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Soledad contra la nostalgia

Su testimonio, de vida y obra, ha quedado recogido en un volumen, que no es una biografía al uso. Es la voz de la galerista hecha palabra
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Edward Hopper. Seguro que a Soledad Lorenzo le hubiera gustado tenerlo en su galería. Y a él le habría conquistado ella.Mira en esta fotografía hacia el futuro, donde siempre ha tenido puesta la mirada, los ojos vivos que tanto han vivido y a los que les queda mucho por ver. Y la ventana, esa ventana con colores tan intensamente apagados, tan hopperiana, ¿verdad?. Está en su casa la galerista (ya cerró su local en la calle Orfila, pero jamás se podrá jubilar del arte), a media luz y con la claridad bien medida que el cristal deja que penetre. Veintiséis años al frente de un espacio de arte y bastantes más en el macromundo de la creación, le han dado para responder a unas preguntas de vida. No son memorias, no es un balance de nada. Es Soledad, arropada por todos, admirada, juncal, señora, elegantísima siempre. Querida Soledad. Cuando obtuvo el premio concedido por la Fundación Arte y Mecenazgo de LaCaixa, dotado con 40.000 euros, le preguntaron qué quería hacer con el importe para poner en pie algo que se hubiera quedado con ganas de acometer a lo largo de su carrera, «y me quedé tan sorprendida... Nunca he tenido un proyecto ideal. He vivido en la situación que la vida te va colocando. Lo comenté con mis amigos y me hablaron de hacer un archivo. Coincidió al tiempo con mi última inauguración. ''Habla de tí, de tu galería'', me sugirieron a una sola voz. Y me gustó más esa idea». Así lo explica, con sencillez, sin dar vueltas.
La familia, fundamental
Antonio Lucas se reunió con ella durante muchos meses y alumbró una conversación larga y jugosa. Mariano Navarro, presente siempre en cada una de sus aperturas, fue su memoria artística. Y así nació «Soledad Lorenzo. Una vida con arte» (Exit Publicaciones). «Resulta muy difícil, al menos para mí, pensar sobre mí misma. Soy de vivir el presente y no tengo nostalgia. Lo que veo claro del pasado es la extraordinaria influencia de mi maravillosa familia, a la que doy gracias porque aprendí su actitud ante la vida que me ha acompañado siempre y ayudado en periodos de grandes dramas. La educación que me dieron me sirvió para entender y casi transformar mi personalidad al contacto con la muerte. Soy más del mundo emocional del ser humano, que es bastante menos conocido», explica. Hacia atrás mira casi de reojo y sin regodearse y salen en nuestra conversación, como ya contara otras veces a corazón abierto, su Torrelavega natal, la figura queridísima de su padre, alcalde republicano que estuvo preso y al que visitaba en al cárcel («jamás hubo drama en mi casa. Siempre nos recordaba la suerte queteníamos y se quedaba con lo positivo. Yo lo he sentido así y creo que he sido capaz de transmitirlo»), su traslado a Barcelona y esas tardes, asida de la mano paterna en las que visitaba galerías de arte. Su matrimonio y su felicidad intensa pero efímera, la muerte de su marido y su vida desde cero, su primer drama. «He sido muy trabajadora. No he tenido proyectos claros porque he ido creando una vida. Tengo personalidad porque he vivido. Fui consciente de lo que la vida me ha ido poniendo delante". Y le colocó sin previo aviso un futuro que Soledad transformó en cierto a pesar de lo negro que pintaba. Habla en su libro de Fernando Guereta, de su paso tan provechoso por la galería de Elvira González y Fernando Mignoni, Theo, donde se foguea y aprende tanto, del reto que supuso Europalia a medidos de los 80, de la oferta tentadora que rechazó de Beyeler (¿qué habría sido de la vida de Soledad si hubiera dicho que sí? Sería otra la historia que estaríamos contando ahora). Del nacimiento de su galería, la que ha formado y forma parte de la historia del arte de nuestro país. Sabía que no podía equivocarse al elegir local, no tenía una segunda oportunidad, dice. Y se la brindó un local, un bajo, de la calle Orfila. Su hermano Ricardo y Gustavo Torner le dieron forma a esa escultura inmensa: «El día que la abrí tenía tal miedo. Fue fantástico. He dicho siempre que no aspiro al éxito, que he vivido eludiendo el fracaso. La abrí absolutamente convencida de que no tenía más remedio que hacerlo, necesitaba conocerme más intensamente. Tenía tanta preocupación porque la gente viniera que llamé a todo el mundo. ''Os necesito'', les decía. Y fue tal la concentración de público que vino hasta la Policía pensando que aquello no era una inauguración sino una manifestación». Con Alfonso Fraile fue supuesta de largo. Y con Victoria Civera el adiós hace ya un año: «Es bastante curioso pero no tengo nostalgia, nada. Es un tiempo vivido que ha pasado. He vuelto alguna vez, cuando visito la zona y ahí sigue el espacio, tal como mi hermano Ricardo me sugirió. No me ensaño. Ya no es mi vida». ¿Cuál es la vida hoy de Soledad Lorenzo? «Sigue siendo el arte. Sigo trabajando en este mundo y me he ido quedando con obra sin voluntad de coleccionar. Me considero una galerista en el sentido de ayudar a hacer buenas colecciones». ¿Es buena la suya? «Muy buena». Ríe. «En este mundo tienes que estar apasionada para transmitirlo porque es muy serio. No es un ornamento, sino la expresión de la inteligencia visual. Necesitas los cinco sentidos para acercarte. Se comunica con la palabra y con la mirada y hay que defenderlo», dice.
La inteligencia poética de Rosales
Hubo tertulias literarias primero (antes de las cenas rodeada de artistas en su casa, y charlas hasta el alba con Luis Rosales, que tan bien la entendió en la muerte. Y en la vida. El poeta que la escribió versos («fue una relación donde lo que más me importó fue su inteligencia poética», escribe en el libro). Y llega Palazuelo a la conversación con esa timidez que le adornaba. «Me decía: ''Sole, eso no interesa. Una sociedad pensante y sintiente, eso es el caos. No interesa''. Todos cortados por el mismo rasero, vamos, para que no haya problemas. Todos iguales. Él vivía solo, yo también. Estábamos muy compenetrados. De Tàpies recuerdo su entrega en el trato, que me emocionaba tanto. En ese sentido, mi vida ha sido extraordinaria, se ha ido nutriendo con presencias inmensas». Como la suya, la de Soledad Lorenzo: «A mi me gusta gustar, ir por la vida dejando un rastro. En ese sentido imito a mi padre que era un coqueto y yo se lo decía. Y me gusta mucho la gente. Sola no soy nada».
Ayer fue domingo. Tocaba paella, aunque hizo una excepción y se alejó de los fogones: «Yo no sabía cocinar y después del viaje de novios me metí en la cocina. Me ayudaban mi madre y la tata por teléfono y ahora guiso bastante bien. Lo único que siempre me pone nerviosa es la paella, por si no me queda bien. De mi madre he heredado esa manera de guisar manteniendo el sabor de lo que comes, sin condimentos extra que te distraigan. La hago cada domingo. Y sufro, pero la sigo cocinando».