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Robert Lepage, jazz, amor y otras adicciones

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El director teatral habla con LA RAZÓN de la recuperación de «Needles & Opium», un montaje que involucra a Miles Davis y a Jean Cocteau.
En el principio de esta historia está el desengaño amoroso. El que Robert Lepage, uno de los directores y autores teatrales más prestigiosos del mundo, sufrió, como casi todos los seres humanos de este planeta, hace 20 años. Aquello le impulsó a escribir una obra que buscase explicación o al menos provecho a sus tormentos emocionales. Así fue como nació «Needles & Opium», una pieza que navega por las aguas revueltas de la adicción a las drogas, la música jazz, la poesía, y los convulsos años 40 a tavés de las vidas de dos hombres que se cruzaron con la misma herida del desamor que Lepage: Miles Davis y Jean Cocteau atravesaron el Atlántico en sentidos opuestos, poseídos por el demonio de los opiáceos y con el corazón hecho añicos. Hoy, en el marco del Festival de Otoño a Primavera de Madrid, es la primera oportunidad para ver esta nueva versión del montaje, cuyo director considera «más poético y más dramático» que el original.
Primero hay que aclarar que Lepage nunca reescribe sus textos «y muy raramente vuelvo a representar viejos montajes. Por eso, enfrentarme a él de nuevo era divertido, en el sentido de que las heridas del corazón ya estaban cerradas y porque, sin haber querido leerlo tampoco, tenía la impresión de que había envejecido muy bien. ¡Yo era muy maduro hace 20 años!», exclama antes de romper en una de las múltiples carcajadas que suelta durante la conversación. Así que las novedades de la representación se centran en una nueva escenografía y recursos tecnológicos, así como en el aspecto interpretativo: «Conozco mejor a los personajes reales, y sé algo más de la vida», resume Lepage.
El desencadenante
La acción se sitúa en 1941, cuando Miles Davis ha llegado a París y mantiene una breve pero intensísima relación amorosa con Juliette Gréco, actriz y musa de los filósofos existencialistas. A su regreso a Nueva York, apenas dos semanas después, será la primera vez que pruebe la heroína y comience su infierno personal. Casi al mismo tiempo, Jean Cocteau hace el viaje inverso, desde la capital francesa a la Gran Manzana, tratando de superar la temprana muerte de su amante. Lepage tomó su propia experiencia para introducir un tercer personaje que, claro, se llama Robert (y al que él mismo interpretó hace años, aunque ahora es Marc Labrèche quien lo hace), para plantear el drama como tres vivencias entrecruzadas, aunque no es lo mismo sufrir la pérdida con 30 años que en la cincuentena. «Exacto, al envejecer el protagonista, es decir, yo mismo, la historia no puede ser igual, ¡con esa edad no sabes ni cocinar beicon! Así que el contenido es aquí más dramático, poético e introspectivo». Resulta curioso que el desamor, que es la vivencia más poderosa que muchas personas tienen en su vida, sirva para inspirar canciones e impulse a los solos de violín, guitarra o saxo tenor, pero no parezca argumento suficiente para hacer andar una novela o una película. «Estoy de acuerdo. Creo que es porque es muy fácil, si escribes sobre el amor, inmediatamente llegas al dolor y te quedas ahí, con una pobre historia. Sin embargo, la diferencia en mi opinión puede estar en qué es lo que la pérdida desencadena a continuación. En el caso de Jean Cocteau y de Miles Davis, ambos consumían droga –el primero opio y el segundo heroína, que son lo mismo pero tomado de diferente forma–, como el resultado de la ausencia del amor», explica Lepage, cuya obra no se interesa tanto en el acto de amar en sí mismo, como en la privación, es decir, en el peor síndrome de abstinencia. «Por supuesto. Porque en ambos casos, tanto bajo el efecto del amor como de la droga, lo que realmente cambia es tu percepción del mundo y del entorno. Tú mismo lo habrás notado, si es que has estado enamorado, que el significado mismo de la vida cambia, y es obvio que vuelve a ser diferente si dejas de estarlo. Porque te vuelves adicto a esa percepción de la vida. Así que, en cierto modo, de lo que habla el montaje es del significado que le das a tu propia existencia, que puede o no estar mediatizado con el amor, con la droga, y con muchas otras cosas. Pienso que es un punto de vista propio de la filosofía existencialista». Sin embargo, Lepage se desmarca del cliché del sufrimiento como punto de partida de la creación artística. «No lo creo en absoluto. Pero sí en el conflicto, con uno mismo o con la sociedad, para situarse de frente a las cuestiones importantes», señala. Y si no es el sufrimiento, ¿pueden las drogas potenciar la creatividad? «Ahí me temo que no puedo promover las virtudes de su consumo. Cuando tenía 14 años, las tomé una vez y la experiencia me dejó dos años completamente jodido de salud. Algo salió mal y yo de inmediato desarrollé un miedo atroz a las drogas, de manera que nunca más se me volvió a ocurrir. Pero ya conocerás que hay muchos testimonios de otros artistas para los que un viaje les abrió la mente y se liberaron de cargas contra las que no sabían luchar. Aunque desde luego que no es mi caso», dice irónico.
La puesta en escena tiene todos los ingredientes del afamado director canadiense. Una escenografía con forma de cubo gira sobre sí misma como un personaje con vida propia sobre la que se proyectan imágenes, un acróbata cruza el campo visual y la música de Miles Davis se superpone a las palabras de Cocteau sacadas de su obra. «El personaje de Davis es mudo porque funciona como un subtexto con su propio lenguaje», dice Lepage. Así, de un lado hay un francés, poeta surrealista, blanco, viejo y europeo que se expresa con palabras. Del otro, un negro, sensual, joven y estadounidense que se expresa en un nuevo lenguaje, recién creado: el jazz. «Exactamente, creo que es una buena representación del ying y el yang, de dos fuerzas que, siendo diferentes, se complementan». En la realidad histórica también se produjo un intercambio cultural: Miles Davis introdujo en el Viejo Continente un sonido endemoniado que pondría boca abajo a la capital francesa, el «bebop». Mientras, Cocteau escribía en su «Lettre aux Amèricains»: «El hombre tiene dentro una oscuridad profunda ocupada por monstruos terribles. No todo el mundo puede llegar al fondo, pero, esta noche, los oficinistas que controlan la puerta al abismo dejarán entrar a los poetas». Entre esos abismos se cuentan los del amor perdido, también por el director de la obra, quien, 20 años después... «entiendo algo mejor los misterios del amor, pero eso no me hace sentir precisamente más feliz».

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