Lugansky y su elegante circunspección
Crítica de clásica / Ciclo Scherzo. Obras de Franck, Schubert, Grieg y Chaikovski. Piano: Nikolai Lugansky. Auditorio Nacional, Madrid, 20-X-2015.
Lugansky (Moscú, 1972) es un pianista fiable: clara digitación, sentido de las proporciones, sonido muelle, nunca agresivo, experto manejo de los pedales, «legato» elegante, técnica espléndida (con un único fallo apreciable: roce de una nota en la pieza lírica de Grieg «Día de boda en Troldhaugen, op. 65 nº 6») y tranquila actitud ante el teclado. Aunque siempre echemos de menos en él un poco más de calor.
La pieza de Cesar Franck titulada «Preludio, fuga y variación, op. 18» fue expuesta a media voz, con calma y serenidad, sin mover un músculo, de forma certera. Las voces de la fuga se distinguieron perfectamente en una progresión quizá excesivamente mesurada. Mesura asimismo en la «Sonata D 958» de Schubert, tocada con nobleza y buena diferenciación del tema lírico tras los acordes de introducción en el «Allegro» inicial. Desarrollo diáfano y reexposición del tema de apertura tocado de mayor color y fuerza. Concentrado y claro el «Adagio», gracia muy justa en el «Menuetto», con acertada acentuación de las disonancias, y bueno el «moto perpertuo» del «Allegro» postrero, donde el pianista se soltó un poco la melena perdiendo algo de su sempiterna circunspección. Trinos, embellecimientos, matices, manos cruzadas sin problemas.
La suficiencia se mantuvo en las «Tres piezas líricas» de Grieg. Pausada, en piano y pianísimo la «Arietta op. 12 nº 1», ágil y volandera «Mariposa op. 43 nº 1» y de auténtica exhibición la mencionada «op. 65 nº 6». Una demostración de fuerza, de dedos y de precisión que se extendió a lo largo de toda la larga, virtuosa y algo huera «Gran sonata» de Chaikovski, tocada con extrema brillantez en una demostración de pianismo sinfónico de altos vuelos. Anotamos la magnífica manera de cantar el tema lírico en el rapsódico primer movimiento; como bien delineada fue la melodía de la cantilena del «Andante», una suerte de animado soliloquio. El mendelssohniano «Scherzo» fue enunciado de forma fulgurante, ligero como el viento. La amplitud en las frases del «Allegro» final fue impresionante. Como lo fueron dos de las propinas ofrecidas, espumosas y enfebrecidas, jazzísticas, debidas seguramente a la mano del ruso Nikolai Kapustin (1937).