Muere en Berlín el director de orquesta Jesús López Cobos
Nacido en 1940, tras acabar sus estudios de Filosofía en Madrid, decidió dedicar su vida a la dirección de orquesta
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El director de orquesta Jesús López Cobos ha fallecido en Berlín a consecuencia de un cáncer y sus restos serán trasladados a Toro (Zamora) su ciudad natal, donde serán enterrados.
Siempre dijo que la música había sido para él un consuelo. Que le había acompañado en los momentos más duros, cuando falleció su primera esposa, mediados los ochenta, por ejemplo. En el foso se crecía y recuperaba una salud que últimamente se había visto mermada. El 1 de febrero se le esperaba en el foso de la Ópera de Basilea para dirigir «Fausto» de Gounod, pero no fue así. Desde el coliseo se explicó que no podía asumir la dirección de la Orquesta de la Suisse Romande «por razones de fuerza mayor». Era con la batuta donde el maestro se agigantaba. Ahí se convertía en «Superlópez», como muchas veces quienes cubrimos la información de música clásica nos referíamos a él. Ayer falleció de madrugada en un hospital de Berlín, quizá pensando que dirigía en el aire su último concierto. Nació en 1940 en Toro, un pueblo de Zamora (donde será enterrado y se han declarado tres días de luto oficial), y se formó en los durísimos años de la posguerra. Con los medios siempre tuvo un buen trato, cercano pero sin confianzas. Educado. Fue un hombre discreto que recibió algunos reveses de envergadura en España durante su trayectoria profesional, como su paso por la Orquesta Nacional y su salida del Teatro Real. Quizá su país le entendió pero no tanto como él hubiera deseado.
En su pueblo de nacimiento vivió hasta los seis años y después se trasladó a Málaga. En Granada empezó los estudios universitarios, que acabó en la Complutense: Filosofía pura, una base para su forma de hacer música. Sin embargo, lo suyo tenía ritmo: su padre fue un enamorado de la música y a su madre la escuchaba entonar un amplio repertorio de zarzuela. Pasó, además, unos años estudiando en el seminario cantando gregoriano y como miembro del coro, aunque cuando puso el pie en la capital se dio cuenta de que no tenía vocación para el seminario. Y entró en el conservatorio. Estudió dirección de orquesta junto a Franco Ferrara y Hans Swarowsky, y se diplomó en composición en 1966. Gracias a una beca amplió en Nueva York sus conocimientos musicales y debutó en La Fenice de Venecia en 1969 con «La flauta mágica» de Mozart. Fue un punto de inflexión. A partir de ese momento llegaría la mayoría de las orquestas sinfónicas y filarmónicas del mundo como director invitado. Así, entre 1981 y 1990 fue director general de música de la Ópera de Berlín; entre 1984 y 1988 estuvo al frente de la Orquesta Nacional de España; entre 1986 y 2000 dirigió la Sinfónica de Cincinnati y de 1990 a 2000 se convirtió en el director de la Orquesta de Cámara de Lausana. Desde 2003 hasta 2010 fue director musical del Teatro Real de Madrid. Fue el director principal invitado de la Orquesta Sinfónica de Galicia. El 21 de junio de 2013 dirigió las nueve sinfonías de Beethoven con cuatro orquestas distintas en el Auditorio Nacional.
Trauma y autoexilio
La invitación a dirigir la Orquesta Nacional de España le atrajo. Significó para él un reto, el de volver a España y poner en práctica lo aprendido en otras formaciones de primer nivel con las que había trabajado. Sin embargo, la realidad con la que se encontró distaba mucho de las ideas de crear en libertad que López Cobos había aprendido en Berlín y EE UU, donde su carrera estaba encauzada. Fueron cuatro años duros y cuando se le pedía una palabra que definiera ese periodo siempre utilizaba la misma: «Traumática». Tanto le marcó que se «autoexilió» durante diez años. No volvió a pisar España para poner distancia y borrar, para restañar heridas abiertas que aún debían cicatrizar. Su nombramiento como director musical del Real vivió una primera etapa dulce con Emilio Sagi e Inés Argüelles como intendente que se viró turbulenta en los años previos a la llegada al coliseo de Gerard Mortier. Tanto él como Antonio Moral precipitaron su salida por discrepancias con la dirección. Una vez fuera declaró con amargura que «no me quedan ganas de volver al foso del Real. No regresaría aunque me lo propusieran. Si uno se va de un sitio porque le han hecho ver que no interesa es absurdo volver. Mi país ha sido el único en el que no he terminado normalmente. Cuando me hablan de hacer un teatro de referencia les digo que se fijen en el Metropolitan, el Covent Garden o la Scala y vean la estabilidad que han tenido», aseguraba con amargura. El dolor que le causaron las declaraciones que Mortier realizó al diario austriaco «Kurier», tildándole de «vago», le dejaron perplejo: «No me podía creer que pudiera decir eso. Una aseveración de ese calibre me parecía inaudita. Cada uno tiene su opinión pero mi conciencia está tranquila porque hice con la Orquesta Sinfónica todo lo que tenía que hacer. Hallé una formación pequeña que apenas tenía 80 miembros y la dejé renovada». Posteriormente llevaría el caso a los tribunales al considerar que se había lesionado su derecho al honor.
Música curativa
Le quedó pendiente no haber podido tocar un instrumento. Si hubo un músico que le sirvió de consuelo en los momentos más duros fue Brahms, y si había un compositor capaz de contagiarle alegría su nombre era Vivaldi. «Nunca falla», solía decir. El 22 de junio de 2013 significó un día especial para el maestro. Antonio Moral como director del Centro Dramático de Difusión de la Música le puso en bandeja un desafío que sabía que él iba a aceptar: dirigir las Nueve Sinfonías de Beethoven. Lo pensó y aceptó la maratón. Fueron doce horas de música y días de ensayos junto a la Orquesta Nacional, la de RTVE, la Sinfónica de Madrid y los profesores de la Joven Orquesta Nacional de España. «No me cabe duda de que estoy delante de la mayor experiencia de mi carrera, de mi vida. Es una manera de reencontrarme con Beethoven. Y de hacerlo en toda su magnitud. Mi primer concierto profesional fue hace 44 años con una de sus sinfonías. Tocarlas todas ahora me proporciona llevar al extremo este vínculo», comentó entonces.
Y volvió a insistir en esa capacidad curativa de la música y de Beethoven: «Es terapéutica. Lo fue para él. Con más razón lo será para todos los que estemos en el Auditorio Nacional». Y ese «non stop» musical del que hablaba Moral se produjo. Y el éxito, también. Fue quizá para Jesús López Cobos el sueño de una noche de verano hecho realidad.