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Rodrigo García: «El Inaem le ha hecho la vida imposible a mi generación»

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El dramaturgo ya no es «enfant», pero sigue igual de «terrible»; el viernes llega con «Daisy» al Canal, y en junio llevará «Accidens» a Pradillo y «Mickey» al CDN.
Cada vez que se habla de los dramaturgos españoles más representados en el extranjero aparecen en la lista Juan Mayorga, Jordi Galcerán... y Rodrigo García, claro. El teatro del autor y director argentino-español sigue enmarcado en eso que algunos han etiquetado como circuito «alternativo» y otros llaman contemporáneo, independiente o contracorriente. Lo cierto es que en Francia no opinan así: desde enero de 2013 dirige un gran teatro público, el Centro Dramático Nacional del Languedoc Roussillon. Eterno «enfant terrible» de la escena española, pese a que ya ha cumplido 50 años, García es el autor de «Aftersun» y «Gólgota Picnic», con la que pasó por el CDN, textos incómodos, confesionales y posdramáticos en los que el teatro se convierte en poesía lanzada por sus actores. Estos días su apellido está de actualidad con el estreno de «Daisy» en los Teatros del Canal –desde este viernes hasta el domingo– y su participación en un ambicioso ciclo de creación contemporánea organizado por Teatro Pradillo y el CDN, donde estrenará «Arrojad mis cenizas sobre Mickey (el lugar sin límites)» (Teatro Valle-Inclán, del 11 al 14 de junio) y «Accidens» (T. Pradillo, del 12 al 14 del mismo mes). Un proyecto en el que comparte cartel con La Ribot, Angélica Liddell, Claudia Faci, Federico León, Juan Domínguez, Jaime Conde-Salazar, Elena Córdoba... Un quién es quién de las artes escénicas de vanguardia en España. Desde Francia, García respondió las preguntas de LA RAZÓN por escrito.
–En «Daisy» hay una apertura en canal de su percepción de la vida cotidiana. Pasa de las obsesiones de hace años, como el consumismo o el peso de la sociedad, a hablar de las cosas que oprimen a Rodrigo García, un «cactus» humano. ¿Le describe bien la obra? ¿Hasta qué punto es el hombre que se agazapa detrás de frases como «uno es la suma de todo lo dicho a sus espaldas» o «me gusta que los platos se despeñen de la mesa y estallen, / que las copas no resistan al lavavajillas, / que la cocina entera planifique un suicido en masa», y cuánto hay de creación literaria?
–El teatro confesional, que yo sepa, no tomó cuerpo en España hasta la publicación y estreno de mis piezas «Carnicero Español» y «Conocer gente, comer mierda», a finales de los ochenta, principios de los noventa. Hasta ese momento, no era normal salir a escena y decir: yo me llamo fulano de tal y me han pasado tal y tales cosas, y elaborar una poética a partir de la biografía personal. Los autores se avergonzaban si tenían que desnudarse, hasta Heinner Müller (que fue uno de nuestros maestros) recurría a los mitos para hablar de sus asuntos privados. Teníamos que saltar esa frontera que nos imponía Müller, teníamos que seguir la estela de Thomas Bernhard, que, paradójicamente, se desnudaba en sus novelas mientras que en su teatro seguía con el asunto obsoleto de los personajes y la representación. Bernhard no tuvo talento para escribir teatro, igual que Beckett, sólo que Beckett probó cosas imposibles y de rebote aquello funcionó en aquel contexto histórico, pero sabemos que una pieza teatral de Beckett no es nada si la comparamos con «¿Cómo es?» o con «El Innombrable», que son experimentos mayores. Se abrió una puerta con aquellas piezas confesionales, que estaban acompañadas de un minucioso trabajo de experimentación formal. Todo ocurrió en el Teatro Pradillo, hace ya casi 30 años. Ahora, con «Daisy», se trata de andar otro camino, algo para mí más difícil. «Daisy» es una reinvención del conocimiento, por eso aparece Leibniz y mi biografía se diluye en un delirio que toma algo de Pynchon y algo de Lautreamont y de algunos más por el camino, tal vez algo de las poesías de Malcolm Lowry y todo lo que se pueda de Robert Musil, a quien yo llamo el cabrón inagotable.
–«El artista siempre se ha ensuciado las manos. / Pero ahora todo el mundo quiere tocar las cosas peligrosas... pero con guantes. Sin mancharse. / y yo me río», dice en un texto para France Culture. ¿Es una declaración de principios artísticos? ¿Sigue siendo incendiario?
–Me descubro a mí mismo como un perfecto inconsciente, como alguien que tiene un motor en marcha y no sabe por qué y siente miedo de preguntárselo, ese motor da unos resultados y no los cuestiono, no los estudio, sólo sé que es algo que no he pedido, porque no pedí nacer, ni planifiqué mi educación porque no inventé un padre y una madre y un lugar de nacimiento; todo me fue impuesto y me parece que en el fondo no me gusta y por eso llevo este motor que no se puede parar.
–A los que censuraron su obra «Accidens» en Francia –20.000 firmas solicitando que se retirara de la programación– les llamó idiotas en una carta abierta y muy directa. ¿Qué ocurrió entre usted y el público?
–La obra se presentó en Montpellier y en París. Antes se presentó en Guadalajara, Bilbao, Prato, Milán, Bolonia, Volterra, Nueva York, Filadelfia, México DF, Rennes, Burdeos, Marsella y alguna ciudad que no recuerdo ahora. Es lo único que pudo decir. Si usted quiere poner el link a mi texto «Sois rematadamente tontos», puede hacerlo [Efectivamente, se puede leer completo en http://rodrigogarcia.es/accidens/accidens.html].
–Siempre elude la palabra «polémica», que no le gusta, pero ésta parece perseguirle, ya sea en España o en Francia. ¿Qué busca cuando escribe y dirige?
–Hay un tejido roto, se trata de reparar ese tejido. Se coge amor y se rellenan las zonas deterioradas y se unta con amor otras que están a punto de romperse. El tejido es la sociedad y el amor es nuestro trabajo. ¿El amor existe? No creo. Es una palabra que cada cual usa como le viene en gana.
–A finales de diciembre de 2013 fue nombrado director del Centro Dramático Nacional (CDN) del Languedoc Roussillon. ¿Qué balance artístico haría de este año y medio? ¿La responsabilidad de la gestión ha cambiado algo su forma de entender la escena o ha demostrado que se puede hacer un teatro público diferente? ¿Qué nos encontraríamos si viajáramos allí?
–En este mi primer año, el teatro sufrió una metamorfosis total, pasó de ser un CDN de repertorio a una máquina orientada a la producción contemporánea y a la pedagogía, y luego a la programación. Somos un centro de creación contemporáneo, no un mercadillo que compra obras o deja que los artistas pasen por aquí y se vayan sin tener un contacto con los creadores locales y el público interesado en algo más. Por eso para mí una conferencia o un taller de Jan Fabre en mi teatro es tan importante como una de sus piezas. En un año pasaron «El Conde de Torrefiel», «Señor Serrano» y «Angélica Lidell de España». Nos visitaron también Tgstan, Jan Lauwers, Jan Fabre, Clauda Triozi, Marcelo Evelin, Giselle Viene, Philippe Quesne, «Les chiens» de Navarro, Miet Warlop... y a partir de octubre llegan Alain Platel, Jerome Bel, Milo Rau... lo hacemos con el presupuesto más pequeñito de todos los CDN de Francia. Somos el más pobre del país y no sabemos si podremos seguir mucho. Hago mi programación anual con una quinta parte de lo que se gastan bastantes teatros en España o Francia.
–Siendo parte del «sistema», como director de un centro público, ¿qué opina de lo institucional y su relación con el arte?
–Yo presenté un modelo que no tiene nada que ver con el modelo tradicional de CDN francés, basado en el repertorio clásico y en el teatro de texto. Propuse la creación de una compañía de actores permanente, un centro de investigación digital estable y una programación interdisciplinar; además cancelamos salas de ensayos para convertirlas en espacios para exposiciones de instalaciones y vídeo, y hemos creado un aparato de producción y distribución basado en lo que yo puedo aportar al mercado como «artista reconocido», al mercado internacional que se abre para un CDN hasta el momento de provincia. Como negocio, es el peor de mi vida: entrego mis creaciones al CDN a cambio de un salario mensual (a excepción de lo que haga fuera del teatro, en ese caso, dejo de cobrar mi sueldo el tiempo que esté fuera). Lo hemos cambiado todo, hasta el nombre, el CDN se llama «Humano, demasiado humano». Hemos cambiado el hall, que se ha convertido en un ágora de debate para después de las obras y en una sala de conciertos también. Me dan carta blanca, pero me falta un cheque junto a la carta, que no llega nunca.
–En junio veremos de nuevo su trabajo en Madrid, dentro de un gran ciclo organizado por Pradillo y el CDN, con «Arrojad mis cenizas sobre Mickey» y «Accidens». Comparte cartel con Angélica Liddell, Jaime Conde-Salazar, el Conde de Torrefiel, Elena Córdoba, Claudia Faci... ¿Hay un discurso que compartan todos ustedes o algún denominador común? ¿Se siente parte de una generación o movimiento?
–Sí, todos estamos jodidos, a todos nos han hecho imposible la vida en España. El Inaem es el responsable histórico. Todo está en las hemerotecas. Cada burro que ha colaborado en la destrucción de las artes escénicas contemporáneas en España está en las hemerotecas. Algunos siguen todavía me parece.
–Hay una frase brutal en el texto para France Culture, recogido por La Uña Rota en el libro «Barullo»: «Contar mi historial como artista en el teatro sería una estupidez luego de haberme presentado como lo he hecho: un tipo que hace arte porque no tuvo coraje para matar». ¿No cree que lo que hace puede ser mucho más violento que la violencia real contra aquello que odia? ¿Definiría su trabajo como violento?
–Supongo que esa frase está en un contexto... no recuerdo pero supongo que me refiero a la dictadura argentina, que me tocó vivir. La acción poética no es comparable al crimen. El crimen puede ser una forma de poesía. Lo digo yo, en este siglo mentiroso, y la gente se sube por las paredes pero lo aceptan dicho por Lautreamont o por Sade. Mi trabajo no es violento porque en un teatro no se puede ser violento. Como dije antes, todo los artistas trabajan con amor como materia prima. La violencia está en la política española de cada día, malditos mangantes.
–Frente a su faceta más llamativa o dada a titulares de Prensa, está el Rodrigo García íntimo, el hombre que escibe poesía y dice que «pronunciar candidez envenena más que pronunciar metro cuadrado». O «quien escriba un poema en este lugar, ahora, en este tiempo, en esta época y rodeado de esta gente, es alguien de otro mundo». ¿Usted lo es? ¿Qué lugar ocupa la poesía en su vida?
–Le contestaré con otra frase de la obra «Daisy», que habla mejor de mí: «24 de enero de 2014: hasta la fecha no me gustó vivir».
–Ha cumplido 50 años. ¿Quién es y cómo es Rodrigo García hoy?
–Un viejo que trabaja como un joven en Francia, triste por no poder vivir en Asturias.

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