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Íñigo Pírfano: «Sólo sabe gozar del fútbol quien disfruta de una buena sinfonía»

Íñigo Pírfano / Director de orquesta. Acercará «la novena» de Beethoven a los colectivos más desfavorecidos con «A Kiss for All the World»
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Íñigo Pírfano se encuentra ensayando con la Orquesta Sinfónica Nacional de Colombia para los conciertos de «A Kiss for All the World», un proyecto con el que quiere «llevar a los colectivos más vulnerables la dignidad que da la cultura». Las próximas citas serán el 3, 4 y 5 de marzo en Bogotá, pero recorrerá el mundo con el mismo repertorio, la 9ª sinfonía de Beethoven, una obra que «es Patrimonio de la Humanidad y la mayoría de la gente no la conoce porque ni siquiera tiene lo necesario para subsistir», dice. Por eso la ofrece gratis para que «todos podamos abrazarla».
–¿Es la música un bien de primera necesidad?
–Este proyecto viene a que se revise ese concepto y no tratemos al ser humano como estómagos y personas sin decencia. Pretendemos cambiar las sociedades locales a donde vamos y que se den cuenta de la importancia que tiene la música y la dignidad que da.
–Quizá habría que empezar por España.
–En nuestro país existe el prejuicio generalizado de que la música sinfónica es para una élite reducida y sofisticada, y que es algo burgués. Sin embargo, las grandes composiciones clásicas tienen un mensaje para cada corazón humano.
–¿Cómo se elimina ese prejuicio?
–Hay que plantear un sistema educativo que coloque a la música en el lugar que le corresponde. Además, muchas veces ni en los colegios ni en los conservatorios se enseña de manera adecuada. Se pone el acento en aspectos que no dan cuenta de lo esencial de la música, limitándose a lo estrictamente técnico.
–¿Por eso no sabemos valorar el género sinfónico?
–El acceso a las grandes obras del pensamiento exigen preparación y el público es osado porque mide con el rasero del pobre instrumentario del que dispone la calidad de lo que está escucchando, y hay piezas que rechaza directamente porque no le dicen nada. Debería formarse más para juzgar.
–No siempre se está dispuesto.
–Hay personas que sólo buscan el entretenimiento, y su trabajo es el modo de asegurárselo. Para mí es un enorme error conceptual porque sólo el que disfruta de su empleo puede disfrutar de su ocio, pero se ha perdido la pasión. La gente no sabe muy bien por qué hace las cosas pues no se lo plantea, se ha entrado en una especie de inercia en la que de lunes a viernes se va a un trabajo que te enriquece, y de viernes a domingo se intenta llenar la vida para olvidar que el lunes se tiene que volver al empleo.
–Entonces, ¿las producciones deberían ser más modernas para atraer al público?
–También hay un enorme espectro del público que no ven las óperas si no es con el planteamiento original, las pelucas y tal. A mi modo de ver, esto constituye un fallo. En el fondo lo que un director de escena honrado y profundo debería plantearse es la esencia del mensaje que transmite la obra, que se puede expresar de muchas maneras posibles sin traicionarlo.
–¿En España hay talento para lograrlo?
–El problema es que las personas que lo tienen lo han desarrollado pese a vivir en este país, en el que estructuralmente y tradicionalmente la música no significa nada. Y hasta que no lo haga no vamos a tener un público capacitado para acceder a este arte y disfrutarlo. En España la gente no se cree que haya una carrera de piano. En Centroeuropa, donde tuve la suerte de formarme, eso no pasa. Alemania tiene la mejor orquesta del mundo y uno de los grandes equipos de fútbol. En los colegios se enseña música conscientes de la importancia que tiene y también son unos apasionados del balompié. Ambas disciplinas se autoimplican, sólo disfruta de un partido de fútbol quien sabe gozar de una sinfonía. Las dos son realidades metafísicas, el fútbol está lleno de cosas inexistentes, el fuera de juego, por ejemplo.
–Es que algunas personas no tienen al músico como profesional.
–Lo es, y trabaja gente muy seria. Además de tener talento tienes que moverte y tener contactos. Con mis colegas nos solemos quejar de que el 80% de nuestra labor se desarrolla delante de un ordenador escribiendo correos, vendiéndote, haciendo todo tipo de conexiones, para luego llegar a un escenario y allí sí desarrollar tu capacidad creativa.
–Las estrellas no lo necesitan.
–El de los solistas es un mundo muy competitivo y esclavizante. El pianista Lang Lang, al que tuve la suerte de conocer, contaba como lo que nosotros vemos en las redes sociales de su trabajo es fabuloso, muy sofisticado, y va de un lugar a otro. Por otro lado, es una persona que vive en un avión, que da 100 conciertos al año, que no tiene tiempo para amigos.
–Además, existe bastante ego.
–Es de los campos en los que más hay. El caso más clamoroso es el de Brahms, que al comienzo de su carrera recibió de Schumann unos halagos en un artículo importante. Esto fue un arma de doble filo porque, a la vez que llamó la atención de todo el panorama musical centroeuropeo, se volvió en su contra y toda la nueva escuela alemana, sobre todo de Wagner y Liszt, le tomaron como parte de sus burlas.
–En la película de Woody Allen «Misterioso asesinato en Manhattan», un personaje dice: «Cuando escucho a Wagner durante más de media hora me dan ganas de invadir Polonia».
–De ahí la responsabilidad del artista, que es enorme ante sí mismo, la posteridad, y sus coetáneos. Hay una música que saca lo mejor del humano, y otra lo peor. Si los nacional-socialistas adoptaron las piezas de Wagner es por algo. Desde luego, el compositor era profundamente antisemita, y hay algo en su música que entronca con el pangermanismo y ese ideario perverso.

El lector

«He de confesar que cada vez sigo menos la Prensa. Es una decisión voluntaria porque me da mucha pena la crispación que percibo en España. Además, esa dependencia casi enfemiza de la situación política a mi modo de ver nos hace mucho daño, y como tiene posibilidades de afectarme, he decidido renunciar a esa información».

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