el premio Windham-Campbell de Literatura (2013) de la Universidad Yale por «Todo lo que hay»; el PEN-Malamud (2012), que reconoce la excelencia en relatos; y el Rea, entregado a autores estadounidenses o canadienses, por «Relatos» (2010). El guión de la película «Boys» (1996) se basó en uno de sus textos cortos. Fue también galardonado con el PEN-Faulkner (1989), por «Anochecer», su primera colección de cuentos. Se ganó su reputación como novelista con «Juego y distracción», la historia de los «affairs» de un estadounidense durante la posguerra en Francia. Después destacó la novela «Años luz» (1975).
Aun así, nunca se convirtió durante su carrera en un escritor rabiosamente famoso ni aclamado por el público. La veneración le llegaba de los escritores y el mundo literario. Su capacidad de observación, sus descripciones del sexo y el valor destacaban en unas novelas que, más allá de ser éxitos de ventas, lo son en conseguir la permanencia en la mente de críticos, libreros y editores. ¿Cómo lo hacía? Con el «Todo lo que hay», en concreto, nos lo explicó en estas páginas: «En este libro, al principio, hice el guión. Luego, otros más. Es como un árbol: tienes las ramas, el tronco, las hojas... Pero no quieres que sea demasiado perfecto. Entonces lo cortas por un lado. Siempre estás seleccionando. Tienes que cribar bastante –en este momento se levantó y cogió una carpeta amarilla sobre «Todo lo que hay»–. Mira, tengo dos cajas de borradores . Yo no escribo en or denador. Estoy siempre escribiendo notas y haciendo cambios . En esta hoja están los nombres de los personajes –mostró un folio–. Pero lo impor tante es esto –y enseñó un cuaderno con el título de su última novela–. Todo está escrito a partir de las notas. Aquí están las del capítulo 29. Cuando estaba en este instante no había empezado a escribir ni siquiera el capítulo. Es mi método y funciona. Sí, te tiene que gustar escribir. Pero a nadie le gusta en realidad. No, a nadie. Escribir es difícil por lo general. Empezar. Sentarse. Lo es, y más hacerlo cada día», desveló. En su caso, ni siquiera sabía lo que iba a hacer antes de terminarlo. ¿Relatos, guiones, novelas? «Me encantaría –sonrió–. ¿La gente puede hacer eso? Que te sientes y... –movió las manos como si estuviera escribiendo–. Con ciertos libros, sabes lo que son, dónde empiezan y dónde acaban. Casi puedes tocarlos. Sólo queda en cierta manera escribirlos. A veces sabes lo que debe ser. Pero nunca qué hacer para que salga lo que deseas. Tienes suerte si escribes ese tipo de libro. En mi caso, sólo he escrito dos así. El resto he tenido que averiguar qué eran», indicó durante la entrevista.

Una exótica paella

En esta última novela, le hizo un pequeño regalo a España. Llevó al protagonista Philip Bowman, y a la que entonces era su amiga,Vivian, en el capítulo cuatro al restaurante español El Faro de la neoyorquina Calle 14, donde estaba la Pequeña España entre los años 50 y 80. Describió durante la entrevista así los restaurantes españoles: «He ido muchas veces, por eso lo incluí. Es barato y sirven platos exóticos como la paella. ¿Quién ha escuchado esa palabra?», se preguntó el autor, que más tarde hizo viajar al protagonista con otra mujer, Enid, hasta España. «Fue una casualidad. He estado allí y me gustó, así, que pensé: “Tienen que tener un affaire amoroso”. No quería que fuera en Francia de nuevo, pues la gente ya sabe que me gusta. Y tenía que ser Italia o España, nunca, desde luego, un país como Suiza», concluyó mientras rio y confesó que algún día debería aprender español.