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¿Qué tiene que ver Picasso con Franco en el congelador?

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  • La Razón es un diario español de información general y de tirada nacional fundado en 1998

  • Pedro Alberto Cruz Sánchez

    Pedro Alberto Cruz Sánchez

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La exposición «Picasso y el exilio», inaugurada en el museo Les Abattoirs de Toulouse, traía una inesperada sorpresa. A modo de un añadido al hilo central de la exposición, se ha «adosado» una muestra que, bajo el título de «¡Dulces sueños!», incluye obras de artistas como Eugenio Merino, Carlos Aires, Nuria Güell, Jordi Colomer, el Colectivo Democracia o Daniela Ortiz en la que se abordan asuntos como la Ley Mordaza, el genocidio de Colón, la violencia policial o el 15M. El proyecto, apoyado por Acción Cultural Española, posee además la particularidad de que nadie ha querido reconocer su comisariado, lo cual convierte su diseño y ejecución en una suerte de Expediente X, producto de una acción nocturna, de un asalto institucional con forzamiento de cerraduras incluido. Las cuestiones que plantea este evento apendicular son variadas, y para abordarlas no hace falta despegarse de una básica lógica intelectual. La primera surge del intento de legitimar tal muestra bajo el argumento de que las obras exhibidas visualizarían el legado artístico de Picasso. La supuesta continuidad entre la obra del malagueño y estas visiones contemporáneas vendría aportada por la actitud de «resistencia política» que las caracteriza: el primero representaría el «exilio externo» y los segundos el «exilio interno». El problema es que el discurso político de ambos polos se desarrolla en dimensiones muy diferentes: Picasso denunció la coyuntura política de la dictadura franquista mientras que sus «herederos» realizan una enmienda a la totalidad de la historia de España. Ni el «Guernica» ni ninguna otra obra de Picasso expresan ni explícita ni implícitamente un odio a la cultura española. Su condición de exiliado nunca implicó un cuestionamiento de su «españolidad», que es precisamente lo contrario de lo que hacen sus «sucesores» mediante un bombardeo masivo de diferentes episodios históricos. Además, del relato que se teje a través de los trabajos mostrados en «¡Dulces sueños!» se deriva una conclusión de un maniqueísmo feroz: todo lo que haga España está deslegitimado por un fallo histórico irreparable. Incluso su democracia. Y aquí viene el segundo asunto mollar: extrapolar el espíritu del «Guernica» y de los exiliados españoles al momento presente, para, mediante una obscena maniobra de manipulación, convertir el régimen del 78 en una prolongación de la dictadura franquista. Quien haya comisariado este proyecto –cosa que alguna vez sabremos– ha seleccionado obras que abordan asuntos muy concretos de la realidad española. El problema es que cuando todas estas pequeñas partes se reúnen descontextualizadas se produce un efecto sinécdoque que lleva a entender el todo por la parte y a considerar que este país conculca todas las libertades de la galaxia. No sé hasta qué punto al Gobierno le beneficiará dar una imagen de su país tan desastrosa. Una cosa es que se promocione a los artistas críticos y otra muy diferente que el desmesurado escoramiento ideológico genere un relato unidimensional, estereotipado y demoledor de nuestra historia.

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