La Scala, en el alero
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Alexander Pereira (Viena, 1947) realizó un magnífico trabajo como intendente de la Ópera de Zúrich entre 1991 y 2012. En este pequeño teatro se ofrecieron funciones casi a diario con los más destacados directores musicales, registas y cantantes. Casi todos a cambio de contratos que les garantizaban la residencia fiscal en Suiza. Era un mago para encontrar financiación y él se llevaba un porcentaje de lo que conseguía. En julio de 2012 se hizo cargo de un Festival de Salzburgo que no acababa de reencontrar su camino. Tenía contrato por cinco años, pero se cruzó la Scala y fue nombrado intendente de ella para empezar este otoño. Puede que no llegue a hacerlo.
Una de sus primeras actuaciones fue recriminar la actitud de los «loggionisti», aquellos aficionados que desde el paraíso son capaces de decirle a una célebre soprano, tras cantar ella en «Don Carlo» las palabras «Lloro...», «Nosotros sí que lloramos, señora». Los mismos que no aceptaron a Piotr Beczala en la pasada «Traviata». A Muti tampoco le gustaban e intentó que tuviesen que entrar con el DNI en la mano, pero supone una novatada atentar contra ellos como primera acción, ya que son una institución.
A continuación, al parecer, ha firmado un contrato como intendente de la Scala con Salzburgo, donde aún es responsable, por el que Milán adquiere varias producciones de éste. Entre otras, «Falstaff» de Michieletto, «Don Carlo» de Peter Stein, «Los maestros cantores» de Herheim y «Lucio Silla» de Pynkoski. «Pereira compra Pereira» titula la Prensa alemana y él explica que esas producciones sólo le van a costar a la Scala un total de 1,6 millones –luego rebajados a 1,2– por siete espectáculos y más tarde a apenas 700.000€ por sólo cuatro títulos. Una ganga. Pero las formas son las formas y, además, la Scala es el teatro italiano de referencia en el mundo y no una segunda oportunidad para saldar las maltrechas cuentas austríacas. Helga Rab-Stadler, presidenta del Festival de Salzburgo, ha complicado las cosas al declarar sin tapujos que Pereira con la operación milanesa sólo trata de rellenar el agujero que deja en Salzburgo. Muti se mostraba cabreadísimo con este asunto en su reciente visita a Madrid y Toledo. Le parecía un escándalo inadmisible. Los «loggionisti» y los sindicatos se han unido para plantar cara a Pereira y sus modos, que siempre han sido de llamativa soberbia, y el alcalde de Milán, figura clave en este asunto, aún no ha decidido qué camino tomar.
Se habla de la posible sustitución de Pereira antes de que empiece oficialmente, tal y como acaba de suceder en Dresde con Serge Dorny, destituido antes de empezar por su enfrentamiento con Thielemann, o como lo fue Mortier en Nueva York. ¡Mundo de intendentes vedettes y de políticos oscuros!