Paquita y Pedro
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Se dice que detrás de una gran hombre siempre hay una gran mujer. El dicho se cumple a la perfección en el caso de Paquita y Pedro Lavirgen. Pedro Lavirgen es uno de los grandes tenores que ha dado nuestro país a la lírica. ¿Quién le iba a decir a aquel joven que cantaba en el coro de los Hermanos de San Juan de Dios en Córdoba y posteriormente en el Coro de Cámara de Radio Nacional de España y en el del Teatro de la Zarzuela que acabaría interpretando «Aida» o «Turandot» en la Scala (con Caballé y Cappuccilli), «Tosca» en el Met, «Carmen» en el Covent Garden, etc. y a intervenir durante 19 temporadas consecutivas en el Liceo o catorce en Viena? Tuve mi primer contacto con él tras una decepción. Yo iba a Bilbao a escuchar a Franco Corelli en «Carmen» y «Andrea Chenier» y, al llegar allí, me encontré con su cancelación y sustitución por Lavirgen. Sí, una decepción inicial, pero también el descubrimiento de un gran artista, un auténtico tenor lírico-spinto poseedor de una voz caudalosa y extensa de timbre mordiente, un agudo de excelente proyección, un amplio fiato y un enorme temperamento. En nuestros tiempos no habría tenido rival, pero tuvo la mala suerte de cantar en la última época dorada de la lírica, con Del Monaco y Di Stefano terminando carrera, Corelli y Bergonzi aún en plenitud y Pavarotti y Domingo empezando las suyas. La vida le ha dado un golpe enorme a los ochenta y siete años, el fallecimiento de su esposa Paquita Baena, a punto de cumplir sesenta años de matrimonio, una mujer excepcional que hacía de contrapeso al temperamento en ocasiones demasiado impulsivo e irreflexivo del cantante. Compartí muchas tardes con ambos y el común amigo Luis Monset en Barcelona o Verona y las anécdotas son tan numerosas como jugosas. Merendando en su apartamento veronés, allá por los setenta, sonó el teléfono y Pedro se puso a cantar a su interlocutor «Padre, mio padre, oh padre si ti ritrovo», la frase inicial de Calaf en «Turandot». «Era Corelli, que estaba nerviosísimo antes de salir a escena», nos explicó. Su pronto es tan vivo que quienes estuvimos en la «Norma» de 1978 en la Zarzuela con Caballé, Cossotto y él nunca olvidaremos su enfrentamiento con un espectador de las alturas en las ovaciones finales. ¡Irreproducible! Esta semana se ha presentado un valioso libro-documento sobre Ángeles Gulín, otra figura inolvidable. En diciembre de 1989 traje a Bergonzi al Auditorio Nacional e invité a Ángeles, entonces ya en silla de ruedas por la diabetes, a cenar con él. Pedro se enteró y se enfadó tanto por no haber contado con él que casi me pega con su bastón en el hall del Auditorio. ¡Porque Paquita le agarró el brazo! No se qué hubiera sido de Pedro sin Paquita. Detrás de un gran hombre, una gran mujer. Pedro, no sabes cómo lo siento. ¡Un abrazo muy fuerte y ánimo!