Estreno

El recado de Plácido Domingo a los políticos del bloqueo

El tenor clausura con un Verdi al que «nunca podremos entender» la temporada del Teatro Real.

Plácido Domingo durante los ensayos de «Giovanna de'Arco» junto a la soprano Carmen Giannattasio
Plácido Domingo durante los ensayos de «Giovanna de'Arco» junto a la soprano Carmen Giannattasiolarazon

El tenor clausura con un Verdi al que «nunca podremos entender» la temporada del Teatro Real.

Ayudado de una astucia suficiente como para transformar verbalmente una pieza de cobre en auténtico oro, el poeta y uno de los primeros empresarios de la historia del Teatro Real, Temistocle Solera, consigue vender en pleno siglo XIX un texto de Juana de Arco al compositor Giuseppe Verdi y al editor del mismo con la firme convicción de identificarlo como «un drama completamente original». Lo que olvida señalar Solera en un alarde de apropiación creativa es que dicho libreto era una adaptación -catalogada por el actual director artístico del Teatro Real, Juan Matabosch, como «perezosa»- de la «Jungfrau von Orleans» del escritor Friedrich Schiller. A pesar de las posibles carencias estructurales que pudiera tener el libreto, Verdi se interesa por la historia de la guerrera gala hasta el punto de destacarle a un amigo la belleza fuera de lo común que poseían a su juicio los versos del original. De esta manera, en 1846, impulsado por una necesidad compositiva de aprovechar las situaciones dramáticas tan intensas y la vasta gama de situaciones derramadas que ofrecían los textos escritos en italiano culto, Verdi estrena en Madrid bajo un aluvión de mordaces críticas «Giovanna d'Arco».

España, una democracia

Ahora, casi tres siglos después, «una chiquilla de 16 años a quien las armas no pesan», en palabras de la poetisa Cristina de Pizán, se convierte en el elemento vertebrador de la ópera en versión de concierto que el Real estrena mañana y con la que despide su temporada lírica contando con la figura de Plácido Domingo como principal cabeza de cartel. El que ejerciera como director de orquesta en más de 500 óperas y versionara con fervor el himno merengón de la Décima ha confesado a la Prensa el anhelo personal de concretar la situación política actual ya que asegura; «me gustaría ver que España sigue con una democracia como la que ha tenido en los últimos 40 años. Y que el mundo se entere de que la tenemos». Así mismo, el madrileño señalaba la dificultad que esto puede suponer en vista de que «si los mismos políticos no son capaces de entender la situación actual, ¿qué vamos a entender nosotros?».

En esta séptima obra perteneciente a las composiciones de la primera etapa del maestro de Busseto, Plácido interpreta el papel del viejo pastor Giacomo y padre de Juana. «Estoy convencido de que todos preferimos hacer una obra en escena. Yo vivo en el escenario, pero creo que ahí reside precisamente la dificultad para nosotros los intérpretes, de representar un personaje sin vestuario, sin maquillaje y sin que haya movimientos», asegura el tenor acerca de la dificultad extra que supone limitarse en este caso concreto al formato concierto, al ejercicio íntimo y pausado del canto teniendo que olvidar el adorno interpretativo: «Sin embargo, pienso que esta ejecución puede conllevar un momento muy especial, porque no distrae. Estás creando algo que no requiere más ayuda que la intimidad que eres capaz de establecer con el director de orquesta y con un público que a veces parece que tienes sentado en tus rodillas», añade.

En el último tiempo, el madrileño con más de setenta años de carrera en su haber ha interpretado algunos de los grandes papeles para barítono de Giuseppe Verdi y, en esta ocasión, a través de la figura de Giacomo, su actuación cobra especial importancia al convertirse finalmente, al hilo de un cambio contra pronóstico de la historia modificada por Solera, en el acusador principal de su propia hija. Un papel delator que en el texto original está representado por una Santa Inquisición que propicia la muerte de la revolucionaria Juana por apostasía y blasfemia transformando su quema en la auténtica manifestación de su victoria.

FUERA DE LO COMÚN

La reivindicación de su figura por todo el mundo y su elevación a la categoría de «heroína revolucionaria» le valió a Juana de Arco una extraordinaria fama como implacable guerrera, liberadora de ciudades, coronadora de reyes y esquivadora profesional del amor de los hombres. Nacida en el seno de una familia de campesinos, desde pequeña aseguraba que oía voces que procedían de las santas. De forma paradójica, al término de su vida y gracias al empecinamiento de Carlos VII, acabaría siendo declarada como tal. Su androginia emocional y estética se convirtieron en su seña de identidad principal y en el impulso mayoritario de su indómito carácter. Se trata, tal y como afirmó Louis Sébastien Mercier en 1802, de alguien que «si hubiera vivido en nuestros días habría tomado la Bastilla».