Paolo Cognetti, el escritor que vive a 2.000 metros
El italiano recupera el aliento clásico del montañismo con «Las ocho montañas», una fábula que habla sobre la amistad, «que últimamente ha desaparecido de la literatura», asegura.
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El italiano recupera el aliento clásico del montañismo con «Las ocho montañas», una fábula que habla sobre la amistad, «que últimamente ha desaparecido de la literatura», asegura.
Paolo Cognetti ha retomado senderos olvidados de la literatura clásica, la que escribieron Jack London y Jo-seph Conrad en este caso, para construir una novedosa ficción sobre el hombre y los valores esenciales que ha recibido dos de los reconocimientos europeos más importantes, el Premio Strega en Italia y el Médicis en Francia. Una obra que retoma la naturaleza, con sus desafíos, retos, injusticias e inconsolables duelos, y el lazo de amistad que nace entre dos jóvenes aficionados al alpinismo y que encararán un destino imprevisto. Un argumento, mínimo en apariencia, que le sirve para abordar a continuación asuntos más hondos, como las relaciones paterno filiales, la oposición entre ciudad y montaña, tratar ese juego de opuestos que forman el padre y la madre y reflexionar sobre las distintas influencias que recibe un hijo en herencia y que marcan su personalidad. «No es una novela autobiográfica, pero tiene su origen en mi vida», reconoce el autor, que ya publicó sus diarios, «El muchacho silvestre», basados en sus experiencias al aire libre, y que hoy presentará su nuevo trabajo, titulado «Las ocho montañas» (Random House) en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB).
Paolo Cognetti, que durante varios meses al año vive en una cabaña a 2.000 metros de altura, asegura que «la naturaleza es un tema que resurge en el siglo XX, cuando la ciudad se ha convertido en el lugar que concentra la cultura y el arte. Con el consumismo y la crisis económica se produce una vuelta a la montaña, una nueva reflexión, como demuestra Jack Kerouac, y antes que él, Thoreau. Esta última crisis también ha afectado a los valores, a los de nuestros padres, que creían en la familia y el trabajo. Pero esos ideales ya no son los que guían a las generaciones más jóvenes. La montaña, es un espacio que reduce todo a su pura esencia, por eso se convierte aquí en un emplazamiento para repensar y relanzar los principios que condicionarán a los chicos de ahora y demostrar que existen aspectos en la vida que son más relevantes que el dinero, como la amistad», comenta.
El novelista ha trenzado un vehículo narrativo efectivo, que discurre rápido y que cuenta, entre sus inmediatos antecedentes, a London, que supo reflejar con maestría la naturaleza en sus libros. «Mi escritura parte de la realidad. Yo voy con un cuaderno al lago y trato de atrapar lo que veo con frases. No soy un fotógrafo ni un pintor. Y me parece un milagro poder describir el paisaje solamente con palabras. Una montaña está viva y te transmite unos sentimientos según salga el sol o el cielo se nuble». Pero hay algo más en su escritura y es la decantación que han dejado los días de soledad en su cabaña. «Cuando regreso lo primero que percibo es la fealdad. Veo la naturaleza, que está llena de belleza, y después las construcciones que hacemos los humanos. En las montañas no existen esas cosas tan feas. Cuando en Italia regreso a mi ciudad, Milán, veo la necesidad de las personas de estar permanentemente comunicadas, están concentrados en las redes sociales y tengo la sensación de que el mundo ha enloquecido. Eso no quiere decir que el silencio de la montaña no sea duro. Sobrellevarlo allí es bastante difícil; no es un silencio gozoso y feliz; es muy esforzado. Pero en ese silencio, sin embargo, encuentro un tesoro que no reconozco en ningún otro lado, que es la escritura. Pero eso sí, el silencio tampoco es para siempre».
Con polar y botas
El novelista, aún con el polar y las botas que ha usado para completar una breve ruta por el paisaje nevado del puerto de Navacerrada, defiende que el carácter de las personas aflora en la manera que tienen de afrontar la montaña, como hacen los personajes de su libro. Unos prefieren atacar la cima, igual que hacen los conquistadores; otros, rodearla, respetando la sacralidad de la cima, como si una persona pudiera realizarse igualmente sin tener que llegar a lo más alto. Una idea que procede de Nepal y que tiene su reflejo en una leyenda, la misma que se esconde detrás del título. «El Nepal –explica a propósito– es un país muy pobre. Una expedición para alcanzar lo más alto del Everest cuesta alrededor de 50.000 euros. Es toda una fuente de riqueza y yo respeto mucho que allí la economía gire alrededor de esta explotación. Pero mantengo que la montaña es muy grande y que se puede ir muy lejos. Acudo a una zona de esta nación en la que he llegado a estar casi un mes sin apenas cruzarme con una docena de caminantes. Para mí, esta es una montaña intacta, aunque no sea la más alta. Y pienso seguir viajando a estas zonas». La gran acogida que está teniendo esta novela posee, según su autor, una explicación evidente: «Muchos lectores ven en esta historia unos valores esenciales, sencillos, que son los que están desapareciendo en nuestras vidas, que rellenamos con un montón de otras cosas. Uno es la amistad, como he nombrado con anterioridad, y que ha sido una constante en la literatura y que últimamente había desaparecido».