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Tres figuras de pie y desnudas escoltaban a otra que permanecía sentada en el suelo. Las dos mujeres y los dos hombres que componían este extraño cuadro ocultaban sus cabezas bajo un saco marcado con una «X» blanca.
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  • Pedro Alberto Cruz Sánchez

    Pedro Alberto Cruz Sánchez

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Tres figuras de pie y desnudas escoltaban a otra que permanecía sentada en el suelo. Las dos mujeres y los dos hombres que componían este extraño cuadro ocultaban sus cabezas bajo un saco marcado con una «X» blanca.
Quienes pasaron ayer por la mañana delante de la puerta del Museo Reina Sofía se toparon con una situación rayana en lo siniestro: tres figuras de pie y desnudas escoltaban a otra que permanecía sentada en el suelo. Las dos mujeres y los dos hombres que componían este extraño cuadro ocultaban sus cabezas bajo un saco marcado con una «X» blanca. Mientras que los tres cuerpos incorporados portaban en sus manos cuerdas que ayudaban a cubrir sus genitales, el individuo sedente exhibía un cartón con el título de la acción: «La fina línea que separa el arte de la mendicidad».
El autor de esta pieza, Marc Montijano, ha construido, en efecto, a través de esta performance, una escena de mendicidad en la que se pretende denunciar la situación lamentable en la que viven los artistas en España.
Todos los recursos con los que suele trabajar Montijano en sus acciones se hallan presentes en esta obra: el cuerpo desnudo, las cuerdas, los sacos. Estos últimos reenvían a imágenes tan poderosas como las de las torturas de Abu Ghraib o la desaparición del individuo operada por el coreógrafo Boris Charmatz en «Con forts fleuve» (1999) –donde cubrió la cabeza de los bailarines con jeans doblados y cosidos– . Por otra parte, el cartón con el título de la acción trae a la mente las performances de Tino Seghal, en las que los intérpretes siempre acaban diciendo de viva voz el título de la obra en cuestión.
A Marc Montijano le gusta calificar a sus trabajos como «arte de guerrilla». Aunque, en la acción desarrollada ayer en la puerta del Reina Sofía, este formato de guerrilla pareció transmutarse en aquel otro de la «crítica institucional».
De hecho, la actitud mendicante de los cuatro intérpretes frente a la gran institución del arte contemporáneo español pone de manifiesto la disimetría entre un mapa de infraestructuras faraónicas y la precariedad de unos artistas abocados a la indigencia. La mayor parte de los presupuestos públicos se destinan a sostener infraestructuras construidas en los tiempos de la euforia inversora. En cambio, poco –por no decir nada– de estos presupuestos se destina a los artistas.
El discurso esgrimido por Montijano recuerda al de aquel célebre happening realizado en 1969 por Yayoi Kusama en el jardín de esculturas del MoMA, en el que ocho participantes desnudos desplegaron un amplio catálogo de poses artísticas durante los veinte minutos que los vigilantes del museo les concedieron antes de expulsarlos. El objetivo de esta acción lo resumió elocuentemente Kusama cuando sentenció que «mientras los museos muestran artistas muertos, los artistas vivos mueren».
Los pocos minutos que duró ayer la «escaramuza artística» de Montijano bastaron para recuperar el carácter genuino de la performance de confrontación, la dimensión más insobornable de una crítica institucional que, hoy más que nunca, es necesaria para reivindicar la dignidad de un tejido artístico que muere lentamente por inanición.

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