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El dispendio en la ópera

La Razón

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El pasado diciembre se celebró en el Teatro Real la subasta bautizada como «La almoneda del Real». El título, no precisamente acertado, reflejaba una subasta de objetos pertenecientes a producciones del teatro. Experiencias similares se han dado en las óperas de París y Londres. En la casa se considera un éxito su resultado y posiblemente lo sea: la colocación de 285 lotes de los 400 ofertados, la recaudación de unos 50.000 euros y la ganancia de espacio en los almacenes. Sin embargo, el asunto merece un par de consideraciones. La primera surge al repasar las óperas a las que pertenecen los objetos: «Carmen», «Aida», «Macbeth», «Don Giovanni», «El viaje a Simorgh», «Faust-bal» o «La Dolores», hasta alcanzar doce títulos. Unos sólo vivieron una vez, otros se han repetido. ¿Tiene lógica incurrir en costes para obras que se sabe no se repetirán? ¿La tiene que en 15 años de vida llegue a representarse un mismo título con tres producciones diferentes?
La segunda consideración surge tras la observación de las piezas. Sorprende el dispendio al que se llega en los teatros de ópera, porque es de suponer que no haya sido algo exclusivo del Real. Era toda una muestra manifiesta del nuevo rico en la cultura. Baste señalar que los trajes, por cierto espectaculares en sus sedas, de Ginebra y Morgana para una ópera con tan pocas posibilidades de reutilización como «Merlín» salían a subasta a 2.800 y 1.500€euros, respectivamente. Ello quiere decir que en su día costaron aún más. Nadie cayó en la tentación, pero sí hubo quien se llevó el Packard de «Don Giovanni» por 7.800. Son cifras que marean como partes mínimas de producciones y que explican, que no justifican, los elevados costes de las producciones de los teatros y los precios de las localidades. Es éste un tema aún más lacerante en el Real, convertido posiblemente en el teatro más caro de Europa con la butaca de estreno a casi 400€euros. Los vídeos de Bill Viola para «Tristán» o la barbaridad económica de los próximos «Cuentos de Hoffmann» revelan que allí siguen sin entender. Decía Muti hace poco que los registas alemanes han arruinado la ópera. Se refería, con razón, a los posteriores a Wieland Wagner, Felsestein, Rennert o Friedrich, y bastantes italianos los han imitado. Añadiría que también los directores artísticos e intendentes. Cuando uno se mete en el túnel del tiempo con el DVD de «La forza del destino» de 1958 en Nápoles, percibe cuánto han cambiado las cosas. No podemos volver a aquello, pero sí, siguiendo el consejo de Verdi, «dar un paso atrás, que será un paso adelante».