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Saioa Hernández, la soprano que hará historia en La Scala

Bautizada por su «maestra», Montserrat Caballé, como «la diva del siglo XXI», esta madrileña de 39 años se convertirá en Odabella y cantará el viernes en la «prima» del coliseo milanés, un hito que no ha logrado ninguna voz lírica española
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Bautizada por su «maestra», Montserrat Caballé, como «la diva del siglo XXI», esta madrileña de 39 años se convertirá en Odabella y cantará el viernes en la «prima» del coliseo milanés, un hito que no ha logrado ninguna voz lírica española.
Un ejército de operarios trabaja sobre las tablas, cuando la soprano madrileña Saioa Hernández (Madrid, 1979) desciende para la entrevista. Al fondo, en una gran pantalla que servirá de apoyo visual a la representación, comienzan las pruebas del espectacular montaje de «Attila», de Giuseppe Verdi, que ha preparado el director Davide Livermore. En unos días, al séquito de trabajadores lo reemplazará sobre el escenario más de un centenar de artistas, un armamento de bayonetas y dos caballos, en una de las grandes citas operísticas del año: el estreno de la temporada de La Scala. En el papel de Odabella, esta cantante de 39 años debuta en el coliseo.
–¿Qué se siente?
–Pues es una experiencia muy bonita...
Y en eso comienzan los ensayos de la orquesta. Demasiado ruido para la entrevista, así que mejor tomar el ascensor, del que desciende un hombre vestido de soldado, y entrar en el camerino de la soprano. Desde aquí se escucha calentar a Atila (Ildar Abdrazakov), pero como hilo musical casi sirve de inspiración.
–Decíamos...
–Sí, es bastante estresante, llevamos un ritmo frenético. Para mí es un triple debut: estreno el papel de Odabella; me presento en La Scala, que es un teatro histórico y que supone un hito para cualquier cantante; y además un 7 de diciembre, cuando se inicia la temporada y todos los ojos del mundo de la ópera están pendientes.
–Odabella es una mujer con mucha fuerza, llena de odio y venganza, obsesionada por matar a Atila. Parece un personaje del #MeToo.
–No creo que tenga tanto que ver con el feminismo, pero sí que es una mujer de verdad. En esta ocasión no la hemos tratado como una guerrera, sino como alguien normal en una situación de conflicto que ha vivido en su infancia el gran trauma de ver cómo Atila mataba a su padre. Es una mujer en un mundo de guerra y de hombres en el que tiene que usar sus armas. Quizás no tanto la fuerza física, sino más bien su cabeza. Y si una de esas armas es la atracción sexual, también la utiliza.
–¿El feminismo debería mirar más a la ópera?
–Los estandartes suelen ser personas de nuestro tiempo o gente que ha marcado un hito en la historia. La ópera para muchos es algo elitista, pero una buena cantidad de sus personajes son tan heroicos como normales. Una Mimí [de «La bohème»], que es muy sencilla, es una mujer enferma, es un ejemplo. Para mí la ópera está llena de heroínas en su vida normal.
–¿Cómo encaja esta pieza en su repertorio? Verdi y el drama son su fuertes...
–Hasta ahora he hecho papeles en los que la soprano canta constantemente. Y también óperas con una extensión muy amplia, con partes muy agudas, muy graves, dramáticas y ligeras. Pero este personaje plantea dificultades en las dos arias, que no tienen una parte que las preceda. Entras directamente guerreando en un recitativo que te lleva al «do» y al registro de pecho. Después de esa escena desaparece y no vuelve hasta el primer acto, que lo empieza ella otra vez, con un aria que es completamente distinta, en la que prima la dulzura, la flexibilidad de la voz y otro registro completamente distinto.
–La escenografía parece apoteósica.
–Al igual que ocurre con Odabella, la idea es no tratar a Atila como un personaje histórico, sino como una persona normal, incluso amoroso respecto a ella. Hasta sufrimos cuando Odabella le mata. Y la puesta en escena es maravillosa. Somos muchísimos sobre el escenario y hay un trabajo minucioso en cada uno de los personajes.
–Le recordarán siempre que Montserrat Caballé dijo de usted que sería «la diva del siglo XXI». ¿Teme que esas palabras la persigan durante toda su carrera?
–Pues seguramente, sí. Lo recibo como un regalo que me hizo en ese momento. Ella era una persona magnífica, con un gran corazón. Yo solo puedo agradecer eso e intentar hacer mi trabajo lo mejor que sé.
–Ella no inauguró nunca temporada en La Scala, aunque cantó en el teatro en numerosas ocasiones. Usted ha dicho que se lo brindará, pero ¿empieza la alumna a aventajar a su maestra?
–No, en absoluto. El 7 de diciembre es maravilloso, un regalo, pero superar a la maestra es imposible. Sin embargo, como ella bien me dijo, cada uno tiene que ser uno mismo. A los cantantes siempre nos intentan comparar con otros del pasado. Es bonito y cada uno tenemos nuestros referentes, pero no podemos quedarnos en que ya no se hacen las cosas como antes. Pues no, no se hacen. Estamos en otra época en la que hay otros artistas, muy válidos y no son tiempos ni mejores ni peores. En la época de Caballé ya se decía, ¡y estaban ellas! Dentro de cien años dirán que ya no se hacen las cosas como en los tiempos de Netrebko...
–Con respecto a las divas, ¿es necesario ahora ser joven y atractiva?
–Antes había sopranos muy guapas. Lo que sucede es que hoy la imagen es muy importante en el espectáculo. A veces prima la escena sobre la música, y eso es una pena. Yo no creo que tenga un figurín, ni me considero muy guapa ni superjoven. Pienso que hay lugar para todos, pero también suceden hechos censurables como que a una persona se la eche de un proyecto por su físico.
–Está haciendo una gran carrera en Italia, pero en España, donde empezó con zarzuela, no le han llamado de los grandes teatros. ¿Somos un país de prejuicios?
–Estoy muy contenta de lo que he hecho en España y, de hecho, ya hay proyectos para cantar en el Real. No creo que la zarzuela me haya penalizado, sino todo lo contrario. Lo que me da pena es que en nuestro país no se cuide más nuestra cultura, que es muy rica, cosa que en Italia sí se hace. Creo que es importante mantener nuestras raíces y cuidarlas. Y eso es lo que en España sí que se penaliza.
–Después de muchos años interpretando Norma, ¿cuánto hay de Saioa Hernández en Odabella?
–Pues de momento no he matado a nadie, ni he sufrido un trauma como el suyo. Pero quizá sí nos parezcamos en el modo de reaccionar ante una experiencia muy fuerte. Cuando ella, en un contexto de guerra, coge la bandera de su padre y abandera literalmente un movimiento sí que me veo representada. Soy echada para adelante y a veces me alzo un poco contra todo.

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