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¿Qué diferencia al fascismo de los populismos actuales?

El historiador Federico Finchelstein presenta un libro en el que reflexiona sobre la relación entre el fascismo y las actuales corrientes políticas emergentes
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El historiador Federico Finchelstein presenta un libro en el que reflexiona sobre la relación entre el fascismo y las actuales corrientes políticas emergentes.
Cuando Hitler y Mussolini estaban en el poder, todo aquello que quedara fuera de sus parámetros –por decirlo de alguna manera– no merecía ser gobernado. Más bien, se eliminaba del mapa: si tus ojos no eran azules o rezabas a un Dios diferente, te esperaba el peor de los destinos. Eso fue el fascismo: discriminación, violencia y poder reunidos en una sola persona que demonizaba a todo aquel que fuese en su contra. ¿Acaso se puede llegar a olvidar una época de la historia como fue la de las dictaduras fascistas? Lo que, quizá, no es tan difícil es que se llegue a repetir. De ello habla el historiador Federico Finchelstein en «Del fascismo al populismo en la historia», un libro en el que, más que recordar lo que ocurrió bajo el poder de Hitler, contextualiza para más tarde poner en relación la ideología de Mussolini con los emergentes populismos en la actualidad. Y es que, cuando Donald Trump llegó a la presidencia de Estados Unidos, «lo hizo con un populismo nuevo, que se parece más al fascismo porque regresa a esos elementos que fueron centrales: la xenofobia y el racismo», explica el escritor. Esto se debe, según Finchelstein, a una importante pérdida de memoria histórica, producida tanto por la lejanía de las nuevas generaciones a esas épocas como por una disminución de la calidad democrática. Es decir, es cierto que la democracia constitucional que nació con la caída del fascismo se pudo ver debilitada por la aparición del populismo moderno a manos de «fascistas y dictadores que querían una democracia con tintes autoritarios», apunta. Pero, ahora, está perdiendo su fortaleza al entrar en su sistema ideologías que discriminan a ciertas minorías.
«Existe una novedosa y preocupante tolerancia del racismo», explica el historiador, «en España, hay gente que está cansada de ciertos partidos políticos y por ello vota a Vox». Y lo hace, según Finchelstein, «no para apoyar a la xenofobia o al racismo, sino a pesar de eso. Esto demuestra una gran permisividad frente a ambas posiciones». Además, si Iglesias y Abascal en España o Trump en Estados Unidos han obtenido poder, también se debe, para Finchelstein, a una crisis de representación política: los partidos están gobernados por una élite cuyas circunstancias quedan bastante lejos de la situación en la que vive un ciudadano medio. «En ese marco surgen los populistas: sostienen que les voten a ellos, que son el pueblo y saben más que nadie qué es lo que necesitan», apunta el historiador. Aquí radica otra de las relaciones que expone en su libro: «El fascista dice que gobierna en nombre de todos, pero sin permitir ningún tipo de elección para comprobar si es legítimo que lo haga o no», explica Finchelstein. Por su parte, el populista actúa con dos movimientos. Cuando llega al poder, asegura que el pueblo ha decidido, pero con “pueblo” se refiere solamente a sus seguidores», explica, siendo el segundo movimiento el de «la reducción del pueblo a sí mismo». De esta manera, si en el caso de Hitler quien no alzara el puño merecía la cárcel o la muerte, ¿qué ocurre con quien no sigue a populistas en el poder como Trump o Bolsonaro? «Se le demoniza de forma retórica», apunta Finchelstein. Es decir, sus derechos no se ven atacados, pero sí entra de lleno en una «minoría». «Históricamente siempre se han buscado chivos expiatorios y, si antes eran los judíos, ahora son los sectores más empobrecidos, como los inmigrantes, los que se convierten en la razón de todos los problemas del país».
Iglesias, el mesiánico
Vox en España o Salvini en Italia han causando revuelo desde su reciente crecimiento en sus respectivos mapas políticos. Pero, ¿qué ocurre con el populismo de izquierda? Ambos extremos, dice Finchelstein, «comparten la idea de un líder mesiánico», y ejemplifica el cartel que Pablo Iglesias protagonizó hace unos meses bajo la palabra «Vuelve». «¿Cuál es la propuesta, por qué él lo encarna todo?», se pregunta el historiador. Este es el punto que no marca la diferencia entre el populismo de izquierda y el de derecha. Pero sí hay una distinción importante: «Perón y Vargas eran anticomunistas, corporativistas de derechas, amigos y aliados incluso de Franco», subraya Finchelstein, «pero no hacían del racismo un uso central de su política como el populismo actual». Ante esto, y volviendo a la concepción de «pueblo», el populismo de izquierda, para el historiador, «la concibe en término de “demos”, es decir, aquellos que por identidad me apoyan a mí, mientras que en la extrema derecha lo utilizan en término de “etnos”, esto es, vuelven al racismo que caracterizó la ideología fascista de Hitler o Mussolini».