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Renzo Piano: «Este museo es un edificio maleducado, desobediente»

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El responsable del proyecto habla con LA RAZÓN sobre el nuevo Museo Whitney de Nueva York, que acaba de abrir sus puertas.
¿Qué hay que hacer nada más acceder al nuevo edificio del Museo Whitney? El arquitecto Renzo Piano (Génova, Italia, 1937), uno de los profesionales más sólidos del mundo de la arquitectura, encargado del diseño y realización del proyecto, se lo pone difícil al visitante del nuevo centro de arte estadounidense del siglo XX y XXI, cuya colección comprende más de 21.000 obras de más de 3.000 artistas. Las opciones son diversas: ¿se mira a través de los enormes y hermosos ventanales?, ¿se sale a las terrazas?, ¿a cuál de ellas: a las que dan a la ciudad de Nueva York o a las que miran a Nueva Jersey, el estado vecino, que comunica con el resto del país?... o ¿no será mejor dirigir la mirada al techo? La más idónea, pensamos, es comenzar por la increíble exposición de arte estadounidense de más de 600 piezas que firman alrededor de cuatrocientos artistas. Piano contesta a LA RAZÓN durante la presentación a la prensa. Y lo hace tomando su apellido como mantra, despacio, despacio. La mañana ha sido agotadora, pero no muestra signos de cansancio. Tiene 78 años. Atiende como si fuera la primera conversación del día. El museo se ha transformado durante esta semana en un ir y venir permanente. Su tráfago era inusual. Por sus galerías y salas han desfilado directores de museos, comisarios, críticos, artistas, famosos, diseñadores. Varias han sido las fiestas, cenas y actos de pre-apertura. El museo de cristal y acero ocupa un espacio en el Meatpacking District; se hace notar pero no desentona allí donde los estudios de los artistas, las oficinas de los grandes diseñadores y los apartamentos de los famosos ocupan los antiguos mataderos y fábricas. Savia nueva para el arte.
–Parece inevitable preguntarle si se considera un arquitecto de museos, etiqueta con la que se le ha bautizado en alguna ocasión después de los proyectos de Basel, Boston, Harvard o Texas.
–A veces la gente piensa que soy un constructor de museos, pero cada uno tiene su esencia, su rasgo diferenciador: en ocasiones es la colección o la filosofía con que se levantó. Un museo es mucho más que el edificio que lo cobija porque es un centro que expone, que educa; nunca es igual y siempre es cambiante. En este caso, es la historia del arte estadounidense, trasladándose de la parte del bajo, donde estuvo en un principio, al alto Manhattan en el año 66, y ahora con su regreso al sur en 2015. Es una historia totalmente diferente. Me ha gustado hacer el Whitney. El cristal, por ejemplo, es muy especial. Cuando viene el viento fuerte, existe cierta dinámica.
–Eso nos lleva a la luz que inunda el edificio...
–Lo de la luz es siempre una vieja historia que a veces choca con los museos. Si hay mucha, no funciona; si todo está oscuro, tampoco. En la gran sala de éste la cuestión es simple: por la mañana la luz procede del lado este; por la tarde, viene del lado oeste. Y esto también forma parte de la historia de la ciudad, saber dónde estás exactamente en el mapa de Estados Unidos. Por un lado uno está en contacto con la ciudad, y por otro con el resto del país. Ya me conozco las típicas críticas que dicen que «el museo debe tener menos luz», pero yo siempre he mantenido que el color negro y la oscuridad matan. Cuando levantas uno debes saber lo que haces.
–¿Cuál fue su principal preocupación en este proyecto?
–Tenía muchas cosas en las que pensar. La principal fue el legado del Edificio Breuer, que antes albergaba el Whitney en el barrio residencial del Upper East Side de Manhattan. Ese museo fue, es, ha sido y será un museo muy querido, y es algo que no se puede pasar por alto. Era un edificio sin pretensiones, fuerte, valiente y maleducado. Quiero decir que no se trataba de un edificio obediente que satisfaga a todos. Era lo que era. Por ello, con el traslado a éste, de nueva creación, era importante no traicionar ese espíritu primigenio de Breuer.Y de ahí que haya querido conservar esa esencia de levantar un edificio valiente e igualmente maleducado en el sentido de ser desobediente. Cuando uno crece en Europa, como es mi caso, lo hace con la idea de patrimonio y cultura en la piel, pero, al mismo tiempo, yo crecí con el deseo de libertad y rebelión.
–¿Qué representa el nuevo edificio para usted?
–La idea de libertad. También hay que tener presente una cosa, al menos, es lo que yo pienso: la arquitectura no funciona a corto plazo sino a largo. Lleva su tiempo, lo necesita para que forme parte del lugar, para que se aprenda a amar. No se levanta un edificio como éste para satisfacer, para dar gusto, para quedar bien, sino pensando que es lo mejor que puede crear. Y el Whitney es lo mejor que yo sé hacer.
–¿Cambió muchas veces el diseño original?
–Cambié muchas veces de opinión en numerosos aspectos. Tenga en cuenta que empecé a trabajar en esto hace once años. Tuvimos que modificar el emplazamiento del mismo porque había poco presupuesto. Empezamos, entonces, a buscar un nuevo sitio. Nos reunimos con el alcalde de turno, Michael Bloomberg, y encontramos este lugar que nos pareció bastante interesante y con un futuro prometedor. Después de eso, comenzamos a trabajar ya en esta zona. Era 2006.
–Y después vino la crisis...
–Sí. Esto fue dos años antes de producirse. Pero también es lo que hace que Estados Unidos sea Estados Unidos: las cosas siempre se mueven. Y aquí la gente dona dinero sin pedirte necesariamente algo a cambio. Yo soy italiano. Vivo en Europa. Y allí esto no existe. Muy poca gente da grandes sumas de dinero como aquí de manera altruista y por el mero placer de hacerlo. Y si es así te piden algo a cambio. Cuando la crisis se destapó había un cierto temor, pero jamás llegué a pensar que el proyecto se podría paralizar.
–¿Cuál es la diferencia entre trabajar en Estados Unidos y Europa?
–En el fondo es lo mismo. Lo que cambia es la gente, el equipo. Las personas con inventiva lo son en cualquier lado. Me encanta trabajar en Europa y también aquí. La fachada de este edificio se ha hecho en Alemania y algunas partes, como los suelos de pino provienen de Italia.

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