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Scotty Bowers: muere la "madrina mariquita"de Hollywood

Cary Grant (derecha) con su amante Randolph Scott; abajo, Scotty Bowers. Foto: Bob Maddox
larazon

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Era una de esas personas que valía más por lo que callaba que por lo que decía. De hecho, se le pagaba por ver, oír, callar... y sobre todo gestionar. Pero a sus 90 años, en 2012, decidió hacer un «outing» en toda regla al Hollywood dorado. Contar lo que sabía de primera mano. «La gente dice que Cary Grant y Randolph Scott eran solo compañeros de habitación. No digo que no lo fueran, ¡pero tu amante puede ser también tu compañero de habitación!», decía con sorna el hombre (fallecido ayer a los 96) que sacó del armario a media profesión en su «Servicio completo. La secreta vida sexual de las estrellas de Hollywood» (Anagrama), luego complementado con el documental «Scotty y la historia secreta de Hollywood» (2017). Pocos quedan fuera de la nómina de Bowers. De Tyron Power y su afición por las menores de edad a los secretos escatológico-cutáneos de Merle Oberon. Y eso hablando exclusivamente de los heterosexuales. El grueso de la actividad de este trotaconventos del sexo bajo demanda se nutría de homosexuales y bisexuales del séptimo arte, nombres que no podían, por hipocresía y por las cláusulas de moralidad de las productoras, acomodarse a sus preferencias sin perder el crédito. En este ex marine fajado en la gasolinera Richfield de Hollywood, desde donde saltó del submundo gay a la mariconería de oropel, vieron un cómplice y un facilitador, a veces directamente un compañero de correrías. Todo ello lo fue con Cary Grant y Randolph Scott, el galán y el vaquero, a quienes se unía frecuentemente en la cama. Adicto a todo, Bowers aseguró habérselo montado con Lana Turner y Ava Gadner simultáneamente. Rock Hudson, Vivian Leigh, Bette Davis, Montgomery Clift, George Cukor, Charles Laughton... Todos requirieron sus servicios para encontrar bellos efebos, apetecibles ninfas, según la preferencia de cada uno. Incluso parejas presuntamente bien avenidas dentro de su secretismo, como el clásico dúo Katherine Hepburn y Spencer Tracey. «Las revistas de cine vendieron la historia, pero ellos nunca fueron amantes», declaró Bowers. Durante 30 años mantuvieron una ficción conveniente para ambos. Sí, señores, el romance por excelencia del Hollywood dorado era una patraña. Y la Hepburn, sencillamente una «bollera», aseguraba este nonagenario sin filtro que fascinó a Tenessee Williams en su día y a quien describió como «la madrina mariquita de todo el universo gay de Los Angeles». Según sus cálculos, procuró cerca de 150 mujeres a la actriz de «La fiera de mi niña» durante 40 años. A Tracy lo consolaba él mismo. Nunca cobró, confiesa, por su «servicio de prestaciones»; en cambio, aceptaba regalos, muchos de los cuales eran, tachán, sobres con dinero. El negocio de aquel Hollywood disoluto se vino abajo con la irrupción del sida, que se llevó a Rock Hudson como primer aldabonazo en las conciencias. El sexo dejó de ser entretenimiento, tal y como lo entendía Bowers. Y así fue echando el cierre a su celestinazgo, devolviendo al surtidor la manguera que lo lanzó del extrarradio al centro mismo de la cama de los famosos.