El día que aprendí (algo) de música clásica
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Un libro acerca las grandes obras y las vidas de sus compositores a aficionados principiantes con tono pedagógico.
La primera enseñanza es una enmienda al titular: no lo llamen música «clásica» como si la belleza de las sinfonías que se detallan a continuación estuviera presa de otro tiempo, caduca y remota. Para los que sabemos poco (o nada) de este mundo, el acceso a la música, digamos, culta, es como situarse al pie del Everest. Pero igual que otros llevan botellas de oxígeno, nosotros vamos a contratar a un «sherpa». Íñigo Pirfano, director de orquesta y licenciado en Filosofía, propone un paseo por la historia de siete grandes obras y las vidas de sus compositores para que disfrutemos de las vistas de las cumbres sin que nos duelan los pies. Sólo una condición: lo primero que hace falta, la palabra clave para empezar la ascención, es la disposición, superar con buen talante nuestras propias reticencias psicológicas y, como dice Plácido Domingo en el prólogo de este libro, «dejar que nos hablen al corazón».
Desde el teléfono
«No son obras ‘‘del pasado’’ –insiste Pirfano–. No son un objeto cerrado, sino abierto, llamado a perdurar para siempre. Por supuesto, el mensaje no es evidente, ni automático. Exige pedagogía». Y es que si todos los tipos de creación humana fueran autoexplicativos, los museos de arte contemporáneo estarían llenos. Pero hacen falta pistas, vías de entrada, claves de interpretación y una invitación amable, algo que, como admitirán los propios directores de orquesta y especialistas, pesa en su lista de deudas impagadas. Y existe un segundo lastre: para entrar en este ámbito creativo hace falta una mínima concentración y atención, que quizá sea demasiado pedir para una generación joven que no puede pasar cinco minutos sin mirar el teléfono. Ah, pero para eso tiene su estrategia el autor, que fragmenta cada obra en partes acompañadas de explicaciones e incluye un código QR que, fotografiado con la aplicación adecuada de cualquier teléfono, nos transporta a la audición de las piezas. Así que, amigos del «smartphone», ya no hay excusas.
La selección de Pirfano es certera, abarca del Barroco al siglo XX. Y aborda todos los «géneros», según él lo describe: un oratorio (Bach), una misa (Mozart), un concierto (Beethoven), una sinfonía (Brahms), un ciclo de canciones (Mahler), una pieza de música descriptiva (Debussy) y un ballet (Stravinsky). El objeto no es el estudio exhaustivo, sino que cualquiera con los mínimos conocimientos pueda disfrutar de la gran música, de la misma manera que para conmoverse con una puesta de sol no hace falta saber de astrofísica. El ejemplo del atardecer es válido, porque en estas obras las cosas ocurren despacio. Nadie nos dirá cuándo prestar atención y a qué, ni qué sentir, pero el autor nos ayuda describiendo cuando el coro «canta al unísono, como si fuera toda la Humanidad» ante la tragedia de Cristo. La verdad es que el alemán no ayuda. Parece la peor lengua (esa dicción, esa fonética...) para ser cantada sobre un violín, precisamente el instrumento que más apela a las emociones humanas.
Mozart aparece como derrochador, bromista y hasta, podría parecer, un poco patán. Pirfano le presenta también como poco agraciado físicamente, incomprendido y marginado. «El perfecto ‘‘loser’’ de su tiempo», escribe. En las vacas flacas del final de su vida escribía un Réquiem para otro mientras se estaba muriendo y era consciente de ello. ¿Hay algo más emocionante que eso? ¿Y qué tal ser el mejor compositor de tu tiempo y saber que te estás quedando sordo? Beethoven tuvo tiempo de ver (aunque no escuchar) el estreno de su novena sinfonía, que despertó tal fervor entre el público que obligó a intervenir a la Policía. Eran otros tiempos pero ahí están los reflejos del presente. Y así se puede seguir, a través de retazos biográficos, la descomunal tarea de estos «profetas» y algunas de las partituras más famosas de la literatura musical, y situarnos ante una experiencia que puede ser más relajante que el tai-chi o bien convertirse en un naufragio en medio del Atlántico. Bach era un hombre hecho a sí mismo, con algo de mal genio, pero que veía cómo compositores mucho menos preparados iban accediendo a los puestos que él ambicionaba. Su carácter, determinación y sarcasmo le originaron no pocos conflictos laborales. Comprensivo con el error, pero implacable con la mediocridad. ¿Podemos no identificarnos con él? A Brahms, Chaikovsky y Debussy le insultaban públicamente con un tono que sólo los hermanos Gallagher de Oasis han conseguido imitar en la historia en un interesante capítulo en el que el autor le califica de un «solitario enamorado».
En la «Coda» del volumen es cuando debemos soltar la mano de nuestro «sherpa». Íñigo Pirfano da por concluida la primera etapa y ofrece una guía para los siguientes pasos. Para seguir la ascención, hay que atreverse.