Pablo Heras-Casado: «Tengo carnet de albaicinero, granadino y español»
Director de orquesta. No para. Nombrado recientemente principal director invitado del Teatro Real, dirigirá «Carmen» el día 30 en el Met
Lleva Pablo Heras-Casado (Granada, 1977) un día de locos. Casi todos los días lo son, a qué negarlo. Pero una locura que le encanta y de la que disfruta, que sarna con gusto... Viaja en un avión, se apea en un país, deshace la maleta, hace otra, vuelve de nuevo al aeropuerto y recala en el continente opuesto. Hace unos días estuvo en Madrid. Disfrutó, y mucho. Era su puesta de largo para los medios como principal director musical invitado del Teatro Real junto a Ivor Bolton. Presentación por todo lo alto, foto para la posteridad y una sonrisa de oreja a oreja, aunque Heras-Casado es comedido, no se vayan a creer. Y después, destino Europa. Después, rumbo a Nueva York. Y entremedias, posa con nuestro periódico en Ámsterdam. No se le puede pedir más a quien es uno de los directores españoles con más proyección internacional y un valor en alza. Si cotizara en Bolsa habría que comprar acciones Heras-Casado. Palabra.
-No se puede quejar. Menudo año lleva: se lo rifan en medio mundo, le nombran director del año y ahora le quieren en España más que nunca. Estará más presente en la casa del Real al ser principal director invitado. Imagino que le traerá recuerdos.
-Muchos, muchos. Desde que Matabosch tomó posesión, incluso desde que dirigí «Il Postino» en 2013 el coliseo ya se interesó en mantener una relación conmigo y poder darle estabilidad, contenido y profundidad. Un día me encontré con Joan, salió el tema e hicimos planes. Me gustaría disfrutar del máximo tiempo y poder estar presente con cierta regularidad era mi deseo. Y él me dijo que íbamos a darle consistencia a la relación. La idea que me planteó me pareció estupenda. Es la mejor fórmula.
-Vuelve el hijo pródigo que nunca se ha marchado, por cierto, pensarán algunos.
-Nunca me he ido, efectivamente. La comodidad no me motiva nada, sino el desafío. Me considero un abanderado del Teatro Real allí donde esté. No obstante y a pesar de la cantidad de trabajo que tengo mi responsabilidad está muy localizada y no me impide que pueda continuar con mis proyectos.
-¿Y siente vértigo?
-En cierta manera, sí. Tengo por delante proyectos deseados con los que busco expandir fronteras y repertorio. Sería más correcto decir que siento vértigo y responsabilidad. He recorrido mucho camino ya y ahora estoy consolidando. La responsabilidad es la versión madura de la palabra «vértigo».
-¿A usted no le han regalado nada, verdad? Y no me refiero a los cumpleaños...
-He trabajado duro desde hace veinte años. He tomado decisiones y me he podido equivocar pero eran mis decisiones sobre el camino que debía seguir. Soy un afortunado.
-¿Se deja aconsejar?
-Tengo a mi manager siempre cerca. Con ella llevo los últimos siete años, pero antes he sido yo quien lo he hecho todo y he construido mis pasos. No estoy acostumbrado a que nadie tome decisiones por mi. Nunca hasta ahora he tenido a alguien que me dijera esto o lo otro. Ni lo tengo ni lo he necesitado. Soy consciente de lo que me ha costado todo. Me acuerdo de cuando tenía que reunir 50 euros para poder imprimir mis carteles, que yo mismo pegaba.
-Y ahora su rostro está impreso en enormes cartelones en Nueva York .
-Es verdad, y no te acostumbras. Paso muchas veces por delante del Carnegie Hall y cuando ves tu cara allí todo el año, en la 57 con la Sexta Avenida..., parece un milagro. Es una pasada. Sobre todo cuando pasas con tus padres y lloran.
-Su familia es fundamental para usted, ¿verdad?
-Imprescindible. Ha sido y es lo primero. Sin ellos nada tiene sentido, sobre todo cuando llevas un tipo de vida como el mío.
-Si con «Rigoletto» le subieron a los altares, con «Carmen» no sé qué van a hacer con usted en Nueva York.
-Ya lo he dirigido pero hacerlo en el Met es otra dimensión. Es una producción relativamente nueva, de hace cuatro años. Ahora juego con la ventaja de que conozco el teatro, también tengo una mayor responsabilidad, aunque ya me siento allí como en casa, en mi apartamento, en mi barrio...
-Pero no olvide que usted se llama Pablo, no Paul, que luego enseguida dicen los americanos que ellos le descubrieron.
-Tengo mi carné de albaicinero, de granadino y de español. Sin entrar en pasiones patrióticas, yo soy de aquí y soy absolutamente consciente de mis orígenes. Y en ese sentido soy activista.
-En el Real se estrenará en su nuevo papel con un estreno mundial, valga la redundancia. Y con Lorca, granadino como usted. Eso es jugar en casa y con ventaja.
-Eso es una maravilla. Después de Navidad empezaremos los ensayos de «El público», un proyecto que me resulta totalmente emocionante. Quizá que el punto de partida fuera un estreno en Madrid sea una declaración de intenciones. Para mí es bastante especial que sea una parte del legado de Mortier. Me confió este encargo hace más de tres años. Y lo han defendido y mantenido aunque él ya no esté.
-Dígame una cosas, por curiosidad y cambiando totalmente de tercio: ¿lo de la «mala follá» de los granadinos es una leyenda urbana o no?
-Existe, está vivo y se respira. Forma parte de un pesimismo «light», no demasiado profundo ni trágico. Tiene que ver con el carácter complejo de la ciudad, tan llena de influencias y por la que han pasado tantas culturas.