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«Pepita Jiménez»: Bieito sale del armario

Un momento de la producción de Bieito
Un momento de la producción de Bieitolarazon

Aunque nunca se sabe, bromea Calixto Bieito, a estas alturas de la película no va a descubrirnos –ni descubrirse– secreto alguno de su vida sexual; está, aclararemos, felizmente casado y con hijos. Y, con todo, puede decirse que en su «Pepita Jiménez», la versión de la ópera de Albéniz que aterriza en los Teatros del Canal (en cuatro funciones, hoy, 21, 23 y 25 de mayo), el director de Miranda de Ebro sale claramente del armario. O al menos, hace salir a sus protagonistas. Pero es otra clase de salida: en una puesta en escena ambientada en la posguerra española, y construida con una escenografía en cuatro alturas formada por montones de viejos armarios de alcoba, el director abre de par en par las puertas de la casa, deja que entre la luz y airea el ambiente malsano de una sociedad con demasiados tabúes. Estrenada en el Teatro de la Plata de Buenos Aires, esta producción llega a Madrid con José Ramón Encinar y la Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid en el foso. Compuesta por Albéniz a partir de la novela homónima y epistolar de Juan Valera (1874), con libreto en inglés de F. B. Money-Coutts –Albéniz la compuso durante su etapa en Inglaterra–, la ópera contó con hasta tres versiones revisadas por el compositor: la de su estreno, en el Liceo de Barcelona (1896), en un único acto; la segunda, reconvertida en dos actos, que se estrenó en Praga (1897); y una tercera, que se estrenó en Bruselas (1905). Esta última fue la de más éxito, pero esta producción toma la segunda, «para evitar que la orquesta ahogue a los cantantes», aclara Encinar. «Aparte de que la música es excepcional, asisitimos a algo extremadamente especial. Es una ópera que podría estar en el repertorio de cualquier teatro centroeuropeo», asegura Bieito, para quien la ópera de Albéniz tiene «una música arrebatadora, sensual, que huele a candelabros cuando se apagan y, sobre todo, a azahar. Una música que me ha ayudado a crear un paisaje. Porque lo que van a presenciar, en el XIX, es un paisaje lleno de memorias, no sólo mías, sino de personas que me han explicado sus hisorias: memorias de abuelos, de padres, de mis padres... Está lleno de todas estas referencias. Es más una especie de poema donde nos debatimos entre el erotismo y la religión como elemento en este sentido represor».

Hubo una reorquestación de Josep Soler en los años 90, y otra de 1964, firmada por Pablo Sorozábal. Y aunque en algunas verisones la protagonista termina suicidándose (a causa de su amor imposible hacia un sacerdote), Bieito aclara: «Yo he optado por un final luminoso, en el que eso que nos mueve, el erotismo, la vida, finalmente vence». Y aclara el director: «No es una propuesta política para nada, es poética, basada en una idea que yo recordaba: los claroscuros de las casas españolas de finales de los años 60 y de los 70».