Rufus Wainwright difumina los géneros musicales en el Teatro Real
El compositor canadiense ha elegido la ciudad de Madrid para celebrar su 40 cumpleaños a ritmo de ópera, pop, folk y rock
Giuseppe Verdi apareció en un momento crítico. Rufus Wainwright tenía 14 años y acababa de descubrir que era gay. 1987. Una época poco atractiva para reconocerlo: había mucha y mala información que relacionaba el virus del sida con el colectivo homosexual. «Hubo un antes y un después de escuchar el Requiem de Verdi». El cantante encontró en sus «conversaciones con la ópera» una fuente de alivio en tiempos confusos, pero pasaron más de veinte años -cinco discos entre medias- hasta que finalmente se atrevió a abordar el gran reto pendiente: escribir su primera ópera, Prima Donna. Ahora Wainwright llega al Teatro Real, el lugar elegido para celebrar su 40 cumpleaños al ritmo de las principales arias de este ambicioso trabajo y de una selección de temas pop, aunque es conveniente matizar que, si algo caracteriza a este compositor, es la dificultad para encasillarle en un sólo género.
El público ha sido el primero en responder con fervor a la convocatoria de quien, según palabras de Elton John, es el mejor cantante y compositor vivo del mundo. No quedaban entradas para el único concierto programado, ayer, como última reseña, su ópera se representó hace un año en el Covent Garden de Londres. Desde su estreno en Manchester ha recibido numerosas «puñaladas» de los críticos, como él las considera, pero también elogios de otros muchos y, sobre todo, de aquellos músicos que han tenido la oportunidad de tocar sus melodías. «La ópera es un campo muy complicado. Puede ser tremendamente excitante o aburrida. Y ahora atraviesa un periodo de cambio. La gente busca calidad, pero también experimentar nuevas sensaciones. Es una gran oportunidad, pero hay que caminar con cuidado», explica.
Wainwright salió del armario muy joven o, como él comenta a veces con sorna, nació «directamente en la sala de estar». Por ello se ha convertido en un icono de los derechos homosexuales y, cosas del destino, estaba en París cuando sus calles sufrieron la ira de los opositores a la recién aprobada ley de matrimonio homosexual. «Estábamos atrapados en un restaurante, la Policía corría por todos los lados, el gas lacrimógeno cubría el asfalto. Era un escenario muy triste, pero cuando el jaleo terminó y pudimos salir, vimos a lo lejos la Torre Eiffel, iluminada con unos colores tan, tan gays... ¡Lo más gay que he visto! Me pareció un buen augurio», recuerda con una carcajada. Su vida personal es un reflejo de los nuevos tiempos: se casó el año pasado con el alemán Jörn Weisbrodt –mantiene disputas «Wagner versus Verdi» con él, aunque encuentran terreno amistoso en Strauss– y tiene una niña de dos años con Lorca Cohen, la hija de Leonard Cohen.
Hasta hace unos años, en las entrevistas de Wainwight se apreciaba cierta amargura, pues sentía que su música no terminaba de llegar al público. De ahí ese lazo que tiene con España: «Es de los pocos países que entendió mi música desde el comienzo. Mira que hablo francés y visto con ridículas camisetas francesas, pero allí no han apreciado lo que hago hasta hace muy poco. Y mi madre –Kate McGarrigle, una famosa cantante de folk– me lo explicaba: sólo aquellos países que mantienen cierta conexión con sus raíces musicales, como España o Irlanda, entienden lo que hacemos. Aunque yo no soy puramente folk, mis orígenes sí están ahí», explica. «Os pertenezco», resume entre risas, una auténtica declaración de amor que puede que se materialice en la partitura de su próxima ópera. Lo dice casi como un susurro, nada oficial, pero da algunas pistas sobre el libreto: es muy, muy largo, el protagonista es un español en tiempos en los que aún no existía España y habrá muchos hombres vestidos con trajes de mujer. Lo dice entre risas, así que es difícil saber hasta qué punto habla en serio. Toca esperar unos años.