La claridad ejemplar de Christian Zacharias
Crítica de clásica / Ciclo Scherzo. Obras de Scarlatti, Ravel, Soler y Chopin. Piano: Christian Zacharias. Auditorio Nacional, Madrid, 17-XI-2015
Hemos advertido siempre en Zacharias una pulsación de absoluta nitidez, una digitación muy limpia y un dominio exquisito de las dinámicas. Contempla con cuidado el uso del tempo y establece unos muy flexibles parámetros rítmicos, de manera que su discurso siempre resulta elástico y fluido sin que pierda por ello la cuadratura. A menudo alcanza un alto grado de concentración, que le lleva a desempeñarse con un cierto hermetismo. Rasgos que ha mostrado de nuevo en ésta su nueva actuación para el ciclo «Grandes Intérpretes». Se enfrentaba a un programa tan bello como exigente. En las cinco «Sonatas» de Scarlatti y en las cuatro del Padre Soler –hasta cierto punto heredero de aquél– ha puesto también en evidencia su toque fino, su sentido de la danza, su gracia para la ornamentación, su refinamiento en las gradaciones de intensidad; la precisión infalible de los ataques, de lo que es buen ejemplo la interpretación de la conocida y jubilosa «Sonata nº 84», plagada de trinos y de adornos, del cura de Olot. La «Sonatina» de Ravel, ese cristalino viaje al clasicismo más transparente, ha tenido el aroma, el control del «sfumato» requeridos. Con un sapiente, aunque discutible, uso del pedal.
Luego dos «Scherzi» y cuatro «Mazurkas» de Chopin. Excepto lo que nos ha parecido un arranque algo atropellado de la primera de aquellas composiciones, todo ha brillado a gran altura. El canto en pianísimo del segundo tema de esa obra ha tenido la delicadeza exigida. Un efecto desplegado asimismo con mucho arte en la sección central del segundo «Scherzo». La concentración, el ensimismamiento, la dolorida expresión obtenidos en la «Mazurka op. 17 nº 4 en la menor» han sido magistrales. Suavidad, elegancia, refinamiento sin dengues ni arrebatos. Y un muy substancioso substrato rítmico.
No es Zacharias un pianista de grandes gestos o de sonoridades plenas, un romántico puro, sino un estilista reflexivo y meticuloso. Un apolíneo con corazón. Una meditativa «Arabesque» de Schumann, anunciada por el propio pianista –algo que deberían hacer todos– y un Scarlatti fueron los aplaudidos bises.