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José Manuel Zapata: «Un poco brujilla sí soy, me gusta enredar»

José Manuel Zapata: «Un poco brujilla sí soy, me gusta enredar»
José Manuel Zapata: «Un poco brujilla sí soy, me gusta enredar»larazon

Es la mala del cuento, y nunca mejor dicho, en la ópera «Hansel y Gretel» que se verá a partir del día 20 en el Teatro Real

Había una vez un tenor que siempre daba el do de pecho. Lo mismo si se trataba de Rossini que de Sánchez Verdú. Había una vez un tenor generoso y divertido, muy divertido, que al mal tiempo sabía ponerle la mejor cara. Se llama José Manuel Zapata, natural de Granada. Soñó una vez con cantar en el Metropolitan de Nueva York y cumplió andando el tiempo su deseo. Cuando era casi un chaval cantaba en el restaurante de sus padres imitando a Nino Bravo. Ya apuntaba maneras. Y hoy, después de muchos espectáculos, bastantes tardes y noches de aplausos, vuelve al Teatro Real convertido en una bruja, la del cuento de «Hansel y Gretel». Será el 20 de enero cuando levante el telón. Este año lo tiene muy completo: se repondrá «El pimiento Verdi» en los Teatros del Canal, cantará «Pagliacci» en la Abbao, «La flauta mágica» en La Coruña, «L’Incoronazione di Popea» en Viena...

–¿Por qué le visten siempre de cosas raras?

–No lo sé, pero es así. A los directores de escena les gusta vestirme de mujer y aquí estoy ahora, para ser la más mala del cuento, aunque en el fondo quiera hacerme la buena.

–¿Sigue esta versión el cuento clásico o nos sorprenderá con una bruja en la luna o en el Polo Norte?

–Es exactamente igual al cuento, pero ella les alimenta con comida basura. Es la dueña de un supermercado y les atiborra de chocolatinas, paquetes de comida con grasas saturadas. La casita de chocolate se ha convertido en un super.

–Usted ha hecho en escena de casi todo.

–Sí. Me falta hacer de mala malísima.

–¿Es usted un poco bruja?

–Brujilla, diría yo. Me gusta enredar, pero mala mala no soy, aunque me vienen a la memoria los nombres de muchas infinitamente peores, de una ideología y de otra que me resultan fascinantes.

–¿Ha sido complicado trabajar con dos niños grandes?

–Son muy buenos. Como si fueran míos los dos. Me los como en los ensayos... Desde luego, a Silvia me la comería de verdad (risas).

–No le acabo de imaginar...

–Me llaman Wichi the Pooh, como al oso. Mi personaje es muy abuela criticona, como esas señoras que se reúnen por la tarde alrededor de un café y ponen verde a todo el que pueden, pero que resultan familiares y entrañables. Estoy verdaderamente impresionante: voy enfundada en un Chanel y llevo taconazos.

–De usted me lo creo casi todo. ¿Y anda bien?

–Puedo poner un pie al lado del otro, pero cuando camino me duelen hasta los empastes.

–La caracterización no tiene desperdicio. Lleva un peto que da entre pavor y grima.

–Es de látex e incluso cuando respiro se mueve. No sabes lo que pesa. Y la caracterización resulta espectacular: totalmente calvo y sin barba. Es como si me hubieran construido una cara nueva.

–¿Se ha afeitado la barba?

–Temporalmente, pero me la dejaré crecer y eso que la tengo por vago, no por modas ni porque se lleve ahora.

–¿Cuándo pierde el humor José Manuel Zapata?

–La vida ya es lo suficientemente corta y difícil como para además estar de mala leche desde por la mañana. Fuera malos rollos. Pero no te engaño: la tristeza profunda que yo tengo cuando estoy de bajón a veces resulta insoportable.

–¿Ha tenido que hacer muchos juegos malabares con la crisis?

–Si se refiere a que si hemos tenido que rebajar el caché, así es. El trabajo ha sido igual. Los más grandes son los que menos lo han notado, pero, en general, todos nos hemos ajustado. Antes había conciertos por los que se llegaba a cobrar 120.000 euros. Hoy, entre el 40 y el 50 por ciento de los teatros han recortado presupuesto y, por tanto, programación. Muchos teatros lo están pasando bastante mal, están asfixiados. Necesitamos la cultura para vivir, no lo olvidemos. Es como el aire. Yo quería montar algún espectáculo que he dejado parado porque los números no me salían.

–En los últimos años se ha alejado de la ópera más tradicional para montar espectáculos en los que prima el humor. Es usted un pedazo de emprendor.

–Desde luego que sí. Me gusta crear y producir, pero has de ir con mucho cuidado para no dar un paso en falso. Los experimentos, siempre con gaseosa.

–¿Ha sentido miedo escénico?

–Muchísimo. Es más el miedo al juicio de quien te escucha y puede escribir esto o lo otro. Vivir bajo la lupa es agobiante, sin embargo me siento muy bien con el público. Debes pensar que si una noche fallas o no llegas no pasa nada porque se acaba olvidando, no estás en una mesa de operaciones con un paciente entre las manos ni están gobernando un país. Comprendo el miedo de Pastora Soler, pero la conozco, y ella es una diosa y volverá a cantar. Seguro.

–Se presenta un año lleno de citas electorales. ¿Lo tiene usted claro?

–Me gusta Albert Rivera, es un señor. Lo que le pido a un político es que cuando hable escuchemos un discurso con sentido común, no lo que cuenta una grabadora. Y él me parece que cumple ese requisito. Lo bueno de la democracia es que si no estás conforme con quien te gobierna puedes quitarlo de en medio. Va a ser un año apasionante. Me parece interesante que podamos ver que en la política no todo está hecho.

–¿Qué me dice de Podemos?

–Estoy de acuerdo en las cosas que dicen con sentido común, pero cuando hablan de Venezuela o de Eta, para nada. Ahí se me ponen los pelos de punta.

–¿Se han portado bien los Reyes Magos con usted?

–Estupendamente, aunque les pedí a Adriana Lima y no me la han traído. He sido muy bueno. Los vivo a tope cuando estoy con mi hija, pero a mí me gusta más que el invierno, la primavera.