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Rattle,bordeando lo inefable

Ciclo de Ibermúsica. Fauré: «Requiem»; Mozart. Obertura de «La flauta mágica»; obras de Mahler, Berg y Schumann. C. Tilling, soprano; A. Schuen, bajo-barítono. G. Braunstein, violín. Orfeón Donostiarra. Orquesta Filarmónica de Berlín. Director: Simon Rattle. Auditorio Nacional, Madrid. 29 y 30- VI - 2013.
La Razón
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  • Arturo Reverter

    Arturo Reverter

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Cuando comenzó el «Requiem» de Gabriel Fauré algunos sentimos que algo importante iba a suceder: los compases iniciales, en lento y susurrante ascenso hacia el «Lux perpetua luceat eis», nacieron como de la nada. Fue un arranque sutilísimo, un pianísimo ultraterreno. Pocos coros en el mundo pueden alcanzar un registro similar y ser capaces luego, como aquí, de estallar en peroraciones de intenso dramatismo, como la que se opera en la evocación del Juicio Final del «Tremens».
Rattle, que delineó sabiamente, sabía lo que tenía entre manos, y fue rotundo en su aplauso conclusivo al Orfeón, que no falló ni en el empaste ni en la afinación. Factor este último del que anduvo escasa la soprano Tilling, que caló y creció en el «Pie Jesu». Buena voz, oscura y timbrada, aún en formación, la de Schuen, que matizó muy bien. Como en el «Concierto» de Berg, lo haría al día siguiente Braunstein, que tocó con rara intensidad, bello sonido y delicadeza expresiva esa maravilla de composición.
Una versión precisa, clásica y diáfana, con una exposición original y lógica de los acordes masónicos, de la obertura de «La flauta mágica», y una recreación exquisita, rumorosa y «cantabile» del movimiento «Blumine», excluido por Mahler de la primera redacción de su «Sinfonía nº 1», dio paso a una interpretación firme, contundente, clara y luminosa, vehemente y poética de la «Sinfonía Renana» de Schumann, apoyada en una magistral elaboración del ritmo, de tan difícil encaje en el primer tiempo. La orquesta mostró sus mejores credenciales de la elegante mano de su director, que ya el día 29 había puesto de manifiesto en la «Sinfonía nº 2», su afinidad con esa música en un tercer movimiento, el inaprensible «Adagio» expresivo, excepcional, cantado e interiorizado como no escuchábamos desde Celibidache.