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Sylvia Schwartz: «El glamour del escenario no lo llevo a casa»

Entrevista a Sylvia Schwartz. Soprano. Es Gretel en la ópera que está en cartel en el Teatro Real, donde el año que viene cantará «La flauta mágica». La esperan ya Londres y Berlín

Sylvia Schwartz. Soprano
Sylvia Schwartz. Sopranolarazon

Se queja, pero con una gracia casi infantil, de la cantidad de explicaciones que ha tenido que dar (y las que le quedan, nos tememos) por llamarse Sylvia, con «y», y apellidarse Schwartz. No es alemana, no. Es una soprano producto nacional, divertida, refinada, con una voz maravillosa y los pies en tierra firme. Su padre es Pedro Schwartz, economista y político, y su madre, una mujer que rezuma arte y que le enseñó a amar la música. Vargas Llosa es íntimo amigo de su familia, y conoce a Sting: una guitarra propició el encuentro. Cuando no es la niña Gretel en el Teatro Real, pasa todo el tiempo que puede con su hijo, un niño de año y medio de nombre Heinrich, dice, para que el apellido le cuadre mejor, pues su esposo se llama Paul von Kittiltz. «Me paso la vida explicando. Y eso que en mi familia hay nombres tan españoles como Carmen, Pedro, Ana y Fernando. Tengo pinta de española, pero no dejo de explicar, madre mía. No sé si cambiarme el nombre por el de María Pérez», dice mientras ríe.

-Da la sensación de que en este montaje de la ópera de Engelbert Humperdinck ustedes lo han pasado de maravilla.

-Así es, y lo mejor es que vemos disfrutar también al público. Parece que no vemos, pero nos damos cuenta de que nos miran con los ojos muy abiertos, de que nos siguen. Lo pasan bien, qué gusto.

-Cuando aparecen usted y Alice Coote en escena parecen dos niños. Es increíble ver cómo se mueven, da la sensación de que han retrocedido en el tiempo.

-Es el trabajo más grande que he hecho desde el punto de vista vocal y también gestual. Gretel es perfecta para mi tipo de voz. Para conseguir los movimientos estuvimos ensayando entre cinco y seis semanas con el ayudante de Laurent Pelly, un hombre muy inteligente que, además, es actor, y que nos ha guiado hacia los movimientos que hacen los niños, los de las manos, brazos, piernas. Nos daba las herramientas necesarias para que nosotras las utilizáramos y construyéramos nuestros propios personajes. Y esa preparación total ha sido un sueño. Me he pasado horas viendo cómo se movían los niños en los columpios para hacerlo igual.

-Es una ópera redonda en la que música, cantantes y escena hacen un todo que casa muy bien.

-Sobre todo, cuando sale Zapata, la segunda vez, y yo estoy congelada, y miro a la gente en el patio de butacas, tan sorprendida. Es una maravilla ver cómo disfruta el público desde el principio hasta el final.

-Lo complicado es aterrarse con una bruja tan divertida como el tenor.

-Es que no tiene seriedad, nos reímos sin parar. Hace un trabajo extraordinario y muchos de los movimientos y expresiones de la cara son suyos, enteramente suyos, algo en lo que nos insistió bastante Pelly, que marcáramos nuestro sello en el personaje. Es una bruja diferente.

-Lleva una carrera muy medida.

-No canto nada que no tenga la impresión de que el compositor lo escribiera para mí, es una máxima que sigo. En los últimos dos o tres años he notado que la voz me ha empezado a cambiar, tiene más peso y madurez, y el papel de Gretel figuraba el primero en la lista para cuando llegara el momento y he tenido tiempo para prepararlo.

-Menudo hermano que tiene en el escenario. Le habrá dado seguridad trabajar con Alice Coote.

-Sin duda. Tiene muy buen humor y dice una cantidad de tacos en inglés que es para caerse de risa. Y los dice de una manera tan directa que suena inocente. Con ella estaba muy tranquila porque se lo sabe del derecho y del revés. Yo diría que es como una versión inglesa de Zapata.

-No hay divismos en escena.

- Para nada. Ni roces. En nueve años casi que llevo cantando sólo he tenido uno. Eso de la superdiva que no aguanta que la corrijan, coge su abrigo de piel y da un desplante y se marcha no existe hoy. Cuanto más arriba está un cantante mejor se comporta. La gente es profesional. Mucho más de lo que se pueda pensar.

-¿Admira a Anna Netrebko?

-Es una grandísima cantante, una voz que ha madurado y que ha cogido una riqueza de colores estupenda. Posee muchísimo talento natural, pero trabaja como una desatada, que nadie piense que las cosas le llueven y que por estar ahí todo resulta sencillo. Trabaja sin parar, algo que hay que inculcar desde que se es niño. Aquí existe la idea de que una buena voz sale adelante sin más y no es así, hay que trabajar y trabajar. Yo soy fan de Anna y de Elina (Garança).

-Son de carne y hueso.

-Son y somos personas normales que cuando bajan del escenario se van al súper a hacer la compra, llevan al niño al médico porque tiene fiebre o salen a dar un paseo después de coger el autobús. No sé por qué tenemos esa imagen. El glamour del escenario no lo llevamos a casa.

-¿Se le hace muy cuesta arriba tanto viaje y tanto avión con un niño pequeño?

-Sí. Es duro estar separada de la familia, por eso me llevo al niño conmigo siempre que sea menos de una semana; si no, lo dejo con su padre en Roma. Tengo, además, una tata estupenda que está a mi lado y me ofrece tranquilidad. Viajar constantemente para mí es lo más duro de esta profesión. Yo he cancelado varias producciones porque no puedes hacer tonterías.

-Admira a Emilio Sagi. De hecho, protagonizó el montaje de «Sonrisas y lágrimas» que dirigió él escénicamente.

-Le admiro una barbaridad. Y trabajar con Pierre & Gilles fue una experiencia alucinante. Su casa es tan «kitsch» como lo son sus obras: no hay un centímetro donde no tengan un adorno que brille, un muñequito que haga algo, y a pesar de eso demuestran un buen gusto exquisito. La foto del cartel se hizo en su casa. Tenía para elegir dos pelucas y no lo dudaron: la rubia era la mía para interpretar a María. Me gustó tanto que es la fotografía que tengo en mi perfil de Facebook. Me llevé al estreno a una tropa de amigos y se lo compraron todo: las tazas, las camisetas, imanes para el frigorífico... Resultó realmente divertidísimo.

-Su padre ha trabajado en política. No sé si a usted en algún momento le tentó probar fortuna.

-Es una profesión cruel porque tienes que tener un temple y aguante especiales. Es durísima. Se duda de quienes hacen el bien y eso es tremendamente injusto. Nunca me atrajo.

-¿Y cómo ve a España, usted que pasa tanto tiempo fuera?

-Atravesamos un momento duro, aquí y en toda Europa, pero no creo que la situación sea tan grave. La tensión en Cataluña va a estabilizarse porque es una región riquísima, lo mismo que el País Vasco, con una cultura extraordinaria y una literatura fabulosa. Mi patria no va por mal camino, porque España es un país de gente seria. Lo que tenemos que hacer es trabajar.