Rihanna, huracán caribeño
Ayer en Barcelona todo iba más lento por culpa del calor y de las esperables medidas de seguridad extra debido al estado de máxima alerta terrorista en el que vive actualmente Europa. Un cordón de seguridad más estricto de lo habitual (con registros incluidos a los asistentes) hizo que la gente entrara de forma lenta al Palau Sant Jordi. De ahí que la aparición de Rihanna se retrasara de forma ostensible. Antes, un correoso y valiente Big Sean (con temperaturas de treinta grados y con el ambiente caldeado del Sant Jordi hizo el show casi al completo con una chaqueta bomber sin importarle el consecuente efecto sauna), entregó una buena ración de rap festivo a un sonido brutal (uno de los más potentes que se recuerdan para un telonero en un gran recinto en Barcelona) en el que repasó las canciones del notable Dark Sky Paradise. De hecho, el ex de Ariana Grande protagonizó uno de los momentos de la noche con la coreada «One Man Can Change The World», que fue recibida con una lluvia de móviles al aire. La antesala perfecta para recibir a la estrella de la noche, que apareció más de cuarenta y cinco minutos después de la hora prevista. Con una puesta en escena sobria para este tipo de conciertos pero con un andamiaje tecnológico notable (diversos paneles de mando situados debajo del escenario a la vista del público desde la arte superior del Palau), Rihanna hizo su entrada al Sant Jordi por la pista, como si se tratara de una boxeadora. Encima de una plataforma y justo en el epicentro del recinto, la barbadense atacó una de sus baladas más conocidas, «Stay», que interpretó con un mono blanco y capucha que le cubría la cabeza. Esa escenografía dominó el primer acto de la actuación, coronado con una breve versión de Eminem, «Love The Way You Lie» y uno de los «gimmicks» de la noche: una pequeña plataforma rectangular situada a diez metros del suelo que llevó a Rihanna al escenario principal; no sin antes interpretar varias canciones sobre ella, entre ellas «Woo» y «Sex With Me», dos de los números más destacados de su último álbum de estudio.
La cantante caribeña inició el tercer tramo del show –de un total de seis–, ya sobre las tablas con el apoyo de cuatro bailarinas, una banda de músicos al completo y una escenografía que simulaba un paraje congelado –con iglús de colores incluidos–. Y, a pesar del generoso retraso, sólo necesitó de unos veinticinco minutos para ponerse al público en el bolsillo. De hecho, a partir de una poderosa «Consideration» (tema que abre su nuevo disco, «Anti»), toda la noche fue para arriba en un crescendo de intensidad construido a base de muchos decibelios y un protagonismo casi absoluto de Rihanna. Y es que aquí apenas hay distracciones extras sobre el escenario: una simple pantalla gigante retráctil, cambios mínimos de escenografía y vestuario (la mayoría de «outfits» eran de inspiración árabe combinados con trajes de noche de corte clásico), y cero fuegos de artificio. La cantante confía en su presencia escénica –que la tiene y mucha, ayer se volvió a demostrar– y la fuerza bruta de sus hits: «Umbrella», «Desperado», «Man Down», «Rude Boy» y «Work», sonaron aceleradas, desafiantes y fieras. La Rihanna de anoche en Barcelona mostró su lado más desbocado, quizá algo atropellado, y con la carga sexual habitual –el tono muy subido–, pero eso es algo intrínseco a la naturaleza de la artista. Nunca se ha andado con sutilezas, y ayer lo demostró con un concierto de alma poligonera, sí –la versión del rompepistas «We Found Love» fue a mil revoluciones, con guiño al «Vogue» de Madonna incluido, y vino seguida de un «Where Have You Been» que se pudo escuchar hasta en Tarragona–, pero efectivo como ese DJ que sale a las cuatro de la madrugada en un macrofestival para rematar la faena ante un público entregado y que no necesita de arengas para triunfar (la caribeña no estuvo muy habladora en Barcelona, aunque sí se mostró cercana al público). En la última parte del concierto la actuación bajó en pulsaciones, con una Rihanna más atenta a las tareas vocales (antes hubo mucho «playback», la moneda habitual en este tipo de shows) y entregada a pequeños hits como «Work», y la versión de Tame Impala «Same Ol’ Mistakes» –la conexión indie de la artista de Barbados–. En ese pequeño descanso la protagonista de la noche sacó su lado más combativo: referencias a la problemática de los refugiados, el giro conservador en Turquía y las muertes de afroamericanos en Estados Unidos a manos de la policía. Un discurso que precedió una mesiánica y emocionante «Diamonds» finalizada por una cascada de espuma brillante que inundó la parte posterior del escenario.