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El flechazo de Nagano y la ONE

Felice: «Concierto para violonchelo». Mahler: «Sinfonía nº 5». Orquesta Nacional de España. Dir.: Kent Nagano. Auditorio Nacional de Música, Madrid. 30-III- de 2014
La Razón

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Extraños azares de la programación: la Sinfónica de Montreal cruza Europa de gira con su titular desde 2006, el americano de origen japonés Kent Nagano e interpreta dos conciertos en Madrid, comentados en estas páginas por Gonzalo Alonso, haciendo en uno de ellos la «Séptima Sinfonía», de Mahler; a las dos semanas, Nagano vuelve a Madrid para dirigir, por primera vez, a la Orquesta Nacional, y en el programa figura la «Quinta Sinfonía», de Mahler. Si Alonso apuntaba la tendencia del director a anclarse en el «mezzoforte» y olvidarse del «pianissimo», nada de ello puede predicarse del Nagano que ha encandilado a la Nacional en su último concierto: pasajes como la amplia secuencia de los violonchelos a media voz en el corazón del segundo movimiento de la compleja Sinfonía, el arranque casi camerístico del Trío del Scherzo o, como no, el célebre Adagietto, revelaron a un artista capaz de conseguir las más tenues dinámicas y pusieron de manifiesto el potencial poético de la agrupación. Nagano plasmó una versión formidable de la composición mahleriana, con un tiempo, el precitado Scherzo, que fue una lección de articulación y rítmica, un Finale pirotécnico al que no le faltó el humor y un doblete inicial de movimientos cincelados con ese trazo grueso que es imprescindible para expresar el pensamiento del compositor. Dentro de un conjunto sin fisuras, que sonó «mahleriano» de principio a fin, es de justicia destacar al trompeta Manuel Blanco, con el inmisericorde solo que abre la composición, y al trompa Rodolfo Epelde, solista en «obligato» del tercer tiempo. El Concierto «Más allá de los árboles» del italiano Arnaldo de Felice, obra encargo de la Nacional, difícilmente pasará a la historia, pese a la esforzada labor de su solista y co-dedicatario, el violonchelista Ives Svary, y del propio Nagano, el otro dedicatario de la obra. Pero la página sirvió para evidenciar, desde el principio del concierto, la buenísima sintonía y química entre director y orquesta. Ojalá este afortunado primer encuentro tenga consecuencias posteriores. De momento, quede claro que, cuando quiere, Nagano sabe hacer que una orquesta suene bajito. Y cuando quiere que atruene, también.