Peligro de amaneramiento
Obras de Richard Strauss, Piotr Ilich Chaikovsky y Antonín Dvořák. Piano: Tony Yun. Orquesta Filarmónica de China. Director musical: Huang Yi. Teatro Monumental. Madrid, 23-X-2019
Empezó algo trastabillado el interesante ciclo de La Filarmónica, con retrasos en la salida de la orquesta, alguna anulación de pieza en el programa y problemas en la acústica de la sala, donde se escuchaba con claridad cómo preludiaban en bambalinas los músicos que aún no tenían que salir a escena. En lo artístico, el protagonismo estaba en la presentación en Madrid de la Orquesta Filarmónica de China, una formación relativamente reciente (2000) que anda en la compleja tarea de encontrar una identidad musical propia. No fue buena idea arrancar con un arreglo de Zou Ye de «Im Abendrot» («En el ocaso»), de las «Cuatro últimas canciones» de Richard Strauss. El discurso otoñal de esta música requiere de un nivel de matiz, control dinámico y delectación melódica que nada tienen que ver con el post-romanticismo al uso. La orquesta arrancó con mucho ímpetu de sonido pero poca atención a la estructura, careciendo el resultado de hilo argumental y sentido narrativo, con unas cuerdas poco balanceadas donde los contrabajos quedaron sepultados por la masa. El grandilocuente «Concierto para piano» n,º 1 de Chaikovsky estuvo en manos de Tony Yung, virtuoso de menos de veinte años que mostró mucha soltura técnica y bastante camino por recorrer en lo expresivo. Tiene tiempo. Resolvió con sentido sus pasajes más allá de alguna precipitación en las cadencias. Huang Yi dirigió con energía y el gesto amplio, en ocasiones demasiado extenso para la información que transmitía, pero mantuvo en cualquier caso a la orquesta en un espacio rítmico respetuoso para el solista. Todo mejoró bastante en la segunda parte, con la siempre reivindicable «Octava Sinfonía» de Dvorák que permite ese necesario viaje a las raíces del sonido popular y a sus distintos disfraces para devolverlo al universo clásico. Destacó la portentosa sección de chelos, clara en su propuesta melódica, con emisión y estabilidad rítmica. El arranque encontró esos ecos primigenios que citaba Dvorák, aunque acabaron diluidos por un segundo movimiento muy amanerado, con unos silencios expresivos tan exagerados como inexistentes en la partitura. El vals del «Allegretto grazioso» nació en exceso uniforme y sin apoyarse en el ritmo folclórico para ampliar vuelo rítmico, pero acabó desembocando y resolviendo bien en el último movimiento, expuesto con menos artificio y más expresión. Dos propinas y muchos aplausos para un «work in progress» que debe huir de los peligros del amaneramiento para ocupar el lugar que le está destinado.