Teatro Apollo: negro sobre blanco
Un ambicioso documental rinde tributo al local de Harlem en el que cantaron voces de color desde Smokey Robinson y Aretha Franklin a Ray Charles y Stevie Wonder. Para Robert de Niro, «es símbolo del espíritu de Nueva York»
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Un ambicioso documental rinde tributo al local de Harlem en el que cantaron voces de color desde Smokey Robinson y Aretha Franklin a Ray Charles y Stevie Wonder. Para Robert de Niro, «es símbolo del espíritu de Nueva York».
El Apollo, sito en el 235 West de la calle 125 abrió en 1934 y es uno de los grandes teatros de Estados Unidos. James Brown grabó allí sus históricos en directo. Trompazos de soul que todavía hoy, a medio siglo de los vientos que sacudieron América, todavía figuran entre las grandes creaciones de una música que daba la bienvenida a un tiempo nuevo. Aquel teatro fue trampolín de mitos de la música negra como el reverendo, empresario y dios del soul & rock Solomon Burke, el incendiario Wilson Pickett, la reina, Aretha Franklin, las gloriosas Crystals apadrinadas por Phil Spector, hoy guardado en la cárcel por volarle la cabeza a una camarera y entonces celebrado como el primer rey Midas de la música juvenil por, entre otros, Tom Wolfe. Allí cantó incluso Bob Marley cuando giró por EEUU junto a los Wailers. Y cientos, sino miles, de aspirantes que una vez por semana y durante décadas concursan para llamar la atención de algún cazatalentos. Territorio sagrado. Uno de los espacios musicales más importantes del país. A la altura de los estudios de grabación del sur, como Florence y Muscle Shoals. Merecedor de un hueco con neones en la historia del gran arte junto a sellos discográficos del calibre de Sun Records y Stax, en Memphis, Chess en Chicago o Motown, de Detroit a Los Ángeles, o de antiguos templos del directo como aquel Winterland de San Francisco, donde a mediados de los setenta firmó su despedida The Band.
Influencia afroamericana
Decía Ted Fox que «seguramente ningún otro local del mundo haya ejercido tanta influencia». No exageraba. Da fe este cronista, que asistió entre sus paredes a conciertos de Antony, Bruce Springsteen, M. Ward o Elvis Costello, que acompañó el carruaje que portaba el cadáver de James Brown en un ataúd de oro y entrevistó a los fans de Michael Jackson mientras pinchaban sus canciones y lloraban su muerte a las puertas del garito sagrado. Dilo alto, soy negro y estoy orgulloso. El estribillo de «El padrino del soul» retumbaba junto a los escaparates de las grandes franquicias y las tiendas desportilladas que jalonaban la 125 previa a la invasión de los blanquitos de más allá del límite norte de Central Park. En honor al viejo teatro el festival de Tribeca, la cita del cine que ideó Robert de Niro para recuperar el alma devastada de Nueva York tras el 11-S, ha arrancado con un documental, «The Apollo», dirigido por Roger Ross Williams, galardonado con el Emmy y el Oscar al mejor corto documental y a quien debemos, entre otras, la sensacional «God loves Uganda».
Cuentan que «The Apollo», el documental que acaba de presentarse en el Festival de Tribeca, sigue la peripecia de la nueva obra del escritor Ta-Nehisi Coates, que se representa en el escenario del teatro y que «explora las vidas de los negros en Estados Unidos, el papel que juega el arte en esa lucha». A Coates lo han definido como el James Baldwin de su generación y el Apollo es lo más parecido a un templo laico en la lucha por los derechos civiles. A partir de ahí, entre el «cinema veritè», la narración más convencional y el material de archivo el pasado jugará con el presente y el teatro abrirá las balcones de su larga memoria. En palabras de uno de los ejecutivos del festival, reproducidas en la web que anticipa la gran semana del cine neoyorquino, la película «ofrece a la audiencia una visión íntima del importante papel que esta institución ha desempeñado durante los últimos 85 años. Ha visto la aparición de todo, desde el jazz hasta el R&B, el soul y el gospel, todos los géneros musicales estadounidenses por excelencia, y este es el momento de recordar a la gente la rica historia de nuestra nación». Por su parte, Williams comenta que su obra trasciende la música y el arte para indagar en cómo pueden ayudar a «sacarnos de la opresión». «La historia del Apollo», añade, «es la de la evolución de la identidad negra en EEUU y cómo hasta convertirse en el movimiento cultural definitorio de nuestro tiempo». Lo que pudiera parecer una opinión está bastante cerca de la verdad fáctica. Ninguna otra diferencia convoca más dolor, ninguna supuesta identidad provoca debates más violentos, que el de la raza en un país que puede vanagloriarse de una Constitución admirable, de una guerra civil inhumana pero también emancipadora y de figuras y movimientos como el doctor Martin Luther King Jr. y la lucha por los derechos civiles. A lado de horrores como las leyes Jim Crow, que decretaron la segregación y el racismo institucionalizado durante el periodo histórico de la Reconstrucción (del sur, tras la guerra de Secesión) y de monstruos como el KKK.
Centro del universo
«Tuve la suerte de hacer mi primera película con HBO», explica Williams, «y estoy encantado de volver a casa con este documental. Estrenar en Tribeca y en el Teatro Apollo de Harlem es un sueño hecho realidad». En este lugar sacrosanto debutó Ella Fitzgerald. Allí, en un espacio salvado de la piqueta y la ruina durante los años noventa, cantó gente del calibre de Jackson, Dinah Washington, Ray Charles, Stevie Wonder, Billie Holiday, Jimi Hendrix, Diana Ross & The Supremes, Little Richard, Chuck Berry, las Ronettes, Luther Vandross y Lauryn Hill. Entre mil. Por lo demás, decir Apollo es decir Harlem. El centro del universo, según rezaba la portada de un diario que repartía un apuesto vendedor callejero hace no tantos años. El lugar, según aseguraba el artículo, donde tendría lugar el arranque del Juicio Final. La recuperación comenzó con la llegada de Bill Clinton, que abrió oficinas junto a la avenida Lenox hace no tantos años. Hoy resulta un destino casi imposible. Hace poco tiempo todavía podías encontrar en las inmediaciones del Apollo un apartamento de una habitación por unos 1.600 dólares al mes. Nada que ver con la situación de finales de los 80, cuando la esperanza de vida rondaba la de los países del África subsahariana. Lejos también los días de los clubes de jazz, controlados por la mafia. Sus bares, que ofrecían una escapada a los más lujosos de Midtown, fueron venero del mejor swing, como en el legendario Savoy. Louis Armstrong, recién llegado de Chicago y antes de Nueva Orleans, tocó en sus bares.
Allí también explota el fulgurante bebop, abanderado por Charlie Parker. Holiday, Miles Davis y John Coltrane tocaban en el Lenox Lounge, del que era asiduo James Baldwin. El barrio, fue un panal de granjas en el XVIII, enclave de gran lujo en el XIX, judío, a finales del XIX, con más de 150.000 inmigrantes que huían de los pogromos en la Europa oriental, y también puertorriqueño e italiano, y desde principios del siglo XX receptor de miles de emigrantes negros que escapan del sur. En los años 20 se habló del Renacimiento Negro. Cuando muchos de los grandes intelectuales y artistas escribían y conspiraban en sus calles. Entre sus vecinos cabe citar a Langston Hughes y Duke Ellington, que vivía en St. Nicholas Ave. Pero la especulación y la sobrepoblación generarán conflictos sociales de largo alcance que desembocan en el aumento de los crímenes violentos y la venta de drogas. Todo lo ha contemplado el teatro situado frente al otrora hotel Theresa, que fue de Malcom X, que tenía allí el cuartel general, y que tuvo entre sus huéspedes a Fidel Castro y Mohammad Ali. Normal que el director del documental pasee la obra con orgullo. Dices Apollo y el eco dice Harlem. Gritas Harlem y homenajeas mucho de lo bueno que han dado al mundo los EEUU.