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Soto: el arte de «penetrar» en la obra

El Guggenheim de Bilbao presenta la primera retrospectiva en España desde 1982 del artista venezolano, maestro del cinetismo y uno de los nombres más influyentes del siglo XX.
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El Guggenheim de Bilbao presenta la primera retrospectiva en España desde 1982 del artista venezolano, maestro del cinetismo y uno de los nombres más influyentes del siglo XX.
Pocas veces se escuchan carcajadas en los museos. Los visitantes suelen poner su atención sobre los cuadros: reflexionando, sintiendo, pero casi nunca riendo. Ni hablar de los vigilantes, que permanecen inmutables en sus esquinas, debatiéndose entre el tedio y la irritación. Por eso mi sorpresa al ver a uno de ellos sonriendo en la exposición dedicada a Jesús Soto en el Guggenheim de Bilbao mientras atravesaba, con los brazos abiertos, uno de los «Penetrables» instalados en la sala. Cientos de tiras colgantes de plástico blanco envolvían su risa. Esa euforia contenida se adivina en los rostros de la mayoría de los visitantes que se pasean frente a las obras, se acercan y se alejan, se sumergen en ellas. Manuel Cirauqui, comisario de la muestra, explica que interactuar con las piezas de este artista produce «una violencia visual fuerte pero inofensiva que quiere demostrar que el movimiento es un fenómeno vibratorio y visual ligado al color. Las pinturas de Soto rompen el orden de la percepción y nos ponen frente al abismo de la cuarta dimensión», asegura.
La casa de la tía
Jesús Soto nació en Ciudad Bolívar, Venezuela, en 1923. Capital del Estado Bolívar, en los años veinte la urbe no se comunicaba por tierra con Caracas, ubicada casi 600 kilómetros al norte. En el libro «Jesús Soto en conversación con Ariel Jiménez», el artista recuerda las temporadas que solía pasar en la casa de su tía en el campo, donde hacía las veces de mensajero: «Montado en un burro, tenía que ir de casa en casa y recuerdo el asombro que sentía al ver la vibración del aire a través de la reverberación del sol sobre la tierra. Nunca me cansé de observar esa masa vibrante flotando en el espacio y brillando sobre las carreteras».
Esas reverberaciones aparecerían en su obra décadas más tarde, después de viajar a Caracas para estudiar en la Escuela de Artes Plásticas y Aplicadas. Allí descubrió una naturaleza muerta de Braque que le causó una gran impresión. En los cincuenta vinieron París y la exposición «Le Movement» en la galería Denise René, donde su obra convivió con la «Rotativa semiesfera» de Duchamp, otra influencia clave en el venezolano, lo mismo que Mondrian y Malevich. El Guggenheim recorre ese camino desde 1950 hasta el siglo XXI en la primera gran muestra de Soto que se realiza en España desde 1982, cuando expuso en el Reina Sofía. Uno de los tres «Penetrables» fue traído del museo madrileño.
La muestra rastrea la evolución creativa de uno de los máximos representantes del cinetismo. Desde los primeros intentos de «dinamizar la obra abstracta», en palabras del comisario, hasta sus experimentaciones con la música contemporánea, pasando por los trabajos con plexiglás y varillas metálicas, consideradas las precursoras de los famosos «Penetrables», «porque ya invitan a una interposición del cuerpo humano en la obra», explica Cirauqui.
La crítica de arte Mónica Amor recuerda en un texto del catálogo que en 1969 Soto instaló en París un «Penetrable» de 29 metros de largo entre el Musée d’Art moderne de la Ville de Paris y el Palais de Tokyo. Además de invitar al espectador a formar parte de la obra, una constante en su trabajo, esta instalación en particular evocaba el espíritu de liberación y camaradería de las protestas de mayo del 68. «El “Penetrable”, con su ambigua estructura espacial y sus estratos envolventes, desdibujó la ciudad y sus fracasos y restauró cierta calma», escribe.
Despertó también la posibilidad de un encuentro entre individuos que, rodeados por los hilos plásticos del «Penetrable», volvieron a sentir el poder de una identidad grupal. Amor asegura que el «potencial social (de esa obra) se intensificó gracias a la ocupación de un espacio urbano cargado de recuerdos relativos a la lucha colectiva del año anterior». En tiempos tumultuosos, argumenta la crítica, los «Penetrables» pueden llevarnos a un estado de «ligereza del ser». Más allá de la justa recuperación de un artista que España expuso con frecuencia hasta los ochenta, la muestra del Guggenheim eleva al espectador, le devuelve la esperanza, como si, sumergidos en los colores de Soto, el mundo fuera más amable.
Un disco de juventud junto a Paco Ibáñez
Cristóbal Soto, hijo del artista, afirma que su padre era también músico, de hecho, «se ganó la vida durante un tiempo con la música antes de vender sus primeras obras». En París entabló una amistad íntima con Paco Ibáñez, con quien incluso llegó a grabar un disco. El cantante participará hoy en una charla con el hijo de Soto sobre la influencia de la música en su vida y su obra.