Rodin a las puertas del infierno
Una importante exposición en la Fundación Mapfre de Barcelona permite conocer el proceso creativo de la obra maestra inconclusa del gran escultor francés con la presentación de numerosas esculturas y dibujos originales.
Creada:
Última actualización:
Una importante exposición en la Fundación Mapfre de Barcelona permite conocer el proceso creativo de la obra maestra inconclusa del gran escultor francés con la presentación de numerosas esculturas y dibujos originales.
Al principio fue Dante pero después se pasó a Baudelaire. Este fue el camino elegido por Auguste Rodin para esculpir su puerta del infierno, probablemente el trabajo que mejor resume lo que fue su carrera artística. Ese el eje de la exposición que puede verse ahora en la Fundación Mapfre de Barcelona, una buena oportunidad para conocer al escultor y uno de sus hitos creativos que no logró concluir como él deseaba.
Cuando todavía era un artista poco conocido Rodin recibió el encargo que le cambiará la vida. Es el 16 de agosto de 1880 y el estado francés lo contrata para que realice una de las puertas del museo de artes decorativas. Eso fue lo que obsesionó al artista durante diez intensos años de su vida, buscando la inspiración en el infierno pensado por Dante para su «Divina Comedia». Al escultor le fascinaba el texto del poeta florentino, pero su objetivo no era realizar en mármol una transcripción del texto. Tampoco quería que su trabajo fuera una suerte de reinterpretación de las Puertas del Paraíso de Ghiberti. No. Para él se trataba de ir más allá fusionando escultura con arquitectura. La puerta debía ser un conjunto único, sin trazar el conjunto como un discurso narrativo.
Beso y pensador
En la Fundación Mapfre pueden verse los bocetos en barro y los dibujos con los que el artista empezaba a soñar su infernal puerta, una representación libre de las escenas que más le interesaban de lo plasmado en tinta por Dante. Es aquí donde empieza a modelar algunas de las obras que desarrollaría más tarde y servirían para afianzar su mito: «El beso» y «El pensador».
Se cree que esta última escultura podría haber sido la manera que tenía de soñar en piedra a Minos, el juez que en la obra de Dante asigna a los condenados a uno de los círculos del infierno. Otros observadores de esta pieza, como Octave Mirbeau o Truman H. Barlett han visto en ese pensador «el rostro terrible de un dios vengador» o alguien con un aire de «pájaro predador». También podemos pensar en esta composición como una suerte de autorretrato alegórico de Rodin. A partir de 1903, el escultor le dio autonomía propia, una representación universal del hombre, uno de los iconos artísticos más importantes de todos los tiempos.
«El beso» es otro de los grandes símbolos de su creatividad. El escultor se inspira en uno de los pasajes de la «Divina comedia», aquel en el que se habla de los amores prohibidos entre Paolo Malatesta y Francesca da Rimini. El artista francés no quiso hacer una plasmación literal de la palabra de Dante, por lo que los dos protagonistas aparecen despojados de todo tipo de vestuario medieval. Pero Rodin finalmente convirtió ese beso en una obra maestra en mármol en 1888, aunque no la concluyó hasta 1898.
Sin embargo, después fue la modernidad de «Las flores del mal» de su contemporáneo Charles Baudelaire la que acabó poseyendo las escenas modeladas para plasmar su visualización del infierno. Otro poeta y buen amigo de Rodin, Rainer Maria Rilke, estaba convencido de que el escultor había leído los versos de Baudelaire desde joven. «Y de Dante pasó a Baudelaire. Aquí no había ningún juicio, ningún poeta que subiera al cielo de la mano de una sombra», escribiría Rilke. «Las flores del mal» representan uno de los pilares a partir del cual Rodin comienza una evolución en su hecho artístico, un hecho que curiosamente también coincide con su tormentosa relación con la escultora Camille Claudel. Una de las joyas íntimas de la exposición es el ejemplar que el creador francés poseía de «Las flores del mal», hoy una joya gracias también a los numerosos dibujos que estampó en sus páginas. Todo ello hace pensar que en ese tiempo Rodin acariciaba la idea de ilustrar los versos de Baudelaire, aunque aquello no pasó de ser un proyecto soñado, además de taller privado de algunas de las imágenes para su Puerta del Infierno. Una curiosidad, «El beso» nace en esos apuntes gracias a la palabra de Baudelaire.
Rodin tardó en dar a conocer aquel encargo de 1880 al gran público. Si bien es cierto que expuso de manera individual algunas de las esculturas que formarían parte del conjunto, no fue hasta febrero de 1885 cuando la opinión pública pudo tener una primera descripción global del estado en el que se encontraba todo el proyecto, gracias a los textos del crítico de arte Octave Mirbeau.
Una vuelta con ayuda
Habría que esperar hasta 1900, año en que el escultor volvió sobre su puerta. Con la implicación de sus ayudantes, intentó concluir una versión en yeso para que pudiera ser presentada en la primera Exposición Universal de París del naciente siglo. Fue en el llamado Pabellón Alma, donde Rodin preparó lo que fue una antológica de su creatividad convirtiendo la puerta, su puerta, su descenso a los infiernos de la mano de Dante y Baudelaire. Sin embargo, en el último momento decidió echarse atrás y solamente exhibir la estructura de los relieves y el grupo titulado «Las tres sombras».
A partir de allí, empezó a desantederse del encargo, un lastre para él y un tema que ya no representa el menor interés para los sagaces reporteros y gacetilleros del momento. La puerta del infierno no llegaría a abrirse y permanecería cerrada en el taller del escultor. Nunca fue fundida en bronce en vida del artista, que fallecería en 1917. En la actualidad existen hasta ocho versiones en bronce de la obra realizada a partir de los moldes originales del escultor, el hombre que soñó la entrada al infierno, la bajada a aquello que habían convertido en verso tanto Dante como Baudelaire.