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Dudamel, por el ruido y la superficialidad

La Razón

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Ciclo Scherzo
Obras de Beethoven y Wagner. Orquesta Sinfónica «Simón Bolívar» de Venezuela. Auditorio Nacional. Madrid, 20-1-2015.
Concierto orquestal de celebración de los veinte años del ciclo fundamentalmente pianístico de la Fundación Scherzo y treinta de la revista del mismo nombre. Concierto de agradecimiento a todos cuantos han tenido que ver en ellas: público, artistas, técnicos, sala, patrocinador, etc. ¡Felicidades por tantos años de trabajo bien hecho y, lo que también es importante, por haber logrado que esa buena labor sea reconocida! Para el festejo se contó con Gustavo Dudamel y la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar de Venezuela, elementos muy de moda en estos últimos años. No faltaron pancartas de protesta, solicitando libertad en aquel país, en la entrada de un auditorio abarrotado. Dentro, un público entregado... demasiado entregado. Por cierto, no logré ver a Juan Carlos Monedero. Helga Schmidt, la hasta ahora intendente del Palau de les Arts –envuelta a estas horas en problemas que superan con mucho sus responsabilidades en ellos y que ha de aguantar noticias falsas y tendenciosas que mancillan internacionalmente una reputación de años que ya nadie podrá restablecer– quiso contar con Dudamel para Valencia hace unos trece años, cuando el director aún no era la figura de hoy. No pudo ser. Me aseguraba entonces que Dudamel poseía unas grandísimas dotes y de hecho se lo he escuchado afirmar también a importantísimos maestros. No lo dudo, como tampoco su tendencia al efectismo y la superficialidad. Dudamel funciona mejor cuando trabaja con su multitudinaria orquesta que cuando lo hace con conjuntos extraños. Fracasó en Oviedo y tampoco acertó en Madrid cuando se presentó con conjuntos nuestros.
«Alma llanera», de propina
La agrupación venezolana sigue siendo joven, aunque ya no tanto, pero sí que mantiene su vigor y entusiasmo, notas más definitorias que las de calidad. Dudamel establece plantillas orquestales enormes, así fue en una «Quinta» de Beethoven que sonó a veces precipitada, con un scherzo destacable pero con un sonido global tendente a la banda y, sobre todo, en la selección del «Anillo» wagneriano, con más de 120 atriles, 12 contrabajos, 4 arpas... Mucho ruido, pocas nueces y casi ninguna tensión en su arquitectura. ¿Con qué iba a terminar la selección? ¿Quizá con el incendio del Valhalla? Claro que no, con la «Cabalgata de las valquirias». Es una muestra más de los planteamientos del aún joven director. Sin embargo, hay que reconocerlo, el público estuvo entusiasmado, muy especialmente tras la propina de un «Alma llanera» con tanto ritmo que apenas se percibía la melodía. Ésta es otra de las limitaciones de Dudamel.