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¿Podrá una moneda cambiar el mundo?

Surgida en la antiguedad oriental, y con los griegos como precursores del concepto de dinero que hoy tenemos, la historia de las monedas es crucial para entender el devenir de la economía y las sociedades. ¿Traerán los «bitcoin» una revolución en el pensamiento y las costumbres equiparable a la de otros patrones de intercambio?
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Surgida en la antiguedad oriental, y con los griegos como precursores del concepto de dinero que hoy tenemos, la historia de las monedas es crucial para entender el devenir de la economía y las sociedades. ¿Traerán los «bitcoin» una revolución en el pensamiento y las costumbres equiparable a la de otros patrones de intercambio?.
Cuando uno repara en la importancia de la moneda a lo largo de la historia de la cultura, desde el comienzo de la monetarización al «bitcoin», pasando por el papel moneda o el patrón oro, se empieza a comprender el impacto revolucionario de cada uno de estos cambios en la economía y, sobre todo, en la vida de las primeras personas que empezaron a utilizar esa ficción para sus intercambios. Podemos preguntarnos cómo el ser humano llegó a aceptar objetos muy diversos, variables en cada sociedad, como un sustituto de cosas más evidentemente útiles, y pensar que la acumulación de estos elementos constituía un objetivo razonable para sus vidas, y cómo desde entonces se organizó la producción y distribución de las necesidades básicas del ser humano en sociedades complejas.
Ya Aristóteles ofreció en su «Ética a Nicómaco» (V 8) una interesante reconstrucción según la cual los hombres introdujeron la moneda para igualar los intercambios de servicios dispares, por ejemplo entre un médico y un campesino –ya que, argüía, rara vez había contraprestación entre iguales, pongamos, dos médicos–, por lo que «la moneda constituye una especie de término medio (‘‘meson’’), porque es una medida para todas las cosas». Así, dice el filósofo, «la demanda ha llegado a ser representada convencionalmente por la moneda; por ello a la moneda se la llama ‘‘nomisma’’, porque no existe por naturaleza sino por costumbre (‘‘nomos’’) y puede alterarse o hacerla inútil a voluntad[...] La moneda sirve como el medio que hace las cosas conmensurables y las reduce así a la igualdad [...]. Está claro que antes de que existiese la moneda era así como se había establecido la relación del intercambio –cinco lechos por una casa– puesto que no hay una diferencia real entre eso y el precio de cinco lechos por una casa». Es una explicación parcial y algo simplista, pero sirve como base para las investigaciones modernas sobre historia económica de la antigüedad (de Rostovtzeff a Finley o Jones) y da fe de que solo estudiando la revolución que supuso la moneda –y cada una de sus evoluciones– en esta organización podemos darnos cuenta de su importancia crucial en la historia.
Del trueque al símbolo
Hay discusión acerca de cuándo y cómo nació la moneda y el concepto de dinero, en un momento de la historia antigua en el que el ser humano elaboró las nociones básicas que luego harían avanzar la economía desde estadios primitivos, basados en el trueque y el intercambio de mercancías esenciales, a la conceptualización que requiere la moneda simbólica, el crédito y el flujo económico. Hay historiadores que apuntan, como en muchos otros campos, a la primacía del antiguo Oriente. Así hace, por ejemplo, Georges Le Rider en «La naissance de la monnaie: Pratiques monétaires de l’Orient ancien» (Paris, 2001). Le Rider se centra en la historia de la moneda, principalmente en el imperio persa, analizando cómo en el Cercano Oriente se usaron varias monedas y estándares de valor durante los dos milenios antes de nuestra era, entre otras, metal acuñado que circulaba con mayor valor que sus lingotes sin acuñar, dando publicidad al poder estatal, hasta llegar a las célebres monedas del Gran Rey, como los dáricos de oro. Sin embargo, parece que éstas son influencia grecolidia, pues la mayor parte de la investigación se inclina por localizar el surgimiento de la moneda en el Asia Menor jonia y lidia del siglo VII a.C., aproximadamente en la misma área y época en la que surge la filosofía llamada «presocrática», la escuela de Tales de Mileto.
Frente a los posibles precedentes orientales, autores como David M. Schaps, en un libro espléndido, «The Invention of Coinage and the Monetization of Ancient Greece» (Ann Arbor, 2004), defienden la monetarización pionera de la Grecia arcaica. Su tesis básica sostiene que la moneda fue inventada en el Asia Menor griega en torno al siglo VII a.C. y que resultó en una profunda transformación en la economía y la sociedad griegas. Fueron los griegos quienes, a partir de la moneda, generaron el concepto del dinero, que no existía antes: seguramente había en Oriente o Egipto muchos elementos en los que pudiéramos reconocer algunas de las funciones asociadas con el dinero. Las sociedades del antiguo Oriente tenían estándares de valor convencional, generalmente metales preciosos o cantidades de grano tesaurizado, pero nunca antes todos estos elementos se habían conceptualizado en la moneda entendida como «dinero», una medida de valor para todas las cosas. Esto es algo de naturaleza diferente –como argumenta Schaps– de todos los objetos de valor que podrían representarlo. Frente a Oriente y su estándar de pago consistente en «dinero primitivo», la moneda en Grecia siempre realizó todas las funciones que posteriormente heredaremos con la idea de dinero.
Pero la moneda no solo supuso progreso material y facilidades para el comercio a larga distancia entre griegos, fenicios o persas. La naturaleza de esa revolución que, para Occidente y para toda la humanidad, representó la invención del dinero va mucho más allá de la propia economía y redunda en los más grandes logros del espíritu humano, como el pensamiento abstracto, el despegue de la ciencia o la conceptualización de nuevas formas de política participativa que nacen en Grecia frente al Oriente. Esto lo estudia de forma ejemplar el clasicista Richard Seaford en su imprescindible libro «Money and the Early Greek Mind» (Cambridge, 2004). Seaford refuerza la idea de que hay que atribuir a los griegos la invención del concepto de dinero, ya que posee varias características que también son propias de la moderna idea de dinero, como medio homogéneo, impersonal, objetivo y fin universal, y concepto a la vez concreto y abstracto. El comienzo de la moneda afectó sin duda al espacio público, a la política y al pensamiento filosófico de la zona de Mileto, que era seguramente la polis más monetizada de comienzos del siglo VI a.C., en cuya área de influencia desarrollaron su actividad Anaximandro y Jenófanes. Así, se relaciona el alba de la ontología, no solo milesia sino pitagórica y eleática, con el dinero, así como el cambio de paradigma de la religión griega en cuanto al concepto de alma y a los misterios frente al mundo homérico.
Esta revolución explicaría en parte el sentimiento de afinidad que hoy aun tenemos con respecto a la Grecia clásica y a sus obras literarias, que reconocemos casi como propias frente a la extrañeza de lo que Seaford denomina las «culturas premonetarias» de Egipto y Mesopotamia. Roma profundizará en esa asombrosa sensación de familiaridad que nos deja el mundo clásico cuando ahonde en cuestiones como el crédito público y privado, las sociedades, la banca y el sistema fiscal tan complejo y completo, con censos y todo tipo de imposición, que marcan el extraordinario despegue de la República hasta la época del Principado, como estudia en su libro «La República participada» (Castellón, UJI 2005) Juan José Ferrer, el mejor historiador económico del mundo antiguo en España.
De aquella revolución monetaria y fiduciaria de la antigüedad nos viene todo lo demás, el gran mundo de la historia económica tardomedieval, moderna y contemporánea –tras el paréntesis aislacionista del medievo–, hasta llegar a Keynes, el FMI, la tarjeta de crédito, el comercio electrónico o el «bitcoin». Es necesario, aunque suene paradójico hoy, reconocer esa deuda –otra más– que tenemos con Grecia.

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