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Roberto Álvarez: «Ana Obregón es disfrutona, ser su marido fue muy fácil»

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Llega en moto a toda prisa a La Dolores donde hemos quedado para tomar unas cervezas. Este local supone para Roberto Álvarez un regreso a su juventud, cuando vivía en el barrio de Las Letras de Madrid, una época en la que le servía de desconexión y entre cañas, amigos y risas pasaba las tardes y las noches... Accede a ponerse detrás de la barra para mostrar sus dotes de camarero y aunque tirar una cerveza no es lo suyo, lo pasa en grande. Y es que los que no conozcan a Roberto pensarán que es un hombre serio de chaqueta y corbata, un banquero digno de un relato de Oscar Wilde. No se fíen de las apariencias y menos aún de la tele...
No seré el primero al que le sorprende su sentido del humor... ¿Está harto de que le cataloguen de hombre serio?
Es la fama que tengo por los papeles que interpreto. Supongo que también influye el físico, pero soy un cachondo, siempre estoy haciendo bromas. En los rodajes de «Servir y proteger», la serie en la que estoy ahora en TVE, me quieren porque estoy todo el día de guasa. Es importante tener humor.
Pero le vemos poco en comedias...
También sé hacer comedia, pero qué se le va ha hacer si no me llaman para ello. Oye me ha tocado esto y no me quejo. Si no me hubiera tocado nada sí que estaría jodido. Esta profesión es así y hay que dejarse fluir.
¿Aún le llaman «Fernando el de ''Ana y los 7''» por la calle?
Sí, y creo que seguirá ocurriendo. Es normal, la serie fue un éxito rotundo: concitó a 11 millones de espectadores en el minuto de oro del ultimo capítulo, el de la boda. Cuando bajábamos a un 28% de audiencia nos deprimíamos. Teníamos un 35% de media. Lo vieron millones de personas, había niños que jugaban a imitar a los personajes de la serie Yo tenía 40 años y hasta entonces había hecho teatro principalmente y de repente me puse de moda. Fue de locos.
¿Fue sencillo ser marido de Ana Obregón durante tres años o su hiperactividad le ponía de los nervios?
Ana obregón es muy buena compañera, una mujer muy dulce, muy respetuosa con el mundo de los actores. Con ella los rodajes eran muy alegres y ser su marido fue muy fácil. Ana es una mujer muy disfrutona, fue todo precioso mientras duró. Luego vinieron los conflictos, no entre nosotros, sino de ella con la productora, algo que yo no llegué a conocer.
Es de los que saben hacer bomba de humo...
Tengo una habilidad para bandearme en los equipos de trabajo pero navegando por encima de las olas y hay cosas que no me interesa conocer.
Ahora se mete en la piel del protagonista de la película «Intocables», el tetrapléjico Philippe, en su adaptación teatral. Estar 90 minutos sin poder moverse no debe ser sencillo...
Es más fácil de lo que parece. Hay una certeza en los actores que dice que el hábito hace al monje. Es cierto que da incertidumbre, pero luego te acostumbras y resulta un apoyo grande. El espectador está pendiente de que te muevas. Cuando te pica algo es terrible, pero te relajas y te aguantas. Lo peor es cuando me pasan de la silla a la cama y me dejan en mala postura..
¿El humor tiene límites?
Las grandes obras de arte siempre han combinado drama y humor, algo que da anchura a la humanidad y altura a la obra. Mira «La vida es bella» o «El verdugo» de Berlanga, incluso
«Hamlet». Recuerdo que estaba en la mili cuando leí esta obra de Shakespeare, lo hice durante una clase y comencé a reír de manera delirante. Me cayó una buena después.
¿Es más de servir o de proteger?
Soy más de proteger. Siempre he vivido para los demás, muy preocupado por lo que le pase a mis seres queridos. Pero eso no hay que confundirlo con servilismo, que no es bueno. Eso implicaría la pérdida de la personalidad, del yo individual y por ahí no paso.
¿Usted es de los asturianos que solo van a casa en vacaciones?
No, soy de corazón, asturiano no, lo siguiente. Amo mi tierra, incluso hace años di el pregón de las fiestas en Gijón y fue uno de los momentos más emocionantes de mi vida.
Ser pregonero debería de ser una profesión...
Sí, porque requiere mucha preparación. No es actuar, es algo más.
Dicen que se le da bien la cocina. ¿Estamos ante el nuevo «rey del cachopo?
Uf, calla, sí soy cocinillas y me gusta mucho, pero lo del «rey del cachopo» mejor no mencionarlo que eso ahora es peligroso, es una palabra prohibida. Yo más bien soy «el príncipe de Asturias del cachopo».