Sampedro, el etrusco indignado
El escritor y humanista barcelonés José Luis Sampedro, de 96 años, falleció la madrugada del día 8 en Madrid, informaron a Efe fuentes de su familia.
Después de la depresión sufrida tras la muerte de su primera mujer, la vida le regaló un amor otoñal, que conoció en un balneario. La destinataria no era otra que la escritora Olga Lucas, para quien estar junto a Sampedro «fue vivir al lado de una nube de cariño»: «Ha sido un privilegio. Somos dos personas muy diferentes, pero hay tal afinidad en lo más profundo, en las actitudes... Que es como la unión de dos raíces que no vienen de la misma semilla», repetía el escritor en el último tercio de su vida, al tiempo que utilizaba el símil de los bueyes para definir su amor: «¿Nunca has visto dos bueyes tirando de un carro? Van los dos casi tumbados el uno contra el otro, formando una especie de pirámide. Pues así es como andamos nosotros: yo me apoyo en ella, y ella, en mí». No en vano, él le manifestó en alguna ocasión que si ella fallecía antes, él no continuaría»... El destino ha jugado sus propias cartas.
Así era el hombre que vio nacer la Europa moderna y a quien se le traslucían en las entretelas de la piel las noches que pasó escribiendo obritas de teatro para cabaret buscando un sobresueldo, así como las madrugadas que vio nacer dando clase en el Reino Unido o los libros especializados que acometió y las novelas, tanto imaginadas como concluidas, en sus casi diez décadas de vida. No fue un estatalista pero tampoco permitió dejar al mercado a su libre albedrío, recorriendo el camino inverso de muchos otros: de joven no fue precisamente de izquierdas pero sí abrazó en su edad madura orientaciones alternativas. Tal que un giróvago, se expresaba igual con el verbo como con sus largas manos, que hablaban como aspas de molino, huesudas y cubiertas de vitíligo, siguiendo la cadencia de una voz a punto de quebrarse. Muchos susurros vehementes en la recámara de sus argumentos por los que transitaba el libre mercado, el capitalismo, el liberalismo, el movimiento del 15-M que abanderó codo con codo con Hessel, números y más números; verbo y más verbo... Todo y de casi todo supo. O al menos se pronunció. Con acierto, a veces; otras, con menos fortuna. No en vano fue testigo de una centuria por la que transitó en casi todos sus arcenes: vivió sus primeros años en Tánger, fue reclutado por el Ejército republicano para combatir en la Guerra Civil, después desertó para incorporarse a las filas de los sublevados. Fue muchas cosas este longevo pensador –algunos economistas dudan si con postulados genuinos– nacido en 1917 en el seno de una familia mestiza (padre habanero, abuelo nacido en Manila, madre argelina y abuela oriunda de Lugano): aduanero adolescente, tratadista económico, profesor de ministros de Hacienda –Boyer, Solchaga, Solbes, o Salgado, entre otros–, novelista y académico. No es de extrañar, pues, que el discurso con el que tomó posesión en junio de 1991 del sillón «F» de la RAE se titulara «Desde la frontera».
Palabra de Rey Lear
Fue el culpable de que muchas promociones de estudiantes de distintas disciplinas, se desasnaran en economía con la traducción de su famoso «Samuelson», del que siempre repetía: «Bendito aquel que se acerca por primera vez a este texto», como si de el Rey Lear se tratara... Hoy, que la dignidad de la muerte le deja con media docena de novelas –unas mejores y otras, con sinceridad, no tanto: la muerte no deja de hacer lo mejor enemigo de lo bueno–, un sillón vacante en la RAE y muchos estudios de economía. Me viene a la memoria una anécdota ocurrida en una tarde de 1987 que le confiere humanidad: un «perito en atascos» y un ex catedrático de Estructura Económica, amén de antiguo senador por designación real en las primeras Cortes democráticas, coincidieron en un trayecto de taxi. El primero era el conductor; el pasajero, un futuro académico. Recién viudo de Isabel Pellicer, el escritor, le confesó al dueño de la licencia 11.158, frente al café que compartieron, que afrontaba un desierto emocional que sólo su nieto Miguel y la literatura eran capaces de mitigar. El anciano, con su sempiterna mochila al hombro, ya era reconocido autor de «El río que nos lleva», «Octubre, octubre» e incluso un año antes había visto la luz su obra cumbre inspirada en lo que todo nieto representa para un abuelo: «Un hijo por doble partida», «La sonrisa etrusca». Poco imaginaba el economista-literato que nos regalaría como «La vieja sirena», «El amante lesbiano», «La senda del drago» o «Cuarteto para un solista», escrita en colaboración con su último amor, Olga Lucas. Lo que menos podía imaginar es que el taxista le volvería a llevar años después, de nuevo enamorado y reverdecido para las letras, y ambos recordarían aquel fugaz encuentro.