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The Beach Boys: la sinfónica locura de Wilson

El legendario álbum «Pet Sounds» de la banda californiana, considerado uno de los mejores del siglo XX, cumple 50 años con una edición especial que recuerda aquella maravilla salida de la tenacidad y la creatividad del líder del grupo que fue, sin embargo, un fracaso de ventas en su día
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«¡Voy a hacer el disco más grande jamás creado!», anunció un exultante Brian Wilson a Marilyn, su abnegada mujer, a finales de 1965. El gran talento de los Beach Boys hablaba de lo que había imaginado que sería «Pet Sounds» y ahora, 50 años después de su publicación, ya se puede decir que no estaba equivocado.
Para conmemorar el imponente aniversario se publica una edición especial que contiene cuatro discos y un Blu-ray con remezclas en estéreo y mono del álbum original junto con versiones alternativas, mezclas vocales y una nueva recopilación de grabaciones en vivo que reúne material correspondiente a diferentes épocas de la historia de la banda. Una forma como otra cualquiera de celebrar la efeméride a costa de dejar tiritando los bolsillos del coleccionista. Es alucinante ver cómo la industria siempre encuentra cosas nuevas para tentar al melómano. Siempre quedará un cajón por abrir con material inédito para las grandes obras de nuestra era y una hucha que romper para poder adquirirla.
«Pet Sounds» merece sacrificios, desde luego. Brian Wilson tuvo la visión y el talento para crear una de esas obras que no hacen otra cosa que agigantarse con el paso de los años. De tal forma que hoy es visto como uno de los mejores discos de la historia de la música. Y no son pocos los que afirman que es el mejor.
Su gestación comenzó a finales de 1965. Por entonces, los Beach Boys eran un grupo de éxito con numerosas canciones ya clásicas como «Surfin’ Safari», «Surfin’ USA», «California Girls», «Barbara Ann» y demás. Brian Wilson se había juntado con dos hermanos, un primo y un amigo de la infancia para crear un grupo capaz de empastar voces para unas composiciones absolutamente brillantes y luminosas. Pero, como tantos otros grupos de la época, sus discos consistían en varias canciones importantes y otras tantas de relleno que se juntaban para vender un larga duración a los fans. Y en estas llegó un álbum que cambió la forma de ver la música, y prácticamente su vida, para Brian Wilson. Fue «Rubber Soul», una gran obra maestra de los Beatles que caló en el joven músico de 23 años: «No estaba preparado para algo así. Era un todo, una colección de canciones que conjuntaban unas con otras. Fue todo un desafío para intentar hacer algo mejor».
Los Beatles abrieron un nuevo camino. Influenciados por la música americana de Bob Dylan o los Byrds, ampliaron sus horizontes sonoros para comenzar a experimentar con sonidos hasta ahora nunca oídos y completar un disco en el que no sobraban canciones. Brian Wilson no pretendía hacer un álbum conceptual. Al menos, no temáticamente. Pero sí quería que todo sonara como una unidad, como una sinfonía, donde nada estuviera prohibido. Así comenzó a escribir sus nuevas canciones.
También fue en aquella época cuando Brian Wilson comenzó a sufrir los primeros conflictos con su propio cerebro y en un avión padeció un ataque de ansiedad que le dejó muy marcado. Renunció a girar con el grupo y prefirió quedarse en casa para componer el álbum que había apalabrado con Capitol. Con una idea clara en la cabeza, lo siguiente fue contactar con el publicista Peter Asher para que le ayudara a componer las letras –Brian Wilson era consciente de que esa era una de sus grandes limitaciones– y se entendió muy bien con él. La nueva música de los Beach Boys ya no sería un atardecer montado en una ola y de la mano de una guapa chica bronceada bajo el sol. Más bien sería un domingo de resaca después del abandono.

Un chico obsesivo

Brian Wilson compuso una primera tanda de canciones que no provocó ningún entusiasmo en sus compañeros de grupo una vez que éstos llegaron de gira. Ellos también advirtieron que su compañero comenzaba a ofrecer detalles de chico obsesivo, casi maníaco, empeñado en alcanzar la perfección. Lo que valía para otros discos, para el nuevo ya no servía. Mientras, el estudio se llenaba de músicos que entendían poco, partituras que caían de un piano desvencijado, instrumentos rarísimos, humo y paranoia. La grabación de una obra maestra había comenzado.
Brian Wilson completó 13 canciones –dos de ellas instrumentales– llenas de grandeza. El disco se abría ya con una de las mejores piezas de Beach Boys, «Wouldn’t it be nice», una canción que definía perfectamente lo que se iba a encontrar el intimidado oyente durante los siguientes 35 minutos: riesgo, ambición, voces, magia, talento, belleza... Todo esto, y mucho más, era «Pet Sounds», un álbum que contenía cumbres como «You still believe in me», «Sloop John B», «Caroline, No» o la inmortal «God only knows», compuesta en apenas 45 minutos y una de esas composiciones por las que valdría la pena morir.
Pero, como en tantas obras geniales, pocos entendieron entonces la grandeza real del disco. Comenzando por sus propios compañeros de grupo, que vieron en las composiciones, tan «adultas», un peligro para su estatus, el de estrellas del pop acosadas por adolescentes con ganas de intimar. Tampoco «Pet Sounds» tuvo el respaldo de la compañía. Para cuando salió el álbum, Capitol ya estaba harta de las extravagancias de Wilson, de sus retrasos en la entrega del disco y de la ausencia –y no es broma– de «canciones con verdadero tirón comercial», como tuvo que escuchar Brian Wilson de un ejecutivo. Como disco, «Pet Sounds» apenas alcanzó el décimo puesto en las listas estadounidenses, aunque en Inglaterra sí disfrutó de un apoyo que le permitió ascender hasta la segunda posición. Tampoco consiguió un número uno con los diferentes singles que se lanzaron. Sólo hasta 2000 el disco no recibió la certificación de oro y platino por sus ventas.
Wilson no estaba preparado para aquello. Sabía que había hecho algo realmente brillante, único en su especie, y se había dejado en ello una parte de sí mismo que ya nunca recuperaría. Había soñado una respuesta a la altura de su titánico esfuerzo emocional, pero sólo encontró cierta tibieza. Entonces encadenó depresiones y se entregó a la desenfrenada experimentación con las drogas, principalmente los alucinógenos, sustancias que dañarían para siempre un cerebro tan sensible como inestable.
Lo que sí tuvo fue la entusiasta recepción de sus colegas. Los músicos sí comprendieron inmediatamente el valor de aquel álbum. «Fue un disco realmente impresionante. Me encantó desde el primer momento. Nadie puede tener una educación musical si no ha escuchado este álbum. Me gusta la orquesta, sus arreglos y tal vez pueda parecer exagerado si digo que este disco es el clásico del siglo, pero para mí sin duda lo es. Es inmejorable en muchos sentidos. Realmente fue la influencia que me hizo grabar el ‘‘Sgt. Pepper’s’’, sin duda», reconocería más tarde Paul McCartney.

Los beatles replican

Cuenta la leyenda que una tarde Brian Wilson iba conduciendo su coche cuando en la radio sonó el nuevo sencillo de los Beatles, «Strawberry Fields Forever». Detuvo su coche para terminar de escuchar y con una sonrisa amarga balbuceó: «Han logrado lo que yo estaba buscando. Para qué seguir». Entonces, paralizó las sesiones del disco que estaba grabando, «Smile», que sólo sería editado 40 años después. Seguiría un largo viaje por los abismos de la cocaína, la soledad, calmantes y sangrientos combates entre puños y cerebro, incontrolable y deteriorado. Salió vivo, pero con visibles secuelas, y ahora pasea su gloria eterna por festivales en los que varias generaciones contemplan lo que queda de él: el recuerdo de quien fue capaz de crear una obra maestra llamada «Pet Sounds» hace ya medio siglo.

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