Una ópera a la medida de Carreras
Crítica de ópera: temporada del Teatro Arriaga. «El Juez». de C.Kolonovits. Intérpretes: J.Carreras, J.L.Sola, S.Puertolas, C.Colombara, A.Ibarra, M.J.Suárez, etc. Coro Rossini y Bios Orkestra. D.Bianco, escenografía. E.Sagi, dtor. escena. D.Giménez, dtor. musical. T. Arriaga. Bilbao.
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Comentaba un habitual del lugar que jamás se habían hecho tantas fotos en el Arriaga desde su reapertura. Seguro que era cierto, ya que la repleta sala dejaba ver rostros y lenguajes de todo el mundo, con una abundantísima presencia oriental. Tiene su lógica, pues José Carreras ha sido uno de los tenores más admirados del mundo en la última parte del pasado siglo y a su regreso a los escenarios en una ópera completa no sólo le acompaña la curiosidad, sino también el reconocimiento y el afecto. Así hay que entender esta obra escrita ex profeso para él por la libretista Angelika Messner y el compositor Christian Kolonovits y con cuyo estreno el Arriaga se apunta un indudable éxito.
Una historia española
El libreto se basa en la historia española de los bebés desaparecidos, narrada a través de una investigación periodística, y el libreto, inicialmente en alemán y traducido al español, tiene el mérito de la claridad y de, cosa bien infrecuente, no atentar contra unos oídos que no están acostumbrados a escuchar ópera en nuestro idioma, puesto que no hay frases malsonantes. Nos enteramos poco a poco que el cantautor que logra remover las conciencias del pueblo en la búsqueda del hermano desaparecido es hermano del juez que, sometido a las presiones políticas, se niega a abrir los archivos del caso. La partitura tiene ritmo y si al final decae algo es porque a la música le falta ese último punto para levantar totalmente el vuelo. Las arias, como la primera del juez «Sistema crue» o los dúos, como el del acto II entre la periodista y el cantautor, «Un alma, un aliento», están a un paso de ser números del West End londinense, pero falta el último peldaño. Y es que realmente estamos ante una pieza que posiblemente funcionaría mejor con amplificación y voces del musical sin los corsés de la impostación lírica. Mención especial merece la más que satisfactoria resolución de los recitativos y su acompañamiento orquestal. En los eclécticos pentagramas coexisten múltiples influencias, como corresponde a la actual tendencia al crossover, dándose la mano el belcantismo, verismo, jazz, musical, etc. Hasta el frecuente leitmotiv de los vientos tras el descanso nos lleva al personaje operístico de Herodes, al fin y al cabo no tan lejano a una historia de bebés.
Al margen de los valores de la ópera, es indudable que cuando un teatro afronta un reto similar no valen medias tintas y hay que poner toda la carne en el asador, y eso justo es lo que ha hecho el Arriaga con una cuidada puesta en escena, dirigida con pulso y mucho detalle por Emilio Sagi, incluso recordando en la mujer mayor aquella figura local de la loca tan ligada a los bilbaínos. La escenografía de Daniel Bianco, el vestuario de Pepa Ojanguren y la iluminación de Eduardo Bravo ayudan a la agilidad al relacionar adecuadamente el convento y los domicilios de juez y cantautor. De igual forma no se han escatimado esfuerzos a la hora de elegir reparto. Ana Ibarra está inmensa como abadesa en su nueva tesitura de mezzo. Carlo Colombara presta presencia y autoridad al malo de la obra. Sabina Puértolas supone un lujo como reportera, filando y resolviendo bien algunas inclemente notas agudas. Este tipo de notas abundan en la parte del cantautor, como queriendo compensar las que no existen para el juez, y la labor de José Luis Sola reviste mucho mérito.
Los críticos tenemos memoria y afortunadamente podemos tener corazón. Ya no estamos en los tiempos en los que los directores de teatro, como Ghiringelli o Pamias, se negaban a cobrar un sueldo y hasta ponían en juego su propio patrimonio, ni en los tiempos en que los tenores retiraban una obra de su repertorio por no poder dar una determinada nota aislada de una obra. Vivimos otra era, pero incluso en aquella es lógico que una gran figura desee y tenga derecho al reconocimiento a una carrera y quizá a una despedida por todo lo alto. Posiblemente es lo que busque José Carreras. De momento sólo está previsto que la producción viaje al Tirol, pero hay muchas posibilidades de que vaya a Viena, Moscú y otras ciudades donde el tenor sigue siendo recordado y admirado. No se le observa fatiga, su impecable dicción al frasear y sus dotes emotivas siguen ahí. Su parte está escrita en un reducido registro central que le evita forzar más allá de algún piano y algún forte o golpe de glotis para cargar las tintas dramáticas. Un papel a la medida para recoger los frutos finales que cualquiera de nosotros desearía en nuestras respectivas profesiones. No cabe duda que esta producción sitúa mediáticamente al Arriaga escalones por encima de donde internacionalmente estaba y de ahí que, junto al justo homenaje a quien tanto nos ha dado, no quepa otra calificación que la de acierto.