Raúl del Pozo: «El papel es la reserva que mantiene y da credibilidad a las noticias»
El columnista publica «El último pistolero», una antología de artículos que demuestran que no escribe «para que me quieran, sino por oficio».
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El columnista publica «El último pistolero», una antología de artículos que demuestran que no escribe «para que me quieran, sino por oficio».
El talento proscribe, pero en los días del cólera la escritura de Raúl del Pozo calienta como un lanzallamas. Supo crecer del revés, como Picasso y Bob Dylan. Hoy son varias las jóvenes generaciones que lo veneran. Acuden los grumetes al amparo del mejor capitán que vieron las noches del Foro. Hablamos del jefe de jefes. Mientras los de su edad regurgitan premios y duermen a las ovejas, ictéricos de rencor, Del Pozo sigue al pie del bloc de notas. Entre el bolero de la novela negra y el ruido de la calle. Al genio que escribió «No es elegante matar a una mujer descalza» y «El reclamo», ensayista metralleta, inolvidable cronista parlamentario, cazador de desnudos de agosto, columnista mitológico y enviado especial en medio mundo, le ha crecido un nuevo libro, «El último pistolero» (Círculo de Tiza). Una antología de artículos recientes cocinada por Jesús Fernández Úbeda, uno de los mejores periodistas de la nueva camada, cuchillero precoz de prosa dinamita.
–¿Cómo nace el libro?
–Me lo han dado hecho. Para mí es un regalo. Gracias a la inteligencia y la delicadeza de Eva Serrano, mi editoria, y a los amigos, que se han volcado, ha salido un libro hermoso. Yo he descubierto que hay gente que me quiere. Incluso que hay gente que me lee. Por cierto, Eva es la editora que nunca tuve. Sensible, culta, paciente, maravillosa.
–¿Es lícito afirmar que se ha reinventado con «El ruido de la calle»?
–Corría el riesgo de repetirme, de obsesionarme, del egocentrismo, del narcisismo ideológico, y era imprescindible escuchar el ruido de la calle. De ahí el título. Los columnistas somos predicadores. A veces sermoneamos con la furia del español sentado. Para librarte de esos vicios, para no repetirte y no aburrir a los lectores, necesitas descolgar el teléfono, preguntar, y hablar con la frescura y la llaneza de la calle.
–¿Morirá el periodismo en papel?
–Morirá. Somos los últimos galeotes de un barquito de papel que fue el de la libertad. Pero igual que en EEUU hay una reserva de oro, el papel es, todavía, la reserva que mantiene y da la credibilidad a las noticias. Lo que sale en las webs muere en el aire. Lo que se escribe en papel, escrito queda.
–Imposible no hablar de España.
–Lo que está pasando es positivo. En ningún país de Europa se ha vivido esta catarsis. Desfilan por el banquillo políticos, banqueros, generales. Luego dicen que no hay justicia, que no hay separación de poderes. Claro que la hay. Y la democracia sale fortalecida. El sistema funciona. Y en parte se debe a la vanguardia del periodismo, cabeza de puente de la catarsis.
–¿Cómo explicar la traición de cierta izquierda a la idea de España?
–Algunos olvidan que durante la guerra la izquierda fue internacionalista y patriota. Los dirigentes apelaban a España, ahí están los discursos de Azaña, y los poemas de Machado, Alberti, Neruda... Pero sufrimos una pulsión kamikaze, que viene desde los taifas, los cantones, etc. Algunos quieren, de forma suicida, destruir este país.
–¿Cómo explicamos el odio?
–No es fácil. Sobre todo porque España tiene una historia maravillosa. Con sus sombras, claro, pero deslumbrante. Una historia que los griegos imaginaron y nosotros realizamos.
–¿Qué fue de la nueva política?
–Podemos representó el nacimiento de una ira popular justificada. Otra cosa es que se equivoquen. El motín seguirá, sobre todo ante el hundimiento del PSOE. Y al PP le podría ocurrir lo que a la Democracia Cristiana si no espabila. El PP ha hecho servicios fundamentales al país. Ha mantenido el Estado del Bienestar a pesar de la crisis, pero necesita repensarse para evitar el agotamiento y ser, de nuevo, un partido de futuro.
–¿Vivimos, a nivel general, un cambio de era?
–Asistimos en directo a la revolución de la sabiduría, a la democratización del saber. Claro que todo tiene riesgos. En internet también crecen las sectas, el yihadismo, etc.
–¿Sobreviviremos al auge del fundamentalismo?
–Bueno, quizá lo más importante que está ocurriendo es que hay una guerra, no declarada, contra los países democráticos por parte de los países islámicos, que a su vez están divididos entre el cuñado y el primo de Mahoma.
–Más allá de la actualidad ha escrito novelas magníficas. En todas aparece el río, y la Serranía de Cuenca.
–Nací al lado del Júcar, entre un canal y el río. El Júcar fue el río de los lancheros, que eran como cowboys del agua y manejaban los maderos igual que a las vacas. Allí estaban los grandes aventureros de la montaña. Como dijo alguien, la flor de la libertad florece en la montaña y se marchita en el llano. Es una tierra épica, donde hubo guerrilleros, lancheros, bandidos, cazadores furtivos. Un Far West del Macizo Central.
–¿Y cómo fue que un niño que gateó bajo la sombra de los alimoches acabó por envenenarse de literatura?
–Porque bajaba a Cuenca en bicicleta y descubrí la biblioteca. Yo no gateé entre los libros, como el Sartre de «Las Palabras». Tampoco puedo decir, como Borges, que el cielo es una inmensa biblioteca, pero descubrí a Pío Baroja, a Camus. La literatura fue un electroshock para mí.
–Volviendo al oficio, el otro día publicó que escribir gratis arrasará la profesión.
–No se puede escribir de balde. Si no te pagan hay que guardar en un cajón lo que se escribe. Ya se publicará si vale.
–¿Y todo ese rollo de que uno escribe para que le quieran?
–No sé. Yo, desde luego, no escribo ni para que me quieran, ni para orinar los jueves en la Academia, ni para que me den una calle. Escribo porque es mi oficio. Porque no sé hacer otra cosa, y es un oficio bellísimo, contar lo que pasa, y hacerlo, si es posible, antes que los demás, y si te enteras de algo y tienes una exclusiva, pues darla, aunque se hunda el mundo.