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Bowie, el alienígena que nació en Brixton

Se atrevió con todo y subió a lo más alto desde un barrio de Londres. El mundo entero llora la desaparición de un artista capital e inimitable
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Se atrevió con todo y subió a lo más alto desde un barrio de Londres. El mundo entero llora la desaparición de un artista capital e inimitable
«Mírame, estoy en el cielo. Tengo cicatrices que no se pueden ver. Tengo un drama que no puede ser robado. Ahora todo el mundo me conoce». Cuando el último álbum de David Bowie, «Blackstar», salió a la venta el pasado 8 de enero, el cantante ya sabía que se estaba muriendo. Acababa de cumplir 69 años. La crítica elogió su trabajo, que sólo incluye siete temas. Recalcó que había emergido revitalizado y fortalecido. Resurgir de sus cenizas, al fin y al cabo, había sido su tónica en prácticamente todas las décadas que siguieron a 1972, cuando hizo temblar, por primera vez, los pilares del templo de la música con «The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars». Sin embargo, esta vez, él sabía que no volvería. «Blackstart» era su adiós.
El cantante falleció en su casa de Nueva York. La noticia fue confirmada ayer por su hijo Duncan Jones a través de un comunicado difundido por las redes sociales: «Murió en paz rodeado de su familia después de una valiente batalla de 18 meses contra el cáncer». El mito de Glastonbury evidencia como pocos el alcance del Duque Blanco en la cultura popular. Su ethos artístico, más que por la transgresión que desde sus inicios en los 60 le había atribuido parte de la crítica más conservadora, se basaba en el rechazo a las etiquetas. Bowie rompió barreras musicales, sexuales y artísticas en una constante evolución que nunca mostró incoherencias, sino el apetito explorador de un genio que, desde el humilde barrio londinense de Brixton donde nació, no sólo supo anticiparse a los tiempos, sino marcar una era.
Sin convenciones
Aunque las especulaciones sobre su salud habían dominado la industria durante años, la noticia de su muerte cogió por sorpresa a un país donde era venerado como uno de los cuatro iconos británicos vivos. Moría tras una vida de excesos inevitablemente asociados al estatus de tótem musical, con alcohol, drogas y una rampante pansexualidad. Desaparece uno de los referentes culturales de la era contemporánea, pero queda viva su leyenda.
Venerado como el gran maestro que rompió convenciones, su imagen resulta tan popular como su propia obra musical y su influencia va más allá de sus colegas de profesión, con ecos que se expanden desde el universo de las artes plásticas hasta la industria de la moda. Su impacto, empezando por su propio rostro, presente en prácticamente todas las portadas de sus discos, es obligatorio para entender la evolución social y cultural del siglo XX y su influjo llega hasta las generaciones actuales, que reconocen el legado del camaleón como una de las referencias que han cambiado la música para siempre. La impronta que su desaparición ha generado en Reino Unido es tal que resulta necesario remontarse al asesinato de John Lennon, que ocurrió hace 35 años, para hallar paralelismos.
Los mensajes de condolencias a ambos lados del Atlántico se convirtieron en virales. El primer ministro británico, quien recientemente había nombrado «Hunky Dory» como su álbum favorito de todos los tiempos, recordó que el peso de Bowie va más allá de la música. David Cameron reconocía ayer el «dolor de todo un país por la pérdida de un inmenso talento británico» y subrayaba que «si bien ‘‘genio’’ suele ser una palabra sobreutilizada, musical, creativa y artísticamente David Bowie lo era». Otra leyenda viva de la música de las islas, Paul McCartney, lo calificó como una «gran estrella que brillará en el cielo para siempre» y reivindicó el «muy importante papel que su obra ha jugado en la historia musical»; mientras que uno de sus grandes pupilos, Iggy Pop, a quien produjo sus dos primeros discos en solitario, declaró en Twitter: «Su amistad era la luz de mi vida. Nunca he conocido a alguien tan brillante, era el mejor».
w ante la inmortalidad
Incluso la Iglesia de Inglaterra expresó su admiración por un artista que desafió todas las convenciones sociales. Su líder, el arzobispo de Canterbury, dijo que siempre «disfrutará lo que era, lo que hizo, el impacto que tuvo»; y el propio Vaticano quiso rendirle su propio homenaje por medio de su portavoz de Asuntos Culturales, el cardenal Gianfranco Ravasi, quien recogió parte de la letra de su primer gran éxito, «Space Oddity», de 1969, a la que añadió «que Dios esté contigo (David Bowie)».
Este tema, que dio título a su segundo álbum, fue su puerta de entrada a la inmortalidad. Los icónicos acordes que inician la aventura del Major Tom en el espacio fueron empleados por la BBC en la retransmisión de la primera misión a la Luna, en 1969. Las televisiones norteamericanas, por el contrario, consideraron el tema inapropiado, por tratarse de un astronauta que decidía cortar lazos con la Tierra y «flotar entre las estrellas». Otras dos canciones, «Ashes to Ashes», de 1980, y «Hallo Spaceboy», de 1996, continuaron con el relato de un personaje que, como su autor, ha pasado ya a formar parte de la cultura popular, con su propia representación en el espacio después de que la interpretación del astronauta Chris Hadfield se convirtiese en viral.
Y es que si algo ha caracterizado la trayectoria del artista es su pasmosa capacidad de generar un impacto global permaneciendo fiel a sí mismo. A pesar del éxito de su alter ego Ziggy Stardust, a Bowie no le tembló el pulso al devolverlo a este ambiguo alienígena a su planeta en 1973, apenas un año después de haber sorprendido al mundo con el disco que hablaba de su ascenso y caída con Las Arañas de Marte. Tampoco se amedrentó por las malas críticas de irrupciones cinematográficas como la que protagonizó con la mismísima Marlene Dietrich en «Just a Gigolo», del mismo director que había contribuido al mito con «The Man Who Fall To Earth, Nicolas Roeg».
Bowie se atrevió con todo. Se calcula que vendió 140 millones de discos en una carrera en la que participó en hasta diez bandas. Su gloria fue siempre personal y declinó el nombramiento de sir en 2003. Su espíritu libre, hambriento de experimentación, y una creatividad sin límites conquistaron un mundo que ahora llora a uno de sus más valientes artistas.