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Pezuña de la gran bestia contra la epilepsia

El museo permanente de la Facultad de Farmacia de la Complutense recoge en sus bajos la evolución de la botica en la Península.
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El museo permanente de la Facultad de Farmacia de la Complutense recoge en sus bajos la evolución de la botica en la Península.
Existe un número incalculable de lugares que son una joya en sí mismos y que, por muy cerca que estén de la mayoría de mortales, pueden pasar desapercibidos durante toda una vida. Incluso siendo una referencia de técnicos, estudiantes y eruditos es muy probable que la plaza quede nublada para el gran público. Uno de estos casos puede ser el del Museo de la Farmacia Hispana, una exposición permanente en el centro de la Ciudad Universitaria –bajos de la Facultad de Farmacia de la Complutense–, abierto desde hace más de 60 años. Cuernos de unicornio y rinoceronte, cantáridas para el vigor sexual, pastilleros, carne de momia, hospitales portátiles, botes, réplicas de farmacias moriscas o auténticas del XVIII, botiquines homeopáticos... Un sinfín de piezas que dan muestra del quehacer boticario en la Península a lo largo de los siglos. Hasta un bote de grasa humana que, por infortunios de la vida, se rompió hace no mucho. Todo ello es –era, en el último caso– su patrimonio. Un centro de referencia que raro será si aparece en alguna guía de ocio, pero que no pasa desapercibido para las exposiciones temporales de dentro y fuera de España, que no dudan en solicitar sus piezas prestadas –«Tierras que curan», el último ejemplo–.

Rafael Folch, el padre

Pero su historia viene de mucho antes. Surge con el que es considerado su padre: Rafael Folch Andreu, a quien ya a principios del XX su afán conservador le delata como el ideólogo del proyecto. De 1915, cuando ganó por oposición la primera cátedra de Historia de la Farmacia, a 1951, ya jubilado y con su hijo recogiendo el testigo, luchó por hacer un hueco a la exposición en la nueva Facultad del campus madrileño a la vez que no paraba de recopilar piezas, instrumentos y reproducciones que en un futuro engalanarían las salas y estanterías del actual museo. A esta etapa previa corresponde la primera obra que se instaló: la réplica de la botica del Hospital de Tavera de Toledo, cedida veinte años antes, pero que no pudo ser expuesta hasta no encontrar el lugar oportuno en el que ser exhibida, una vez acabada la guerra.
De esta forma, el hilo conductor que encontró el museo para ir seleccionando sus colecciones fue el dar a conocer la evolución de la ocupación farmacéutica a lo largo de los siglos. Como piezas fundamentales para hacerse la idea de tiempos pasados se pueden encontrar seis apotecas, tres originales y tres reproducciones, que van desde el periodo del islam medieval hasta el siglo XIX. «Desde el punto de vista didáctico, es uno de los mayores atractivos», comenta Francisco Javier Puerto Sarmiento, director de estas salas y catedrático de Historia de la Farmacia. En su recorrido por la muestra, el también académico de la RAH cuenta cómo la primera, dentro de una evolución histórica sería la botica hispano-árabe del XVI, construida tomando como base la conservada en el Victoria and Albert Museum de Londres y casi con aspecto de puesto de un mercado.
Así, habrá que esperar unos siglos para que una mayor complejidad en los procesos de como resultado la ampliación de estas oficinas sanitarias hasta llegar a la diferenciación de espacios: la botica, de cara al público, y el laboratorio, reservado sólo para los profesionales.

Remedios míticos

Diferente procedencia tienen las dos siguientes farmacias: del Hospital del Cardenal Tavera de Toledo (finales del XVII) y del Hospital de San Juan Bautista de Astorga, de estilo barroco y compuesta de cuatro muebles de madera policromada. A la misma época pertenece otro de los ejemplos de la Facultad, la botica del licenciado Antonio Gibert y Roig. Una farmacia rural recuperada de Torredembarra (Tarragona) y decorada en ocre, dorado y rojo después de su última remodelación en 1778. Y para cerrar el «tour» de los dispensarios se puede visitar el más moderno de todos los expuestos: uno decimonónico que albergó la plaza de Santo Domingo de Madrid.
Tras un paseo de siglos y kilómetros en el que también se hace referencia a la alquimia, la otra parte llamativa del museo está en la colección de medicamentos que se guardan en sus vitrinas. Especial atención merecen los «remedios míticos» derivados de la tradición precientífica: la «pezuña de la gran bestia» –contra la epilepsia–, el unicornio, el cuerno de rinoceronte, la tierra sellada y la carne de momia son quizás los elementos más singulares que se pueden encontrar. Aunque no menos llamativos son otros medicamentos que se arraigaron en la Europa pasada y que a día de hoy suenan a poco menos que brujería: cantáridas, la Triaca, el coral o las piedras bezoares. Balanzas, morteros, cerámica y diferente instrumental terminan completando el total de lo expuesto. Al igual que el conjunto de cajas de madera policromadas que se recopila y que se utilizó en su día para la conservación de simples medicinales.
Una muestra monográfica tan desconocida como interesante desde el punto de vista museológico y museográfico que entrelaza diferentes objetos y medicamentos de la historia de la medicina con los ambientes de las distintas boticas que se han ido sucediendo en España a lo largo de los siglos. Un paseo al alcance de cualquiera que reclame una visita diferente.

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