Realismo y show
En dos extremos del mundo, Londres y Buenos Aires, se repite un idéntico esquema: en la Serpentine Sackler Gallery de la capital inglesa los hermanos Chapman exponen sus esculturas de realismo sórdido y polémico, a través de las cuales han conseguido incendiar reiteradamente la escena artística de los últimos años; en la Fundación Proa, situada en el mítico barrio de La Boca, Ron Mueck ofrece el enésimo ejemplo de su hiperrealismo de escala aberrante, en el que la miniaturización y el agigantamiento de lo real conviven sin transición alguna para sorpresa y deleite de los espectadores. En otro punto alejado del planeta, en Miami, la recién finalizada franquicia de la Feria de Basel, ha situado la obra de los Chapman, Kiki Smith y Tracy Emin entre las más cotizadas en el exigente ámbito del coleccionismo. ¿Qué nexo de unión existe entre estas tres situaciones? O mejor: ¿cuál es la tendencia fuerte que se vislumbra a resultas de la concatenación de ellas? Sin ninguna duda, la crisis ha empequeñecido tanto el mercado y el perímetro de experimentación del arte contemporáneo que ya sólo queda lugar para lo fácil, para esa figuración consentida por los manuales del radicalismo último que, bajo el paraguas de la provocación y la estrategia del «shock», se ha convertido en el principal gancho para público y coleccionistas.
Resulta curioso, en este sentido, cómo, desde las filas de la corrección política más demagógica y adocenada se cuestionan exposiciones como las de Antonio López –por considerarlas propias de un giro conservador y populista en las programaciones de los centros institucionales– mientras que, por otro lado, se evidencia una indulgencia infinita hacia este modelo de figuración obscena que, en rigor, bebe de las mismas aguas del perfeccionismo hiperrealista. Seducidos por la polémica desatada por los temas en ellas abordados, nos olvidamos de que las estrategias visuales empleadas por los Chapman, Ron Mueck e incluso Tracy Emin resultan insultantemente simples y banales, características de un momento de demolición que ha esquilmado el mundo del arte de cualquier finura o sutileza conceptual. La deriva es todavía peor de lo esperado: el arte responde a la indigencia de la realidad no mediante alternativas alentadoras, sino a través de la profundización de su necedad.