Pérez-Reverte, El Cid cabalga de nuevo
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Arturo Pérez-Reverte viene ofreciéndonos a través de sus héroes el pulso que mueve los tiempos, lo que son, en definitiva, los diferentes valores, moralidades, creencias y éticas que han movido las centurias. El Capitán Alatriste nos trae así las sombras de un imperio, que no era más que la miseria de sus soldados y sus gentes, que nunca vieron el oro y la plata de las Indias, pero que acometían con templanza sus deberes y siempre mostraron su lealtad hacia una corona y una iglesia a la que debían poco y jamás les entregó nada. Con Falcó nos trajo/desveló el cinismo del siglo XX, la cara de esos hombres escarmentados, que anteponen la fidelidad a su billetera a los principios que proporciona cualquier ideología o utopía, sea ésta azul o roja. Arturo Pérez-Reverte ha ido forjando así una épica de personajes que funcionan como un prisma: ellos descomponen la luz de su época en ese arco iris que son las integridades, virtudes, indecencias, vicios y anhelos que dominan sus vidas. Pero el escritor aborda ahora, suponemos que con mucha consciencia, y más teniendo en cuenta los sectarismos, odios y prejuicios que empapan esta tierra, un reto de mayor hondura y calado. Sus anteriores caracteres nacen de la imaginación, pero, en el fondo, provienen de la destilación de unos conocimientos previos, de la corporeización meditada de un periodo, demostrando así el autor que cualquier ficción apea o tiene asiento en una realidad concreta y firme. En «Sidi», su nueva novela, que sale a la venta el 18 de septiembre, acomete sin embargo, por primera vez en su trayectoria, la novelización no de un episodio histórico («Cabo trafalgar», «Un día de cólera»), sino de un personaje real. Y no de uno cualquiera, sino uno con envergadura, de los que vienen a caballo de su leyenda: El Cid Campeador. El relato es crónica de frontera o novelización libre o ajustada de Rodrigo Díaz de Vivar antes de que fuera mito y el pueblo cantara aquello de «¡Dios, qué buen vassallo, si oviesse buen señor!». Pérez-Reverte, ajeno a decires y «contradecires», hace ejercicio de libertad y recupera así una figura de nuestro pasado, pero no una cualquiera, sino una estigmatizada por la dictadura, que se lo apropió y convirtió en uno de sus pendones. Peaje que pagó el personaje cuando llegó el momento de homenajearle en el aniversario de su muerte. Efeméride que pasó sin pena ni gloria, que para algunos el guerrero, imagen y espejo de caballeros en la Europa de su momento y al que honraron sus enemigos, no será más que un facha y, para los otros, un incómodo recuerdo. Ahora una ficción puede impulsar la recuperación de su historia, la auténtica, con sus claroscuros, y limpiarlo de la contaminación ideológica que arrastra.